Aventura

Literatura, naturaleza y emoción.
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miércoles, 1 de enero de 2025


El hilo negro enredado
Alik Handru, microcuentista chileno.

Siempre fue vestida de negro. Pero no sabía por qué. Así diseñaban toda su ropa y gastaban bastante en hilo negro. No usaban otro color en su ropaje. La vestían así y quedaban felices. Aunque ésta es la imagen típica de la muerte, dicen las escrituras que es un ángel, un ángel blanco e impertérrito de un Dios que no deja comprender aún todos los misterios de la vida que conocemos hasta la fecha. Quizá nuestra mente mejore con los siglos y podamos adentrarnos en esas cosas de las que nadie quiere escuchar. Las historias vienen y van. Las ideas son eternas y permanecen guardadas para heredarlas una y otra vez hasta que sean superadas por otras mejores.

El ángel de la muerte sabe nuestra fecha. Dios lo envía. Es lo único cierto.

Mariano fue como cualquier otro niño encantador. A pesar del amor, de la educación, la vida haría de él un hombre de mal. Su valor se midió en medio de cuchillas y de armas. Había desafiado al más malo de todos y pasó lo que ya sabes: recibió cinco disparos en el cuerpo y quedó tirado en la calle hasta que lo encontró la policía con su madre suplicando otra oportunidad. 

Todavía resuenan en mi cabeza los secos lamentos de su madre al escuchar la noticia no por dolor, sino por paz, porque ella esperaba ese final.
-¡Hijo mío! - gritó y no hubo más voz ni brotó una sola lágrima.

Sangre. El dolor, limpiar esto, si sé, lo sé, este llanto, esta resignación, este alivio. Porque yo estaba esperando, en mi parte más oscura, su muerte, que es la paz también para los demás. Ya no quiero ser madre. Sólo quiero saber que ya se acabó. Trajiste sufrimiento, Mariano, trajiste dolor y ese dolor lo cargó cada persona que te amó. No sabes cómo me siento, cuánto te quise, cuánto daría por haber hecho algo más. Yo te siento y me hundo en este silencio incómodo y malo.

El ángel había cumplido su misión y no volvió a saberse de Mariano. Las flores se secaron sobre su tumba y luego fueron a dar a la basura. 

El hombre hace al hombre y también lo destruye. 

Dos mujeres que no se conocieron buscaron la forma de morir casi al mismo tiempo. Nadie las detuvo. Dicen que sus decisiones fueron motivadas por hombres tiranos y malvados que las colapsaron. No soportaron la presión, pero tampoco tenían que hacerlo. Se paralizaron y no huyeron como pensaríamos. Se cree que ambas sintieron lástima de esos hombres: ¿quién los iba a querer? Creyeron que los podían hacer cambiar. Entonces tú te preguntas cómo alguien puede influir tanto en tu mente y lo ves simple y concluyes que esa persona es débil o influenciable y no aceptas otra opinión. Notas algo distinto ahora que buscas entender. Recuerdas que, muchas veces, tu mente no da para más e intentas olvidar todo y te distraes hasta que te vence el sueño y despiertas y no se ha ido nada del agobio que no te deja descansar ni dormir ni soñar bonito. Ambas nunca se conocieron ni sabemos si se conocerán. Ambas fueron a comprar una soga y hacen lo que intuyes: se ahorcan. La vida no les da ninguna esperanza ante una persona horrible que pensaste que te amaba. No supieron cómo luchar. Estas mujeres son hermosas. Su pelo es largo, muy largo y cae, flota y va y viene. No debiste imaginar esa situación.

Las dos mujeres fallecen y nadie quiere acordarse de ello. Todos quieren saber por qué ha ocurrido. No hay carta ni nota de despedida. Entonces las encontraste meciéndose, vomitas y algo de relajo te da esa purga. Consigues olvidar después de años, pero sientes culpa por no haber hecho algo. No había nada que hacer. Su familia baja la cabeza y se siente culpable de por vida. La tristeza no se va del corazón cuando se amó de verdad.

Me gustaría morir en el sueño.

Cuando niños nos permitimos hablar de la muerte. Nadie pensaba en eso. Pero nos juntamos en el patio de la escuela y estuvimos de acuerdo en que morir en el sueño era la forma más agradable e indolora de dejar el mundo. Pero éramos chicos y no sabíamos el alcance de esa conversación. Vino un silencio grande y luego dijimos que mejor nos íbamos a jugar y así lo hicimos, pero yo sé que esa conversación tan íntima haría trauma. 

Crecimos. Rami murió electrocutado junto a otro trabajador mientras intalaba unos cables en un ducto bajo tierra. Alguien dió el paso de la corriente sin saber que ellos estaban ahí. Era un tipo grande y siempre se burlaban de él. Daba puñetazos y siempre andaba enojado. Tenía buena situación y creo que eso molestaba a los otros, porque siempre llegaba con cosas caras y uno ni hablaba, porque nosotros apenas teníamos dos monedas únicamente para comprar dulces y pasar el hambre de estar todo el día encerrado aprendiendo a ser mejor o a ser peor. Entonces hubo duelo y ese silencio que siempre acompaña a la muerte. 

Siento que necesito desahogarme de eso y más.

Alberto era algo callado y tampoco conoció a las dos mujeres. Supe que también se quitó la vida. Era huraño. Era alguien difícil de tratar. Jugaba como cualquier niño, pero había algo de violencia en su actuar, algo que sólo sirve de detalle. Recuerdo a su madre. Ella parecía ausente de la crianza de su hijo. A veces creo que ella le tenía miedo a su propio hijo, incluso desde pequeño. Las madres saben siempre cómo termina la historia de cada uno de nosotros desde el primer día en que nos miran el alma a través de los ojos. Alberto murió de veinticinco años y fue olvidado.

Cada muerte que hemos conocido necesita un desahogo, una conversación para liberar ese monstruo destructivo que es la angustia, el nerviosismo o el miedo. Cada muerte es un porqué y luego seguir adelante. Y nos sentimos solos y desamparados.

Escúchame: he sentido mucho dolor y no lo he comunicado. Estas líneas ayudan un poco. Hablar y hablar. Necesito decirte que me he sentido triste y asustado. No me quiero morir. Me da miedo vivir. No quiero perder a nadie. Quiero que todos vivan para siempre y que sean felices. Aún lloro por los que no pude salvar. Quiero entender igual que todos. No hay que morir sin haber sido feliz. ¡Oh, Dios, cómo puedo vivir con esta incertidumbre!

Quiero salir a fumar. 
Déjenme solo.
Gracias por comprender.




        

sábado, 26 de noviembre de 2022

Lenvantarse y amar



Levantarse y amar

Fernando se levanta y desayuna. Vive en el séptimo piso de un departamento rodeado de otros departamentos. Hace años que no conoce la tierra o el agua de allá lejos, de los recuerdos, de los paisajes conocidos y por los pasajes misteriosos de las piedras gigantes. Eso ya no le preocupa, eso es otra época. Ya ha batallado; ha sido vencedor y ha sido derrotado. El paisaje es otro ahora. Éste es el futuro que nadie imaginó.

