Aventura

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martes, 23 de febrero de 2016

De "Fábulas para animales como usted" 26: Murciélago.


Murciélago

Estaba intentando estudiar. Abrió la primera página de un libro. Leí un poco y me dio sueño. No me concentraba. El padre entra a la pieza con furia brutal. Su exasperación me tira al suelo. Me insulta. Animal. El padre ha vomitado su rabia. Estoy ausente. La palabra honesta hiere el oído y la cara. Su resonancia pena hasta el último de mis huesos. El padre abre la cortina. No era moda ni introspección. La dilatación permanente de la pupila del hijo no soporta la luz. Es delatado por los ojos. Por favor. Criatura pálida. Lo tiene todo. Ha engañado la confianza. El territorio sagrado ha sido pisoteado. El viejo y el joven se enfrentan. El hijo cae. El padre es arrastrado al fondo de esa vergüenza. El hijo ha roto la regla del cuerpo. La sustancia ha destrozado ese lugar. Primero, la risa tonta; segundo, la lentitud física y mental; tercero, la memoria. El padre ha castigado ese rostro corrompido. La sangre contiene el veneno de la sustancia. Es un hijo extraño. El padre pierde lo mismo. Primero, la risa feliz; segundo, la paciencia; tercero, recuerdos bonitos. El hijo ha sido delatado por los signos. Estás castigado hasta el nacimiento.

Me miraron. No dijeron nada. Fue suficiente. Necesité mostrarme seguro en ese momento. Por dentro, me quemaba la boca del estómago. Salí a fumar. Estuve harto rato. Fumé cinco veces. El tiempo era lento en la maternidad. Me odio. Mi hija ha nacido mal. Lloré por mi fatídica nocturnidad. Me persigue o la sigo. Compré sustancia y licor. Caminé desabrigado, castigando mi cuerpo con el frío de la madrugada. La lejanía encontró mi refugio.

Le ha nacido una hija que no puede ser retratada. Huye. Su remordimiento conoce la causa de esa criatura incompleta que ha salido de un cuerpo, que ha crecido en un vientre, que ha sido procreada con amor. Culpable. Escóndete en el refugio de tu sombra. Sea un hijo la consecuencia de los actos de sus padres.

No se sabe cómo afectará una sustancia el cuerpo de un hombre, el cuerpo de una mujer, el cuerpo de una hija. La sustancia está viva. Porta muerte y caos en su viaje sanguíneo. No se disfraza. En el mundo, las culturas mínimas están prohibidas para nuestra protección. La mente lo sabe. Los consejos de la gente nos recuerdan aquello que hemos olvidado cumplir según la medida de nuestro bien.

La madre lo había seguido antes a ese lugar. Es un secreto para el padre. Lleva un chaleco. Detente. La rapidez es sorda. Ha sido hallado. Vamos. Estaba en las vías férreas. Muévete. Un túnel ampara su palidez. De niño odiaba la luz. Qué hice mal. La madre toma la botella, la quiebra. Le pega una cachetada a esa borrachera. Abrígate. Es tironeado por esta mamá. Reacciona. Báñate, aféitate. Cámbiate ropa.

La ignorancia no quita la responsabilidad de los daños.

Camino recorrido, camino superado. Un hombre limpio por fuera espera su limpieza por dentro. Habrá tiempo para eso. Los padres endurecen su control. Las reglas de una vida correcta comienzan más tarde. Te habrás sanado. De vuelta en casa, serán quemadas las cortinas, revisados los cajones y dado el último golpe de conciencia merecido. De lejos, parece una familia normal, asistiendo al nacimiento de un primer nieto. La costumbre es olvidar los errores de la vida por breves segundos para celebrar aquellos momentos alegres que tanto cuesta ganar.

Siete años. La hija descubre el amor de un consejo:

- Los padres quieren que seamos buenos. Luchan para que no seamos tocados por el mal. Por eso nos mienten o nos ocultan cosas a lo largo de la vida. A veces las descubrimos por accidente, por confesión o por malicia familiar. Decidí no hacer preguntas dolorosas. Recibiría compensación a mi tiempo. Cuando se cuestiona mucho, uno puede terminar sin creer en nada ni en nadie. 




