Aventura

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martes, 23 de febrero de 2016

De "Fábulas para animales como usted" 28: Sanguijuela.


Sanguijuela

La niña las había amansado en los surcos que formaban las costras de sus brazos. Las llamaba por su nombre. La sangre era el alimento sagrado de esta madre salada. Duermen en ese reposado cuerpo esquelético. Ella se queda quieta. Las cejas se curvan.

Esa rabia, mamá.
- Cállense.

Lucha por ellas. Le ayudan a sobrellevar el dolor. Son sus hijas. La niña toma nuevamente el filo de su navaja y corta. Gotea el líquido rojo por su piel blanca.
- Coman.

Ellas arremeten ante el sacrificio.

El gesto la apasiona. Son dos meses de deterioro. Lo hace dos veces al día para comprobar su eficacia. Debió irse el dolor. No, no desaparece. De alguna manera podría deshacerse de él. Las criaturas chuparon la sangre con hambre insaciable. La niña, que toma el filo para cortar esos brazos blancos, esas piernas blancas, corta de nuevo. Las sanguijuelas se le pegan a toda velocidad. Esos dientes clavados no le causan daño. Las sanguijuelas son engañosas. Ella sigue creyendo que se llevan el dolor. En realidad, le contagian más llanto y más ganas de morir. El maquillaje las oculta un poco.

Los problemas crecen cuando se alimentan de desesperanza.


En una noche de culpa, suben por sus pies y le perturban el sueño. Se pegan firmes. Descubre las intenciones de las criaturas. Mátate. La niña recapacita horrorizada. Patalea, ruega por su vida. Viaja a su interior. Es largo el trayecto. Activa su luz. Vuelve. Abre los ojos. El cansancio, la pérdida de sangre mancha las sábanas. Enciende la luz. Está llena de asquerosas sanguijuelas. La luz las ahuyenta. La niña corre al baño. Abre la ducha y se baña. El jabón es áspero, pero útil para sacarse las costras del cuerpo marcado con una mala historia. La noche abandona su peligro. La niña soporta el insomnio. Sale el sol. Aparece la calma. Golpea una puerta. Se abre. Mamá me mira. Papá toma la mano de mamá. Terminó. Es de día. Ellos tampoco habían dormido. Me recosté en medio de su espera. Me hicieron un refugio. Me cubrieron y pude dormir. El daño dejó de vivir en mí. Fue abortado. Ya no hablo de él.

De "Fábulas para animales como usted" 27: Conejo.


Conejo

Libertino. Crápula. Reproductor de problemas. Entre más hijos, más hombre. Es colectivo el desparramo. La mujer, el útero, la semilla, la tierra fértil del deseo. Poesía marginal. El dolor hecho arte. Fenómenos sociales. Hijos por allá, hijos por acá. El silencio de las mujeres. Su dueño. Prohibido amar a otro; prohibido desear a otro. Ellas son la propiedad. Las orejas guardan los secretos. (Cuidado, susurros, miedo). Él es el padre. Él es el hombre, el poder, la majestad y el orden. Toma, copula y se va. Ellas no existen en el acto lúbrico. Sufren el conato. No hablarás si no te habla. Esto no se dice. Esto es carne. Rijo ancestral. Multiplicados sobre la tierra.

No seguir al pie de la letra una enseñanza, sino adaptarla a la propia realidad es lo más correcto.

Visita poco. Es rápido. Los hijos se le acercan para reconocerlo. No saben cómo llamarlo. Lo han visto en la fugacidad del desamparo. Hay montones de madres. Lo aborrecen. No pueden confesarlo a sus hijos. Callan. No hablan de ellos, los paridos como trofeo para un hombre ausente. Crecidos, alejan el bien con males y muertes. Aprenden lo peor. Ocupan lugares, pero carecen de significación. Son los sin nombre.

Fui consciente. La velocidad me hizo famoso. Así supe mi nombre. Arranqué. En mis brazos pesaba un objeto que no era mío. Ahora sí. Robado. Rompí la ventana en ese silencio roncado. El sueño. Luces fueron encendidas. Me cegaron. Capturado fui. La jaula de mi sombra. Tocado boca abajo por los cuerpos. Sobre mí jadearon legiones de demonios históricos. Basura. Aquí yazgo. Casi maldigo. Me retracto. Conozco esa fuerza. Sé que si lo hago, esa palabra retornará a mí para pudrirme. Tomo el filo. Acaricio. Mato para morir. Uno solo expía mi mancha. Gano. Su ojo en mi ojo rojo. Me aíslan. No alcancé a reproducirme. (Los hijos de matadores heredan el instinto destructivo). Salvo vidas. Mi juventud se hace vejez. Adentro, de allá para acá, de acá para allá, el paseo es de ocho pies memorizados. Quien mata, vive sólo esta vida y pierde su vida espiritual, hijo. Recuerdo esta devoción de mamá. Veo su cara. Le digo que no la quiero ver más. Entiende mi plaga, mi sacrificio. Las maldades me devoran. Madre, aquí, en esta tierra, tuviste un hijo. La beso. La olvido. La borro.

Cae la noche. Cae dormido. Luego, el insomnio. Ha escrito en la muralla: «No pensarás, porque harás daño. Los malos pensamientos son la causa de las peores creaciones humanas». Una vez pensado algo, jodiste.

En el margen, unos niños juegan. Podrían ser sus hermanos. Ni él ni ellos saben por qué el padre los ha abandonado. Oficialmente, no existen. Son los innombrados. Piedad para sus madres.

Anónimo.



Alik Handru, microcuentista chileno.