Fernando se sumerge en esa monotonía y en esa estructura. ¿Qué haré hoy? Entonces, con la espera del amor, recibe el mensaje de Ana. Escucha la voz de Ana y ella habla dulce y calma esa agitación y parece ser el remedio para cualquier malestar corrosivo. La ciudad está organizada y entrega todas las posibilidades. Eso piensa Fernando. Todo es llegar, presionar botones y recibir lo que se quiera. Fernando espera que ella termine de aliviar y animar su mañana.Fernando contesta. Dice que quiere salir a la montaña y nadar en el agua fría del río en su propio origen. Ana está de acuerdo. Pasará en una hora por él.

Fernando me pregunta si quiero ir. Respondo que sí. Esa ternura me fascina en su voz de amor. Le digo que me gusta contemplar ese verdor y esas flores y cactus, espinos y eucaliptus, pinos y quillayes de las montañas. No sé si sea por cultura, pero me gustan las flores. No podría odiar la belleza.

Veo a Ana llegar y me gusta ver su pelo flotar al viento. No sé si lo advierte, pero estoy en ese límite entre la felicidad y la tristeza. No distingo eso. Ana me besa y me hace sentir que este día se hace más agradable. Me gusta que ella se ponga sus lentes para el sol. Respeto esa privacidad, porque yo también los uso para que no me pregunten nada.

Vamos a la montaña y el ascenso me llena de ese aire fresco. Nos detenemos en un mirador y tomamos fotos. Yo evito aparecer. Pero me gusta ver a Ana siempre fresca, siempre buscando la belleza en todas partes.

Fernando parece siempre estar igual. A veces sé que simula una normalidad y quisiera saber qué le pasa. Nunca me cuenta qué siente. A veces debo esperar todo el día para que alguna palabra de ese mundo interior se libere y se comunique. Me gustaría tener esa confianza de alguna gente que se habla toda intimidad, incluso en presencia de extraños. Recuerdo esas familias donde todo se hablaba y donde todos parecían ser más felices por hablar y por ser escuchados. Entonces yo las observaba y me preguntaba si yo había crecido en una familia rara, donde los secretos y el silencio, la omisión y el juego de palabras habían nublado mi juicio. Me costaba acceder a Fernando, pero me conformaba diciendo que ésa era su normalidad.

- Ana, ¿vamos a comer algo? –
- Ya, vamos. Quiero comer helado.
- Yo también. 

No hay nieve cercana. Ya casi llega el verano. Ana y Fernando no se sacan sus lentes. El sol está fuerte y hace calor. El agua suena cerca. El río lleva la vida a la ciudad. Fernando y Ana disfrutan el viaje y se toman la mano con frecuencia. Me gusta ver esa delicadeza propia de quienes ríen de amor. Tan potente es el amor, que vuelve cursi a todos por igual.

Ana está contenta, lo sé. Y quiero que esté siempre igual y quiero que esté conmigo y quiero que siempre sonría y que sea eterna. Me gusta que siga mis chistes o mis estupideces. Me gusta que esté en la cama haciendo juegos con mi cuerpo y que me deje dormir apoyado en su regazo. Me hace sentir protegido y que nada más importa.

Comimos helado y ese día fue bonito. Fernando rio bastante, nadó en esa fría agua de la montaña y yo sentí que volveríamos a su departamento y que dormiríamos desnudos sobre la cama mientras el aire nos mecía hasta dormirnos. Imaginé que despertaría con él y que el deseo de adorarnos el cuerpo con besos y caricias alcanzaría el mediodía. Fernando dijo que ese día había sido feliz. Eso dijo. Eso recuerdo. Entonces no me invitó a quedarme con él. Me pareció raro. Así que ese domingo desperté y me levanté para escribirle un mensaje en el teléfono. Pero no contestó. Y me costó aceptar que ya no me podía levantar y decirle que lo amaba al mismo tiempo.

La ciudad se lleva todo rastro de imperfección y recubre el pasado con otras vestiduras. Entonces buscamos la fiesta y el frenesí. Algunos abandonan la ciudad y se van a vivir al campo. Las casas cada vez están más caras. Todos quieren volver a la tierra para contemplar el cielo limpio y suspirar sus sueños de libertad. Ana no volvió a la ciudad. A veces la veo sola sintiéndose culpable. Le digo que todos tenemos culpas y que elegimos volverlas invisibles con el olvido. Así me la llevo con ella. Siempre termino diciéndole que deje a Fernando en su propia lejanía y que, si ya no está, no ha sido por maldad, sino porque hay personas que no tienen la fortaleza suficiente para soportar las duras pruebas que ellos mismos eligieron padecer. Son decisiones íntimas que, veces, parecen conformar aquello que llamamos destino. Ana me mira. Sé que si me presta atención es porque quiere sentirse mejor. Trato de mejorar su ánimo y me esfuerzo. No hay olvido. No se sabe por qué no podemos sacarnos a algunas personas de la cabeza. No bajo la guardia. Amo a Ana. Ella es así: uno la ama simplemente. La recupero con besitos. Los días buenos son cada vez más. Tomo fuerzas. Quiero una vida con Ana. Por eso parto todos los días levantándome y diciéndole que la amo. 

Alik Handru, microcuentista chileno.

lunes, 25 de julio de 2022

El que ocupa 

«Imagínalo».
Pan, Margaret Atwood.

Hay personas que viven con él: el mal. Comienza ingresando en su odio. El mal ocupa espacio y traiciona sus mentes, haciéndolos huraños, ajenos a la humanidad, raros, crueles.  No se dan cuenta. Ese mal juega con sus mentes y no hay poder médico humano que lo cure. A veces lo adviertes a través de su mirada seca y muerta, sin luz ni amor verdadero. Saben fingir. Y no saben quiénes son. Son miles o millones. Yo te cuento esto para que entiendas que ese mal sólo lo puede sacar alguien que tenga poder para hacerles la purificación y volver su espíritu a su centro. Porque algunos reaccionan y buscan la cura; otros mueren ignorando la verdad.

Un hombre gruñe y golpea a otro. Un foco ilumina el drama. Es la calle y su basura siendo llevada por el viento. Nadie interviene. El mal le da fuerza a uno, agarra la cabeza del otro y la azota contra el piso varias veces. Desde las sombras, una persona luminosa reacciona y le patea los brazos para que no lo mate. Otro hombre toma la cabeza del caído y trata de percibir señales de vida de ese cuerpo dañado por la maldad. Se salvan dos vidas esa noche. La venganza se apodera del vencido y su mal lo guía sin fin hacia una vejez amarga. El vencedor también lo recuerda. Ambos no sienten arrepentimiento.

A veces tienes mucho dinero y te sientes poderoso. Lo ocupas en darte gustos y en parecer que el mundo te pertenece. Entonces recuerdas que saliste de esa humilde casa mal construida y te sientes un poco culpable de vivir a lo loco en medio de gente a la que le importas en billetes y no en consideración sincera. A veces has intentado hacer feliz a una persona comprándole cosas, invitándola a comer a lugares caros y a visitar lugares lejanos de la tierra. Pero ese vacío no se llena, porque quieres más y, la verdad, no hay más. Sólo te queda esclavizar gente para sentirte poderoso. Lo logras con dinero, obviamente. Tu familia te observa y no te molesta. Estás lleno de vacío.