De "Fábulas para animales como usted" 25: Jirafa.


Jirafa

Ella sabe que es muy alta y muy delgada. Cuchichean, se burlan de su apariencia. Y las manchas. Esa pigmentación camuflada con cremas desde la infancia por mamá y papá. Ella soporta estas molestias. No responde a torpezas de adolescente. Ella cree que los modales de respeto no han entrado en esos sesos de mono. Ríe con pesadez. La costumbre de molestar está casi extinta. Pero si naces diferente, olvídalo. Aunque esté en el más caro de los colegios privados, tu vida puede ser un infierno.

La primera fotografía significativa que le tomaron fue en la playa. Estaba con unos amigos paseando en el balneario. Se unió otra gente. Se protegía con un quitasol obligatorio que ocultaba por completo su delicada piel. Un chico desconocido, de estatura regular, descubrió su belleza. Su cuello era grueso. A ella le encantó. Él se dio cuenta de inmediato, pero la evitó, no se diera cuenta de que también le atraía. Cambió la voz, fingió que le interesaba otro tema. En fin, aquella tarde conversaron mucho y se besaron una vez. Se tomaron una fotografía. Está enmarcada en su pieza. Es una imagen invaluable.

Los malos momentos serán compensados con hechos sorprendentes.

Crecen juntos. Es una linda pareja. Se nota eso que suele llamarse el amor de mi vida. Hablan mucho. Él le pregunta por qué prefiere estar sola. Ella le dice que sus amigos son aquellos que la hacen crecer como persona y que los que quieren verla disminuida son gente sin importancia. Él nota su problema, pero para él ella es mi amor, mi vida. La protege sin restarle independencia. Ella lo sabe, no es tonta.

Gracias a él decidí probar un espejo para maquillarme. Me arreglé un poco. Ningún hombre me había mirado como él. Me sentí tan linda. Atrás quedó esa cara larga y sin vida; también las respuestas cortantes. Dejé de andar a la defensiva. Viví contenta. Reconocí mi valor como mujer. La belleza física aparece cuando la persona se siente bien consigo misma. Vencí.

Lo que vino después fue inesperado. Estábamos paseando por una avenida cuando me preguntaron si quería participar de unas fotografías. Dije que sí. Fue la oportunidad que cambió mi vida. Una cosa por otra. Él me felicitó. Mi amor. Me quedé pensando largo rato. Él me hablaba, pero yo escuchaba ruido. Estaba ida.

Yo dudaba, créanme, de que mi historia de amor fuera tan perfecta. Desconfiada, hablé con mi mamá y le pregunté si existían hombres ideales. Ella me dijo que el amor se construye de a poco hasta madurar. Mis padres no peleaban ni discutían. No vi esos conflictos en mi niñez. Mi vida fue plana, sin sobresaltos ni grandes penas. Con los años me di cuenta de que las parejas sin problemas sí existen. Aparté esas extrañas ideas dramáticas de que hay que sufrirlo todo para empatizar con los demás.

Me llamaron para preguntarme si quería ser modelo. Estudié. Fui aplicada. Alcancé las estrellas (Qué frívolo, pero me gusta la frase). Desapareció mi rechazo al sol; también mis manchas. Mi nueva actitud me consolidó. No presumí mi celebridad. Mi padre me felicitaba. Su mirada era contemplativa. Expresaba poco con las palabras, pero yo notaba su satisfacción. Me decía que lo hiciera bien. En realidad estuvo repitiéndome que pensara que cada día estaba mejor desde chica, pero se me olvidaba. De todas formas cuando estaba sola lo hacía con convicción. Descubrí sus efectos: la forma en que él me enseñó a pensar fue la que me llevó lejos.
Es la hora de la elegancia. En la pasarela, destacan sus piernas altas, su cuello distinguido, sus largas pestañas para esa mirada expresiva. Los fotógrafos la veneran. Ella muestra un garbo excepcional. El tiempo se detiene. Enmudece la gente. Su belleza es aclamada. Desde su posición, ella logra ver todo, hasta el futuro.

