Aventura

Literatura, naturaleza y emoción.
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sábado, 30 de noviembre de 2024



 Chisme aburrido


Hay una señora que vive al lado de mi casa. Puede que sea jubilada. Es tan vieja como yo, pero estoy segura de que cree que es joven. Suele pasar que creemos que los demás están más viejos que uno, pero es simple impresión y consuelo de autoestima de última temporada.

Ayer estuve mirando el paisaje desde mi casa. Cierto que vivo en una delicada altura. Puedo ver el riachuelo que recorre el pueblo en estas afueras y me consuela saber que no moriré de sed por si se asoma una catástrofe mundial o el fin del mundo como anunciaban todos esos fanáticos religiosos. Creo que, desde la infancia, uno debería ir a clases de madurez y de sentido común para no caer en la estupidez tan fácilmente.

Hoy vi a la vecina cortar los árboles con un sombrero de paja, idea tomada, creo de antiguas películas en blanco y negro de jóvenes amas de casa idealizando su vida matrimonial, una idea de mierda pensada por hombres de mierda. Muchos de esos viejos maridos aún existen y no saben ni siquiera freír un huevo o untar mantequilla a un pan. Podrían vivir en un restorán de por vida si así pudieran ser atendidos; a veces creo que toda esa horda de ancianos en casas de reposo fueron mujeres que nunca movieron un dedo y hombres que se casaban con el único propósito de tener una mujer que les sirviera.

Nací sin ganas de vivir. Soy sincera. Todo se me hacía aburrido. No sé por qué debo participar de la vida de otra gente. Fui huraña toda mi vida. Cuando me puse a observar la vida de la mujer de al lado de mi casa me di cuenta de que compartíamos el mismo odio por todo. Y no quería ser la receptora de esos malos sentimientos, así que empecé a ignorarla hasta que la olvidé.

Fue una decisión terapéutica. No tenía que preocuparme. No fue fácil escapar del chisme. Un día me topé con ella en un almacén comprando carne. Miré sus manos amarillas y arrugadas y luego miré las mías. Entonces no quise verla más y empecé a detestarla.

Mi primera forma de eliminarla fue plantando arbustos en el límite de los sitios. 

Luego pude colocar arbustos para usarlos como cortinas frente a las ventanas para que evitar su presencia ante mis ojos.

Finalmente, dormí en paz. 

Con los meses, ella dejó de estar en mi mente. Me había puesto a tejer y fabricar colchas de colores como toda una abuela clásica y aburrida. Tuve abundantes ideas de cómo hacer las cosas. Me sentía feliz y no tenía que pensar en nada.

No todo fue tan feliz en medio de ese paisaje de descanso. Un día me puse a mirar por entre medio de los arbustos y vi a la mujer tirada en su patio. Al lado, un perro pequeño la acompañaba y gemía de angustia. Me puse una de mis colchas y caminé hasta la puerta de entrada de su casa. Demoré en dar la vuelta y más me costó comprobar si estaba viva. Ocurrió lo obvio: mi vecina estaba muerta. Hacía frío y no sé por qué pensé que esa mujer vieja también se congelaba, así que la cubrí con mi manta y llamé a la policía. 

Cuando llegó la policía conté lo sucedido y me dejaron ir.

Volví a casa y perdí las ganas de tejer. Me costó dormir por varias noches y, cuando algo pude dormir, despertaba cada una hora en la madrugada.

Llamé a mi hijo y quise contarle toda la historia, pero él se limitó a decirme que quizá fuera mejor que volviera a la ciudad porque si me pasaba algo, había un hospital cerca.
- Gracias, me gusta esta vida.
- Mamá, no quiero que te pase nada malo. Yo sé que es bonito allá, pero deberías pensarlo y…

No seguí escuchando lo que me hablaba. Tomé mi auto y manejé al pueblo y compré cigarros y una botella de vino. Volví a casa y fumé y me tomé toda la botella hasta que me dio sueño. Cuando desperté, todo seguía igual y ni yo ni nadie había cambiado al mundo como han soñado todos los que no tienen nada útil que hacer.

martes, 18 de enero de 2022

Tigre



Tigre

Dedicado a un hombre que luchó por ser bueno.