Un niño cae a un canal de agua que bordea todas las casas de ese campo que reconoces. Salta el abuelo a rescatarlo. Lo logra. Lo empuja y lo deja en la tierra. El abuelo no tiene fuerzas para salir de esas aguas y nadie lo escucharía. Se deja flotar, pero el miedo lo va hundiendo en su depresión. Cree que ese instante es su castigo y su redención. Ofrece su sacrificio y no revelaremos sus razones. Se le ve risueño. Algunos niños lo ven durmiendo sobre el agua. Uno lo mueve con una vara. El anciano bosteza, se llena de agua y se hunde. Los niños se sienten asqueados y llaman a algún adulto. Sacan al muerto y lo llevan a la morgue. Huele demasiado mal. Abren todas las ventanas. Nunca olvidarías ese olor.

El tipo cocina de mala gana y queda todo desabrido, dejando un pésimo sabor en la boca. Eso le trae una amargura que lo invade hasta los huesos. Va al baño y se lava los dientes sin mirarse al espejo. Usa enjuague bucal. Come chicle de menta. Ahora se mira al espejo. No puede ocultar el malestar. Camina y entra a un restorán, se sienta y lee la carta, pero nada le apetece. Vuelve a casa. Siente hambre de verdad y prepara comida con mucha paciencia. Olvida su grosera violencia de hace unas horas. Se sirve y come lentamente. Hace ruidos de satisfacción. Uno sabe que si la gente alaba la comida es porque estaba deliciosa. Entonces, al verlo, ya sabes que está satisfecho. Nadie sale lastimado.

Yo vi todo esto y doy fe de que son verdaderas estas historias. Estas son mis palabras y mi silencio también.


sábado, 25 de junio de 2022



Pide y se te dará

Conoció el vacío y esa depresión que le hacía desear dormir todo el día. Entonces quería saber por qué estaba viviendo todo ese caos interno. Tomó las llaves del auto y se enfrentó a su propio presente. Iba con las ventanas abiertas. El viento frío le dio vida. Tomó la ruta hacia un cerro al que le gustaba ir cuando estaba tenso de rabia por no tener respuestas. Allí increpó a Dios y le dijo que ya era suficiente el dolor, que le quitara el castigo y que por fin pudiera vivir contento con la vida. Dios lo observaba desde cerquita. Bajó en forma de camaleón y se confundió con el paisaje.
- ¿Por qué me culpas de tus problemas? – dijo Dios con cara de por qué me buscas con esa cara de aflicción.
El tipo no entendió. Esperó pensar mejor las cosas antes de hablar.
- Sabes – añadió Dios - que no siempre tengo que ver yo con sus cosas humanas. Si la gente hiciera lo que yo les digo - porque soy la perfección - no andarían por ahí sufriendo y llorando a escondidas con la vergüenza de no poder hablarlo con otra persona. No sé cómo aguanto tanta falta de inteligencia.

Dios, en realidad, no habla, sino que despierta ideas en la mente primitiva que tenemos. El hombre no reaccionaba. Entonces rogó a Dios que lo ayudara a sentirse menos solo y más feliz. Dios equilibró cada movimiento en el mundo para que él recibiera lo que necesitaba. No era tan fácil. Casi siempre tardaba algunos días en dar lo que le habían pedido. Él mismo lo había prometido. Dios se acuerda de todo y, a veces no, por eso mandó a escribir algunos libros para inspiración de la gente.

El hombre empezó a mejorar y a tener su propia felicidad. Primero notó un cambio profundo en su estado anímico. Luego, sintió ganas de salir a hacer ejercicio y a compartir la vida con otros. Finalmente, aceptando tímidamente una invitación a una fiesta, conoció gente y un grato gesto de Dios lo acercó al amor que le venía bien. Su cara cambió. Sus ojos brillaron de vida. Con los días, el tipo ya había mejorado bastante, tanto así que no necesitó desahogar su amargura en ninguna parte. Dios lo vio feliz y supo que, por lo menos, había hecho una buena acción para el amor que quiere que se exprese en todo lugar. 

Al tipo lo va a mirar de repente para saber si otra vez anda dando lástima, pero no, nada, lo ha visto bien, sabes, porque tampoco quiero que piensen que no tengo misericordia. Mi paso por la tierra es para que la gente se sienta contenta y llena de amor. Ya hablamos mucho de mí. Los ancianos somos aburridos. Ya descansa. 



domingo, 31 de octubre de 2021

La costumbre de los insectos

La costumbre de los insectos

Yo era la noche y era la oscuridad, el tiempo de los otros, los que no deben ser. Me encendiste, me necesitabas, me buscaste en la seguridad de tu miedo y te di la luz de mi foco eléctrico. Nosotros caminamos por todos lados con nuestras patas minúsculas y sigilosas por ese cuerpo humano que dormía cubierto con una única manta abrigadora. Fui el frío en esa habitación, persistiendo en mi existencia nocturna de hacer dormir bajo la luna.

El hombre despertó de todas maneras. Abrió los ojos y halló paz con la lámpara. Notó que había algunos insectos sobre la manta y la sacudió hasta sentir que se había liberado de todas esas pesadillas vivas. Poco a poco se reconoció y contempló su propia historia: no había lugar para él en este mundo. Hacía días que sabía que no tendría mucho tiempo. Los resultados médicos eran concluyentes. Y en esa intranquilidad, deseó soñar sin despertar jamás. El hombre, un tipo normal, con hijos y esposa a quienes ya había abandonado hacía años, seguía vivo por vivir. No tenía contacto con ellos. Algunas veces contestó mensajes, disfrazando su agonía con palabras de amor y de comprensión. Sólo él conocía su destino. Y sabía que tendría que mentir hasta que ya el cuerpo lo delatara. 

Tenía su despertador listo para que sonara en una hora más. Apagó la lámpara y cerró los ojos para no pensar más. Una hora más tarde sonó el despertador y comenzó el día con la rutina del baño y del desayuno. Los insectos de la noche estaban en sus escondites de día. La lámpara descansó. El frío no se sentía cómodo y se refugió en las sombras de los árboles.

El día está soleado y un hombre que ya no quiere pensar se dirige al trabajo. Allá hace su trabajo monótono; sonríe para no recibir preguntas y conversa sobre el mundo y sobre los otros. Me da pena pensar en él. No sé qué decirle. No hay nada más infructuoso que dar esperanza a un hombre que sabe que va a morir. Ni todo el amor del mundo puede inflar su pecho de alegría. Entonces sabes que eres una molestia, sabes que te ve como un insecto, sabes que para él todos somos unos insectos.