Afuera, en las calles, en lo alto de los edificios, en las tiendas, su imagen recuerda a algunos que un corazón enorme puede más que unas palabras crueles. De no haberse puesto al lado opuesto del viento, hubiera sido envenenada con la amargura que lanzaban esas voces al aire. Quisieron quebrarla. No pudieron. Ese leve rencor lo eliminó al instante con postura de ganadora. Antes de salir a la pasarela levantó alto el cuello, lanzó un beso a su amado y se puso firme, segura de que su vida sería aún más maravillosa. 

De "Fábulas para animales como usted" 23: Molusco.


Molusco

No culpo a nadie por mi situación. No quise estudiar. Fui consecuente. Acepté la primera oferta de trabajo responsable. Justo ahí debí prestar atención a las señales. Mi trabajo consistía en cargar y descargar cajas de un camión con una máquina y un carrito. Eran viajes extenuantes. Dormía en el asiento al lado del chofer, uno distinto cada vez. Medité mi suerte y mi soberbia no me permitió ver que fui flojo y desordenado por mucho tiempo. A partir de esa rabia inútil aceptaría el hecho que desencadenó mi presente.

Aparte de mis viajes, había beneficios: comer gratis, conocer el país, conversar con mucha gente, recibir regalos, sentirse libre. La oscuridad de la gente la vi de noche y  de día: robos, violencia, prostitución, drogas, amores escondidos, hijos desparramados en pueblos perdidos, ciudades diseñadas como fábricas para producir dinero a sus dueños, ciegos de mentira, indiferencia, pobreza, silencio. Los dos extremos eran amigos y enemigos a la vez, en esa rara ambigüedad donde lo malo a veces produce bien y lo que se cree bueno causa enormes daños. Lo que más me llamó la atención fue el silencio. El silencio servía bastante para sobrevivir. Vi horrores. Callé. Reconozco que me gustaba pasar por simple, tonto, tímido o como quiera decirse. Había historias desgraciadas en las confidencias de las vidas que compartí. Buscaban mi hermetismo para contarme secretos. Indiferente. Para mí lo importante era sobrevivir. Yo heredé tierra, pero no tenía dinero para trabajarla. Ahorraría para construir una casa. Era mi meta. Y fue difícil, porque muchas tentaciones aparecieron para desviarme de mis sueños. Un bajo salario alarga la espera también.

La flojera de mi adolescencia la pagué caro en mente y cuerpo. Primero, me derrotó la rutina de ser adulto y trabajar. Quise ver mi labor como una aventura, pero lamento tanto el dolor de mi cuerpo, de mi espalda, el  cansancio, reventarme los dedos de los pies con el peso de unas cajas, descuidar mi salud, andar hediondo por no poder cambiarme ropa. Lo segundo es una carga que soporto con la fuerza de mis brazos. Me esforcé en mis terapias e hice hartas pesas para mover mi cuerpo hospedado en la silla de ruedas. Sólo puedo moverme del esternón hacia arriba. No pasa mucho hacia abajo. He superado varias etapas. Me siento valiente. Fue en el último viaje que hice. Dormí en la carrocería de un camión pequeño. El chofer cerró la puerta. Me despertaría al cruzar el desierto. Era un largo viaje de noche. Me eché sobre un colchón de espuma que había y me cubrí con una frazada. Era una rutina que yo conocía. Desperté siete días después de un coma. Usted sufrió un accidente. Estaba en una camilla de lujo cuando recibí la noticia de mi inmovilidad perpetua. Se había roto mi médula porque yo había rebotado como una pelota adentro del camión. El médico me dijo que yo debía estar muerto con tanto traumatismo. No le respondí. El seguro se encargaría de mí. Menos mal que tenía un contrato de trabajo. Lloré, lo confieso, pero, más que por mi situación, fue por mis sueños. Quería una familia, hogar, no quedarme solo. Yo soy perseverante. Así la conocí.

La duda es enemiga de los sueños.