Por Alik Handru, microcuentista chileno.

viernes, 3 de abril de 2020

Ciervo


Ciervo


            Empecé a trazar el entendimiento de mi viaje. Estaba en un sector del bosque que no había sido recorrido. Mis orejas se movieron. Nada oí, nada me inquietó. Olí las hojas bajas de los árboles. Una racha de viento me hizo contener el aliento. El suelo tenía colores amables y tranquilos. En el bosque, mi mente se elevó hacia el cielo. Olí también un aroma dulce que transportaba la brisa. Caminé disfrutando perderme: la verdad, estaba descubriendo nuevos espacios del mundo que aparecían ante mí. Caminé por horas, hasta hallarme en un bosque pantanoso. Había tanta agua alrededor, que alcancé a percibir su movimiento, su vínculo invisible entre la materia y la vida del mundo, semejante a un tren con infinitos carros, destinado a transportar los elementos necesarios para que el mundo siguiera funcionando en su perfección.

            Me hundía en el barro. Seguí caminando. Seguí registrando mi paso por esa naturaleza. Me dieron ganas de echarme a dormir en un lado donde había tierra seca. Vi las ramas de un árbol sobre mí. El sol me abrigaba y vi cómo era de verdad su corazón de astro amoroso. Tuve claridad y tranquilidad de ánimo.

            Me dio sueño. Al atardecer todo se apagó. Fallecí viendo cómo una mariposa nocturna y una luciérnaga solitaria se posaban en mi cornamenta añosa. No dolió la muerte ni eché de menos mi cuerpo pesado. Yo nunca dejaría ser parte del todo, pues aún serviría de alimento para las criaturas diminutas que pueblan la tierra. No supe más que dar gracias.


            Cerca de un arbusto lo vi. Estaba en el suelo con sus huesos ordenados. Me impresionó esa muerte. Puse atención a la cornamenta de un ciervo que parecía haber muerto de viejo. Debía llevar años ahí, pensé, al ver los blancos huesos del animal que había sido.

Esa mañana salí de casa enrabiado. No sabía qué me pasaba. No quería escuchar a nadie ni quería saber por qué no me dejaban tranquilo siendo yo, y que me llamaran la atención por cualquier cosa. Estaba aburrido de ser manso y de sentirme un prisionero de mis padres, que insistían en decirme cómo hacer todo. No me entendían. No me escuchaban. Mi voluntad se rebeló con una desobediencia firme. Me dolía la cabeza, estaba confundido, desorientado; y no era que ellos fueran malvados, sino que, de repente, crecí y me di cuenta de que sus palabras ya no me servían para el nuevo hombre que estaba surgiendo de mi interior. Quería mi paz, mi violencia, mi voz fuerte, mi descontrol y mis desahogos. Me fui lejos para evitar tal destrucción. Deseaba enfrentar y defender mi arrojo a la naturaleza sin miedo a nada. Grité, rodeado de silencio.

            Me acerqué a esos huesos y me fijé en las cornamentas. Parecían ramas secas caídas de un árbol. Las moví un poco para sentir el peso. Me limpié las manos con un poco de tierra y después  me lavé las manos en un riachuelo. Tocar esos restos me dio escozor. Me quedé mirando el esqueleto largo rato. Comprendí mi vida actual como un estado nervioso de irritación por los cambios.  Me asusté cuando algo se rompió en mí y se aceleró mi entendimiento sobre el mundo. Primero, casi vomité el mal de mis días. Después grité y bramé como un animal al liberar mis tensiones. Y luego no pude controlar ninguna emoción. Liberé un torrente de emociones contenidas.

            Lloré como nunca, como si hubiera perdido a alguien de mi familia. Razoné y comprendí que estaba mal, que estaba sufriendo, pero mi introspección no hallaba la respuesta a mi fuerte rabieta. Puse atención al tiempo que había estado allí y fueron cerca de cinco minutos, pero en ese momento me parecieron eternidades. Me puse a pensar en mi casa, en mi presente y abandoné mi pasado. No temí el futuro que tantas veces me atreví a consultar a hombres viejos más despiertos que yo. Ellos me enseñaron a pensar, pero varias veces olvidé sus lecciones y me arrodillé con furia ante los errores que me hicieron llorar de vergonzosa impotencia.

            Sentí  que me perdía en el tiempo y que apenas dominaba mi cuerpo pequeño. Mi presencia era la de un niño, pero a veces me desgarraba en sueños y fantasías de hombre con más años, porque estaba dejando atrás la piel de mis primeros trece años. Estaba solo tratando de responder mis propias preguntas duras y reveladoras acerca de cómo es crecer y sufrir la ansiedad del futuro, cosa que nunca temí, porque me aseguraba la vida con la protección y el cariño de mis padres. Ahora era distinto, ahora yo debía ser el dueño y guía de mí mismo. Había dejado de ser un niño. Había dejado de jugar. Había muerto un niño para dar su vida a un hombre.
           
            Me dediqué a disfrutar el presente. Vi mi vida como si fuera un solo segundo de historia bien contada. Tan maravillado quedé de mi reflexión, que descubrí yo que existiría más allá del tiempo y de los relojes. Me sentí dueño del tiempo, como una fuerza que pudiera controlar con el poder del conocimiento que había adquirido.

Conocer la mente es la clave para tener poder sobre el propio futuro.

            Dejé de pensar. Se hizo tarde, pero no sentí miedo. El sol me iluminaría hasta el final del camino. Corté dos ramitas secas del arbusto que estaba al lado del ciervo muerto. Las limpié  hasta dejarlas como varillas y pedí a Dios que me guiara hacia un mejor lugar. Las varillas se convirtieron en una guía perfecta. Apuntaban como una brújula y sentí la energía del Creador guiando mi mano. Seguí el impulso de las varillas y llegué al principio de mi camino luego de tres horas caminando. Mientras caminaba, recordé cómo nació esta idea: hacía años conocí a buscadores de agua que usaban ramitas de árboles para hallar agua. Y me dije que si esas ramitas servían para buscar agua cuando se cruzaban, bien servirían para hallar mi camino de vuelta a casa a enfrentar aquello de lo que huía.

            No me perdí. Oí ruido de motores y de ruedas. Luego había gritos de niños jugando. Por último, había un zumbido de voces humanas conversando, gritando, riendo, existiendo. Las ramitas en mis manos sirvieron hasta la entrada de mi casa. Las boté en el jardín. 

            Contemplé mi casa y después de unos minutos entré. Se me pasó todo el hambre y el frío que tuve, pero que no atendí por andar pensando tonteras tratando de parecer rebelde con casa y padres preocupados. Me sirvieron un té caliente. Comí un trozo de pastel de frutas y me fui al corredor de la puerta de entrada para sentarme en una mecedora como un anciano gruñón. Nadie me molestó con preguntas, porque nadie me vio huir, supongo. Bueno, fue una huida secreta, no había para qué molestar a nadie con estos arrebatos. Lo quise, pero no funcionó. Fue.

            Atendí mejor la escuela. Hice travesuras y me divertí sin hacer mayor mal a nadie. Me gustaba estar atento, mejorar. A los pocos meses sentí amor por primera vez. En otra vida que pudo ser, fui tímido, pero, en esta, declaré mi amor y di mi primer beso. Entonces me sentí liviano y me supe un hombre más grande y más fuerte. No me faltó amor, porque después vi a compañeros metiéndose en problemas y, para que entendieran los adultos, concluí, para mí solo, que ellos solo necesitaron atención y cariño, palabras bonitas y enseñanzas. Yo creo que se desviaron del camino porque no supieron comprenderlos. Una vez uno me saludó y me pidió una moneda. Vivía en la calle y no lo reconocí. Habló con desagrado, ofendido por no recordarlo, pero le dije que estábamos muy viejos – lo que era cierto -, le di dos monedas para comprarse una cerveza y desapareció para siempre en esa vaga noche de mis muchos años.

            Crecí y seguí el curso normal de la vida como toda la gente. La vida me pareció un sueño, como han dicho tantos poetas. Fui todas las edades y viví en calma conmigo mismo. Pude aceptar toda mi biografía y quise contarla con el riesgo de parecer un sentimental o un perdedor, no me importó, porque pude expresar en palabras algunas de mis percepciones, porque el pensamiento es perfecto y lo que hagamos con él no siempre es tan maravilloso en palabras o en acciones.

            Ya estoy en edad razonable. A veces se me atiborran las palabras cuando hablo. Es que quisiera decir tanto y al final solo tengo buenas intenciones. Y se me van todas las conversaciones en máximas de hombre que cree que lo ha vivido todo.

La vida es simple. 
La vida es como la queremos ver.

No sé qué más decirles.
Hasta siempre.
Que la vida nos eleve como los árboles que buscan su claridad en el cielo.


Escrito por Alik Handru, microcuentista chileno.
Año 2019, recuerdos bonitos.










Leería hasta el final.

domingo, 20 de mayo de 2018

Fábula: Hormiga


Hormiga

Ella ahorró muchos sueldos ganados en la compañía de teléfonos del siglo veinte, peleando con esos cables enredosos que pudo manejar con la experticia de un pulpo, y no precisamente de aquel caso del niño pulpo poeta que leyó con poco crédito en aquellos años de escasa virtualidad y alto contenido mítico-fantástico o, fatalmente, manipulación televisiva. Con una lucidez obsesiva para sus diecinueve años, creó su destino sin necesitar a un hombre. Nadie imaginó nada, ni cuando su mamá la vio de a poco llenar su pieza de electrodomésticos. El padre, que en esa época daba poca importancia a las mujeres, vio en su hija un alocado comportamiento que no comprendió hasta su debido tiempo cuando ella le comunicó que estaba embarazada de un hombre del cual nunca hablaría.

- No les voy a decir quién es el padre. Si me quieren echar de la casa tengo de todo para irme a vivir sola.

Al padre se le cayó la mandíbula y el cigarro que iba a encender en la sala de estar. A la madre se le fue la voz y quebró el cenicero que estaba secando para tirar la ceniza del cigarrillo que ya no impregnaría la casa entera con su olor pasoso. La chica se fue a su pieza y no se sintió orgullosa de nada ni le preocupó el castigo que esperaría por las tercas costumbres del siglo. Porque no había nada más horroroso en aquellos años que una mujer soltera con un hijo de padre desconocido. La rebeldía sexual de esta mujer no dio para tanto, ni siquiera para preguntas imprudentes. Como fue de esperar, todos hablaron de ella como una perdida, pero como ella no se quedaba callada y daba un poco de susto su presencia, nunca tuvo que responder preguntas imprudentes, ni siquiera de la almacenera, que era el centro informativo del barrio.

Ella tuvo a su hijo con la esperanza de tener su propio sueño de felicidad. ¿Quién era el padre? Bueno, ella me contó que buscó a un tipo apuesto y perdió la vergüenza con él y mencionó recatadamente, y luego con una sonrisa de aquellas, que el hombre estaba bueno y que lo había pasado estupendo, pero no me dio ningún indicio para saber quién era, así que no puedo contar esta historia con ese detalle.

La chica siguió trabajando en la compañía por largos años, hasta que el progreso de la tecnología la despidió de su puesto. Ya no existían los cables. Entonces le ofrecieron seguir si estudiaba para usar computadores. Lo hizo. Ahora era operadora de llamadas internacionales. Obviamente que siguió una rutina normal. Fue una feminista sin saberlo en aquellos años antiguos y su historia no llegaría a ningún libro, porque había roto las reglas de señorita sumisa.

El parto significó una madurez potente, así que también le puso a su hijo un nombre significativo. Lo que ocurrió después fue un milagro. Después de los días de reposo, y pasado meses de enojo del padre y del silencio prudente de su madre, volvió a casa con su hijo.

- Saluden a su nieto. Saluden, no muerde. Vengan a conocer a su nieto.

El niño alegró la casa de los abuelos y fue querido, como sucede siempre cuando el amor incondicional que entrega un pequeño alcanza para todos los que lo tienen en sus brazos. Los abuelos jugaron con él hasta volverse niños y olvidaron todos sus reproches para asumir su nueva vida de viejos amorosos que gatean otra vez en el suelo.

La nueva vida no alteró la mente de la chica, quien siguió siendo prudente con el dinero que ganaba trabajando. Un día una compañera de trabajo se fijó en su cartera antigua. Nuestra chica tuvo una sola cartera en su vida y la lucía en todas partes.
- ¿Para qué necesito otra? Esta es la única que necesito.

Y fue cierto, porque cuando murió, la cartera, hecha de cuero auténtico, seguía tan bien cuidada como cuando fue comprada por ella misma con su primer sueldo. Tuvo otra que le regaló su hijo que usó para salir a fiestas y ceremonias y con eso fue suficiente para toda una vida de trabajo incesante.

El niño creció bien, nada que decir. La laboriosa chica trabajó y compró una casa. Allí se llevó todos sus electrodomésticos y demases y se fue con su hijo a vivir a la capital. Allí buscó trabajo de secretaria en una compañía de camioneros. Los abuelos dijeron adiós al niño y su hija les devolvió una sonrisa atenta y segura. En ella no había lugar para la duda, porque debía pagar su casa nueva en numerosas cuotas fiscales.

En la capital, ella conoció a un tipo y lo quiso, claro, pero no era para llevarlo a la casa, porque primero estaba su hijo.

- Vamos a ser felices puertas afuera. Puedes venir por mí cuando quieras. Ah, y me gustas mucho.

Lo pasó bien como quince años en la compañía y con su amor puertas afuera. El hombre intuyó, en un diálogo desnudo de una noche de amor, que ella no sería para familia así que fue directo cuando quiso terminar. Ella lo besó y cerró la puerta del edificio del amante querido cuando se lo dijo derechamente un frío viernes de otoño. También cerró su corazón, pero tampoco era de piedra, así que lloró toda la tarde antes de que su hijo llegara de la escuela y se amargó por semanas como toda mujer que quiso de verdad a un hombre.

Estuvo así como un mes y medio haciendo pucheros, pero cuando se dio cuenta de que la cara se le caía de pura tristeza, renunció a su trabajo. Estuvo sin penurias porque ahorraba mucho. Entonces aprendió a comprar terrenos baratos. Compró uno. Al cabo de cinco años multiplicaría su valor y con ese dinero empezaría a comprar más terrenos y a especular con el alza de precios. Era inteligente, esforzada, buena madre, una mujer casi ejemplar. No volvió a enamorarse, pero a veces se escapaba por ahí para no aburrirse sola.