Ella apareció de repente. Yo tenía una mujer que me cuidaba por expresa resolución del seguro. Pero no me tincó. Quise dar un paseo. Fui a un parque cercano lleno de árboles. Allí estaba ella. Al principio no la vi. Puedo mover un poquito la cabeza. Yo sólo respiraba el aire sereno del día. Ella se acercó. Me contaría después que ese día lo había tomado libre para pensar y estar sola. Se sentó al lado. Pensé que era una loca. Se lo dije varias veces cuando fuimos pareja oficialmente. Bromeaba y se reía conmigo. Ella, la loca de amor, decía yo. Estaba sola como yo. En realidad nos gustamos de inmediato. Me dijo que yo tenía sonrisa de galán. Sonreí coqueto. Me dieron ganas de estar con ella. Se lo pedí después de muchas salidas. Había perdido mi movilidad, pero no la vergüenza. «En tu casa». Acepté. Lo había logrado. Y sucede lo que sucede entre dos adultos, porque yo aún puedo tener relaciones sexuales y estirar mis brazos para llegar donde la vida me mueva.

De "Fábulas para animales como usted" 19: Gallina.



Gallina
~Mamá, soy un fantasma.
- Hijo, no botes cosas al suelo.
~Déjame ir.
En el campo antiguo se vivían historias secretas.
- ¿Me darías el bebé para que sea mi hijo? (Hice la pregunta más valiente de mi vida a aquella mujer).
- Bueno. Firmemos los papeles. (Fue un pacto silencioso. Ella no quería hijos en su vida. No la he vuelto a ver jamás y pienso que merecemos olvidarnos  mutuamente).

Esa pregunta y esa respuesta unieron sus destinos. El niño fue suyo. Ésta es una preciosa historia de tiempos antiguos, una dulce experiencia para quien logre entender a una mujer que no pudo casarse con el hombre que tanto amaba sino con el que la obligó su padre. 
Con la rabia del cuerpo, con rencor, fría y sin amor, sobreviviría.

El pequeño anidó en el cuerpo de una mujer que, mucho antes, había rogado a Dios que nunca le diera hijos. (Maldije mi matrimonio arreglado, maldije mi maternidad). Dios respondería según su divino parecer. La razón de esta súplica sólo Dios la perdonará. Hablen con Él para conocer la verdad.

Ella, furia y severidad, terca por costumbre, fue madre; él, único, acogido y amado, pudo ser llamado hijo con el apellido de su nueva madre y de su nuevo padre, así que ningún otro niño se mofaría de él ni tampoco se haría preguntas sobre su origen. El padre no hablaba mucho. El padre sabía. El padre callaba. Quiso al niño sólo después del final de esta historia. Ausente.

Años, muchos años después, ella se arrepintió y quiso procrear su propio hijo. (Instinto). Y cuando fue al ginecólogo, éste le dijo:
- Señora, tiene un quiste ovárico. Debe extirpárselo, porque es cancerígeno. En el examen que se hizo en el control anterior, vi que aún tiene huevitos para procrear hijos - habló compasivamente a la mujer que lo miraba con aspereza -. Puede realizarse un tratamiento contra el cáncer mientras decide embarazarse.
- Saque lo que deba sacar, doctor.  Yo ya tengo un hijo.

Estamos a prueba hasta el último de nuestros días.

Nunca le mentí a mi hijo. Le expliqué desde los ocho años que no había nacido de mi vientre, pero que lo amaba como si hubiera nacido de mí. Lo amé veintitrés años. El día que lo perdí, soy directa, perdónenme por contarlo así, llovía mucho. Fue un accidente. Era de noche. Mi hijo iba por un camino lleno de charcos a ver a su abuela. Un auto lo atropelló. Recibí la noticia y me desmayé. Cinco horas después desperté sin hijo. Había muerto instantáneamente. Lloré más que la lluvia de ese día oscuro. Y aunque acogí a otros como mis hijos, aquél que murió para mí fue el más importante. Soy dura. Y ayer, después de veinte años de duelo, tomé una decisión:

- Mi sufrimiento se termina hoy. Hijo, te quise desde el principio. Adiós, amado hijo. (Volví a latir).
~Adiós, mamá. Yo también te quise mucho.

Al hacer el gesto de despedida invisible, sentí un grato calor interno, el mismo que me permitió cobijar a mi hijo la primera vez que lo tuve entre mis brazos.