Pero esta historia no se queda ahí.

Perdió a su padre y decidió volver cerca de su madre para cuidarla mientras envejecía. Ella misma se dio cuenta de que su cuerpo estaba vigilado por la ley de la gravedad, así que vendió su casa y compró un terreno al lado de su madre. El terreno no tenía ningún valor y era feísimo, porque estaba en un peladero de nadie y con un terrible olor a bosta de las vacas que andaban sueltas por ahí. Ella hizo una nueva casa como la imaginó y se llevó a su hijo, que ya estaba listo y motivado para estudiar en la universidad en algunos años. Cercó bien el terreno ella sola y, cuando pasaron cinco años, pudo comprar más terreno y hacerse de un espacio más grande donde poder hacer un enorme jardín y una piscina para cuando llegara el nieto que se le repetía en sueños.

Ella no se quedaba quieta ni cuando estaba acomodada en un sillón. No tenía tiempo. Tenía ideas para todo. Quiso una vida relajada. Con lo que le sobró de la venta de la casa y con lo que recibió del primer terreno, compró una casa antigua y la echó abajo. Con cálculo de negociante, vio que podría hacer unas doce casitas para arrendar y así tener cómo vivir sin tanta fatiga, así que fue al banco y puso todo lo que tenía en prenda para pedir un gran préstamo para cumplir con su meta.

Se pueden derrotar los propios errores y amar sus consecuencias.

Lo logró rápidamente. Once meses después, y luego de pasar apreturas y desvelos, puso un aviso de arriendo y fue todo un éxito su proyecto. Tuvo el alivio de poder lograrlo. El préstamo se pagó solo y pudo respirar feliz por muchos, muchos años.

Perdió el miedo a los aviones y se dio vacaciones mundiales. Viajó a los países de las primeras civilizaciones. Visitó potencias mundiales. Hizo voluntariado en hospitales para enfermos terminales. No podía quedarse quieta, era pura energía. Podía estar donde quisiera, pero se daba tiempo para hacer mejor la vida de los demás. No era una mujer que digamos meditativa, era más bien pragmática. Porque aunque hablaba con Dios de repente, se dio cuenta de que el caballero este no tenía muchos pecados por los cuales regañarla, por lo que su suerte económica la concibió como un regalo merecido y permitido por parte de él.

Su único vicio era fumar un poco. No se enfermó casi nunca de gravedad, y eso que el estrés estaba de moda. Cada día se daba ese tiempo para andar por todos lados. Tenía sus amigas. Nadie le exigió nada nunca. ¿Qué se le podría reprochar? ¿Trabajar mucho? Nadie la trató de mezquina, porque no negó ayuda a nadie. Era ambiciosa, pero nunca tanto como para no compartir su buena suerte.

Su último sacrificio fue renunciar a todo cuando se cansó de ser joven. No, no murió todavía. Le entregó a su hijo la responsabilidad de su negocio.

- Porque la edad no será nunca impedimento para trabajar. Ser viejo ahora es estar sin hacer nada, ni siquiera por uno mismo. Se pueden cumplir los sueños a cualquier edad – dijo enérgicamente cuando estaba en el hospital con otros viejos como ella tratando de mejorar los dolores de las articulaciones. La paciencia es un don, según ella.

Volvió a casa con un montón de remedios y se los tomó con harta fe porque no podría quedarse quieta ni un segundo más. Cuando le hizo efecto el montón de pastillas, volvió a la normalidad. También recibió una llamada con una noticia feliz: sería abuela. Cerró los ojos y se relajó imaginando lo que venía. Fue poco, nunca la tarde completa, porque se puso a hacer llamadas para hacer una piscina donde nadaría con el nieto que nacería en unos meses.

Fue a la pieza y tomó unos palillos. Tomó unas madejas y se puso a tejer ropa para el niño que venía a la casa, teniendo por seguro que es un niño, si yo ya lo soñé. Escribió también una carta para su hijo donde le revelaría donde estaba su padre, pero después la guardó para cuando ella muriera, pero se arrepintió que sí, que no, que ahora, que después, que ni muerta y varias razones más. Terminó meneando la cabeza y sufriendo por primera vez con la verdad que tendría que asumir. Pensó cuánto daño podría hacer a su hijo con tan solo un nombre.

- Ni siquiera sé si vale la pena. Que Dios me perdone el silencio de tantos años. Dame fuerza, oye -dijo, orando con fe de pecadora arrepentida -, mira que se viene fuerte la cosa. Se lo debo a mi hijo.

Cuando terminó de lamentarse con humor, fue por una pala y empezó a marcar el recuadro donde quería su piscina. Después siguió arrastrando la pala por el suelo como un juego y haciendo una línea interminable y siguió haciéndolo por la gran extensión de sus terrenos como una vieja loca que no sabe de límites ni de dificultades, porque había luchado por ellos a lo largo de una vida grata que se le dio para que todos supieran que para tenerlo todo a veces es necesario sacrificarse amargamente para ganar dulces finales felices.

miércoles, 28 de febrero de 2018

Angello


Angello

Angello había fumado marihuana y había tomado tantas cervezas como aguantaba la noche conversando con los amigos. Era día libre. Se había cortado el pelo con el corte de moda, corto por los lados y largo arriba. Al otro día fue a trabajar en el restorán. Antes de ir a atender las mesas, había visto su reflejo en el espejo. Salió bien peinado. Se arregló la camisa blanca. Lustró sus zapatos negros. Se arregló el pantalón negro.

Parecía un italiano, lo imagina así desde que lo ve. Ella se obsesiona con él, pero ni siquiera le alcanza para un sueño erótico. Porque la señora, a pesar de sus mil amores, encuentra una belleza luminosa en este joven al que le supone unos veinticinco años. La señora, que tampoco es tan señora, lo mira y le encanta esta dulzura que siente. Angello se acerca a ella y le ofrece el especial del día. Ella lo mira y Angello llena el espacio con su voz atarantada, que no era italiana, pero pudo ser. Ella pide pescado con ensaladas, un jugo de frutilla, un vaso de agua, un café para terminar. Angello llena ese espacio con su aura especial. Ella sabe, intuye, en realidad que él, en el espacio sagrado de su intimidad, se porta de mala forma, tan ingenua no soy, se le nota a este hombre que puede ser el mismo demonio en su casa.

Angello va a la cocina y le pide a otra mesera que atienda a la señora, a esa señora que está allá sentada en la mesa cinco. Esa señora está ahí, es tan mirona, con esa mirada que me sigue, si ni siquiera la conozco, pero es insistente y me enferma que me miren así como queriendo decirme o hacerme algo. La mesera ríe. Angello le entrega el pedido a la mesera y ésta lleva los platos. Ella hace lo que tiene que hacer y se retira a contemplar el cielo desde un patio interior del restorán donde se puede fumar un rato para soportar la presión del día. La mesera mira a Angello, pero no dice nada, porque no le importa la gente del trabajo, sólo quiere que las ocho horas de trabajo ojalá fueran seis para disfrutar la vida y no estar haciéndole la riqueza a otro que lo va a pasar mejor esa noche en su cama amplia, en su casa amplia, no como yo que apenas meto una mesa y ya debo pensar si coloco sólo cuatro sillas porque si van seis no cabe un sofá pequeño. Ay, Dios mío, dame fuerza para este día.

Angello anda atendiendo a otras personas. Se concentra en estar cómodo en su trabajo. La señora ha terminado. Pide la cuenta. Angello la sigue con la mirada inocente, no quiere complicaciones. Recibe el dinero. La propina es ostentosa y se emociona, porque nunca nadie había dejado tantos billetes. Entonces la señora se va y sale por la puerta. Afuera el sol pega fuerte. Angello piensa qué va a hacer con tanto dinero. ¿Compartirlo con la mesera?. Mejor lo guarda. Mejor ahorra. Cualquier cosa es mejor que el despilfarro.

Angello sale a la calle a mirar por donde va caminando la señora. La mira caminar un rato para ver si ella mira hacia atrás, pero no lo hace. Angello se aburre y se refugia en la sombra. Esa noche Angello está contento. La señora no puede dejar de pensar en Angello mientras fuma frente a la ventana que da al mar. La señora rescata la energía que proyecta Angello y cree firmemente que él va a ser alguien con un gran futuro o con mucha suerte. Angello cierra los ojos y se duerme sin pensar en nada. La señora termina su cigarro y cierra la ventana, cierra la cortina. Todo se oscurece.

lunes, 12 de junio de 2017

Microcuento: Lo que ella dijo.

Lo que ella dijo

Ese día ella le tomó el brazo otra vez. Él se paralizó. No había oportunidad de nada, así que él se transformó en piedra y apagó ese deseo de fuego. Ella me tenía sonriente, pero yo no podía intentar un acercamiento ni mencionar el tema. Trabajábamos juntos: ella, yo y su esposo. Yo no tenía nada contra él; nos saludábamos con calidez y me parecía siempre un buen tipo, así que empecé a alejarme de ambos por culpa, por tristeza, por imposibilidad, porque no quería herirme más estando cerca de ella.

- Yo sé lo que te pasa, pero me lo llevo a la tumba.

Eso fue lo que ella dijo y fue lo único que trajo la calma. Los días se le hicieron agradables. Aunque era invierno, no sintió tanto frío. Tomó más café que de costumbre para mantenerse despierto. Su atención se fue a otra compañera de trabajo. Era bonita y hartos años menor, pero vio una oportunidad y la invitó a salir. Fueron juntos a comer y pudo hacerla reír y ganar confianza, pero no tanta, porque no hubo beso ni una segunda salida. Como toda historia que pudo ser, no fue.

En esta historia hay ilusión. Hay un hombre absorto imaginando que abraza a una mujer en una cama espaciosa dentro de una habitación soleada. El tiempo se detiene. El contacto entre ambos cuerpos borra todo lo malo. Pero nada ocurre, porque nadie quiere sufrir. Ella ayudó a silenciar esa energía que parecía desbordar las reglas. No hablaron más que de trabajo. Toda esperanza fue derrotada. Porque no debían, porque no, porque nunca, porque estaba mal.

A él lo traté de cerca hasta que todo se desvaneció. Con mi esposo se hicieron amigos fraternos. Yo no podía permitir errores. A él lo veo preocupado por ser sincero con mi esposo. Yo sé que lo cuida, que me cuida, que quiere que mi vida sea la mejor. Se nota en sus gestos. Lo que dije se hizo promesa y la cumpliría. Vi la vida pasar como si fuese un eterno presente. No me hice cargo de su historia. Nunca imaginé una vida con él. Me negué todo. No arriesgaría nada, así que me reservé cualquier emoción para mis grandes secretos.

Yo me independicé y creé una empresa maderera con mi esposo. Lo volví a ver treinta años después. Pese a estar trabajando juntos y de tener grandes responsabilidades, nunca nos dimos los números de teléfono para decirnos algo como un feliz cumpleaños o un feliz navidad. Nos encontramos y nos saludamos con cortesía. Nos contamos los años y los días, nos miramos los cambios y comprendimos, satisfechos, que de alguna manera habíamos sido felices. Él se despidió con intensidad de mi esposo y con la fría resignación con la que vivimos años en paz. Era lo correcto. Los tres sonreímos contentos y nos despedimos para no vernos más.

La vi tan linda. Nos sonreímos como tres buenas personas que han chocado accidentalmente en una multitud. Me quedé con la sensación de que en la vida se puede vivir tranquilamente aceptando todas las pérdidas que quitan el aliento. Cuando ya nos dimos el adiós, caminé sin mirar atrás para que se me borrara su imagen. Sentí una pena inútil.

He transformado su imagen en olvido. Pero a veces vuelvo treinta años en el tiempo y, cuando la recuerdo, siempre es por lo que ella dijo.

Alik Handru, microcuentista chileno.

domingo, 25 de septiembre de 2016

Arida, microcuento sobre Arida.

Arida

Arida llegó a casa con la cara alegre y con la emoción de no estar sola. Venía con mamá, una señora bajita, dulce, que daba la impresión del amor de madre más auténtico. Transmitía calor la señora. Arida le pidió que la acompañara unos días. En realidad, no quería agobiar a su madre con sus padecimientos y pensamientos tristes que la tenían desesperanzada hace meses, luego de la ruptura con el tal Berto. Alivio. Padecer. Llorar sin ni un motivo, porque esa energía atragantada me envolvía por completo, como una manta de sueños que me convertían en una durmiente, en un cuerpo reposado en las negruras de la pena. Y ni una palabra tenía Arida para su madre, sólo la necesidad de recibir su fuerza, su cálida mirada de anciana buena. Su madre podía mirar el día más negro como si fueses el más brillante, el más bonito. Arida se puso tras los ojos de su madre para ver la realidad de esa manera tan noble. Y no quedó ciega, sino conmovida. Casi se dio cuenta de sus equivocadas ideas de tragedia. Arida esperó las palabras que destruyeran sus propios argumentos, porque era cierto que era dura, pero sólo de apariencia. Por dentro era de mantequilla y cualquier palabra podía herirla. Arida no cicatrizaba. Arida no sabía sanar. No resolvía. 

Arida pasó la tarde junto a su mamá. Sirvió té y se sentó con ella a recordar los tiempos que compartieron juntas. La infancia y la juventud. La partida de Arida para ir a estudiar a la universidad. El primer amor de su vida. El silencio llegó con la llegada de la noche. La madre de Arida habló en ese susurro amoroso de la experiencia y le dijo que se fuera a descansar a su pieza; ella lavaría las tazas y los platos, la cucharas, los cuchillos y sacaría las migas de pan sobre el mantel. Arida escuchó los movimientos de su madre entre el comedor y la cocina con agrado, con melancolía delicada, con esa lagrimita sola que cae porque ya no se puede soportar más tanta bondad, sintiéndose mal por ese insano estado de quien no quiere nada con la vida. Arida cerró los ojos. Su madre había esperado ese momento para acompañarla. Pero la miró desde el umbral y pidió a su Dios cumplidor que le diera fuerzas para hacer que Arida pudiera estar contenta por la mañana. Era realista. Simulaba su ausencia, caminaba como fantasma bueno y parecía estar en otra parte, pero no, era sólo la madurez de los años, era esa sensación de haberlo entendido todo por haber vivido tanto.

Arida despertó sin ni una sensación de cansancio. Pasó un día agradable. Hacía tiempo que no se veía tan dichosa. Los días menguaron su sensación de muerte de adentro, de total vacío y de sinsentido. Arida no sintió el paso del tiempo aquellos días junto a su madre. Tampoco se cuestionó esa nueva realidad de su mente despierta, despierta como una mañana relajada después de haber dormido bien. Y quiso esa libertad de niña que podía imaginar hasta un universo completo.

El día de la partida, Arida llevó a su madre de regreso a casa con toda su atención puesta en el gesto agradable de la paciencia. Se había esforzado por tener tiempo para que su madre se sintiera cómoda. Su madre iba mirando el paisaje, y pensaba en Arida, en que la veía tan sola, tan lejos de sí misma, que ya no la entendía, pero, como toda madre, pensó que era un estado pasajero, que cuando se es vieja, la juventud otra, la de Arida, era un confusión momentánea. La madre se contuvo de llorar. Abrió la ventanilla del auto y cerró los ojos. Sacó una mano al viento fuerte que todo lo borra y se desprendió del pasado ahuyentándolo con un adiós a ti, miserable mal.

Arida miraba la carretera intentando no pensar. Es fuerte, lo sé. Nadie podría decir lo contrario. Estaba mejor. Estaba por cumplir el sueño de su vida en poco tiempo. Y lo sabría cuando volviera a soñar otra vez con el amor hallado con una promesa secreta de un hombre que la buscaba sin mapa y que la convencería de que ahora sí, ahora hay un final feliz, mamá, ahora te puedo contar todo. Nos vemos pronto. Quiero creer que cuando vaya a presentarte a Darío me veas contenta. Arida soñó las palabras precisas para ese día, pero sólo dijo aquí está. Y la vi feliz, así que lloré de emoción discretamente bajo el rosal.

Alik Handru, microcuentista chileno.

domingo, 24 de julio de 2016

El dominio de la ignorancia.


El dominio de la ignorancia



En la sala de niños enfermos un hombre discute con la enfermera. El tipo ha descuidado a su bebé y se le ha salido la aguja del suero del bracito del niño. Pero él discute, piensa que le están echando la culpa. Yo tengo recuerdos vagos de mi estadía al lado de ese niño, es como una vida pasada. A veces pienso en el destino de ese chico y lo imagino por ahí repitiendo las malas ideas de aquel hombre. Otras veces creo que uno progresa solo aunque nazca en las peores condiciones. Suele pasar eso. Y eso es una grandeza para el alma. A mí me acompañaba mi mamá sin necesidad de obligarla, porque en el hospital nadie estaba obligado a estar de guardia de una vida. Había enfermeras durante el día, pero ella prefería cuidarme como nadie lo haría. Yo recuerdo a ese niño que fui y siento que he madurado tanto desde que sobreviví a la fuerte gripe de ese recuerdo. Estoy vivo. Pocos hombres como yo han tenido la suerte de tener el amor más puro cerca. Y me sirvió mucho, porque ahora soy hijo y soy padre. Ese recuerdo no se va. Ese niño que nunca vi muy bien se me hizo eterno en la mente y nunca lo pude olvidar.

Me siento feliz. Mi hijo viene hacia mí. Siento su corazón saliendo de emoción en su sonrisa. Cuando nació, lo cuidé como tesoro, porque los años se me estaban haciendo cortos para entregar tanto amor. Le dediqué tiempo, lo contemplé e hice de él lo que mejor pude. La muerte vino. Perdí tempranamente a mamá. Pero estuvo calma esa pérdida, la acepté con humildad.

La vida tiene tanta hermosura, tiene música. Escucho a Liszt. Me conmueve. En mi memoria sigo viendo al niño que estuvo a mi lado hace más de cuarenta años. Pienso en él dónde está, cómo es, si es feliz. Y pienso que quizá ese niño me eligió para ser mi hijo y que yo, secretamente, quise ser su padre desde el principio.
- Hijo, en el amor está todo el poder del mundo -  le dije una vez, aunque no sé si comprendió.
...
Mi padre alcanzó los noventa y cinco años de edad cuando murió. Yo traía el recuerdo del cuarto donde nos vimos por primera vez. Pero no le dije nunca nada, porque me di cuenta de que él ya lo sabía desde siempre. Cuando conversé con mamá esto, ella ya estaba enterada, porque papá tenía todo claro desde antes de que la vida nos trajera al mundo.
Alik Handru, microcuentista chileno.

martes, 23 de febrero de 2016

De "Fábulas para animales como usted" 28: Sanguijuela.


Sanguijuela

La niña las había amansado en los surcos que formaban las costras de sus brazos. Las llamaba por su nombre. La sangre era el alimento sagrado de esta madre salada. Duermen en ese reposado cuerpo esquelético. Ella se queda quieta. Las cejas se curvan.

Esa rabia, mamá.
- Cállense.

Lucha por ellas. Le ayudan a sobrellevar el dolor. Son sus hijas. La niña toma nuevamente el filo de su navaja y corta. Gotea el líquido rojo por su piel blanca.
- Coman.

Ellas arremeten ante el sacrificio.

El gesto la apasiona. Son dos meses de deterioro. Lo hace dos veces al día para comprobar su eficacia. Debió irse el dolor. No, no desaparece. De alguna manera podría deshacerse de él. Las criaturas chuparon la sangre con hambre insaciable. La niña, que toma el filo para cortar esos brazos blancos, esas piernas blancas, corta de nuevo. Las sanguijuelas se le pegan a toda velocidad. Esos dientes clavados no le causan daño. Las sanguijuelas son engañosas. Ella sigue creyendo que se llevan el dolor. En realidad, le contagian más llanto y más ganas de morir. El maquillaje las oculta un poco.

Los problemas crecen cuando se alimentan de desesperanza.


En una noche de culpa, suben por sus pies y le perturban el sueño. Se pegan firmes. Descubre las intenciones de las criaturas. Mátate. La niña recapacita horrorizada. Patalea, ruega por su vida. Viaja a su interior. Es largo el trayecto. Activa su luz. Vuelve. Abre los ojos. El cansancio, la pérdida de sangre mancha las sábanas. Enciende la luz. Está llena de asquerosas sanguijuelas. La luz las ahuyenta. La niña corre al baño. Abre la ducha y se baña. El jabón es áspero, pero útil para sacarse las costras del cuerpo marcado con una mala historia. La noche abandona su peligro. La niña soporta el insomnio. Sale el sol. Aparece la calma. Golpea una puerta. Se abre. Mamá me mira. Papá toma la mano de mamá. Terminó. Es de día. Ellos tampoco habían dormido. Me recosté en medio de su espera. Me hicieron un refugio. Me cubrieron y pude dormir. El daño dejó de vivir en mí. Fue abortado. Ya no hablo de él.