La historia comienza en una discoteca. Tenía ojos felinos. Él me acechaba en la oscuridad, convencido de que lograría tenerme en sus garras. Adivinaba su apetito. Con la mirada, le indiqué que me siguiera. Cuando vi su rostro en la claridad del bar donde nos fuimos a conversar, advertí que sus ojos de tigre estaban atentos a cualquier movimiento. Me dio miedo que fuera serio y bravo, pero esa tensión se alivió con diálogos amables. Lo encontré interesante. Hablamos lo suficiente y acordamos que nos veríamos al otro día, porque ya cerraban el local y nos estaban echando.

Salimos a conocernos. Mostraba una gran ternura en sus gestos, a pesar de aparentar ser un hombre serio y hermético. Era grande y pesado, puro músculo, puro trabajo duro. Era robusto, un poco más que yo. Éramos grandotes. Con los meses, fuimos pareciéndonos cada vez más. Incluso nos dejamos la misma barba, lo que provocó que la gente nos empezara a confundir. Hay fotografías donde parecemos gemelos. Pero eso demoró en concretarse. Debí escuchar una biografía salvaje para liberarnos del pasado y, de esa forma, pudimos construir un futuro.

Se fue relajando con el paseo. Al principio no decíamos mucho, pero, en esas pocas palabras que intercambiamos, lo percibí dócil, dispuesto a darse a conocer y a ser querido. Caminamos largo rato. No hablamos temas personales graves. Hablábamos de cosas divertidas y nos reíamos. Se sabe que ver reír a una persona difícil es la forma más sorprendente para conocerla a fondo. De impulsivo, lo miré, lo abracé, lo besé y se quedó quieto. Respondió con delicadeza, me acarició el cabello y me abrazó lo suficiente para que se entendiera que los sentimientos eran recíprocos. 

Salimos toda la semana para conciliar nuestras soledades. Yo sentía que me había domesticado y no al revés como suele ocurrir. Me había llenado el corazón de amor genuino. Confesamos amores y desamores. Llegamos a detalles íntimos. Calculamos osadías del cuerpo. Pero, primero, acordamos hacernos los exámenes de salud de rigor. Llegado el momento de verlos - con temor, como siempre sucede -, respiramos aliviados, porque es difícil confiar en alguien a la primera. Haríamos todo con métodos seguros.

Llegó el fin de semana y fuimos a amarnos con el deseo de fuego que nos quemaba en cada beso. Lo desnudé y vi que tenía varias marcas en el cuerpo. Parecían quemaduras. Él se dio cuenta de que esos signos me habían llamado la atención. Esos segundos de profundo silencio siempre dejan huella, tal como un trauma, como un tabú, como un acto que ocurre, pero del cual no se habla. 

Esperé largo rato antes de hablar. Acaricié sus marcas. Él cerró los ojos. 
- ¿Qué te pasó en la piel? – le pregunté con un tono sereno. Él respondió de inmediato:
- No me gusta hablar de eso. 

En otra oportunidad, mirábamos el techo después de la desnudez. Estábamos callados. En ese silencio, él carraspeó, me miró a los ojos y dijo que tenía que contarme algo. Nos cubrimos el cuerpo con una manta. Se acomodó, volvió a mirar el techo y habló. 

Crecí en una casa mal construida, sumido en la pobreza de un pueblo de mar. Vivíamos con mis padres, hermanos, abuelos paternos, tíos y primos, todos en un revoltijo de gente yendo de allá para acá y metida en todas partes. En ese pueblo lo conocí. Yo estaba recién descubriendo que era distinto, que mi naturaleza se sentía mejor con otro hombre. No lo puedo explicar. Nadie lo puede hacer, creo: sólo deseas la compañía de otro porque eso te hace sentir pleno y feliz. 

Tenía cerca de dieciséis años cuando nos conocimos. Fue en una salida a la playa. Solíamos tener amigos en común. Bastó una mirada para saber que se nos se nos revolvía el estómago de las intensas ganas de estar juntos. Nos buscamos con miradas y gestos silenciosos. Estuvimos viéndonos a escondidas en lugares secretos. Aproveché un día que estaría solo para llevarlo a mi cuarto. Fuimos descubriéndonos por primera vez. No pudo ser. Estábamos en ropa interior cuando, de golpe, entró uno de mis hermanos mayores. Nos gritó con toda su alma que éramos unos maricones de mierda. Mi primer amor se vistió y se fue rápidamente y no volví a verlo. A mí me tocó lo peor: mi hermano me comenzó a pegar con un cinturón por todo el cuerpo. Me paralicé. Yo no sabía cómo defenderme. Era tan débil en esa época, que sólo acepté ese castigo porque así debía ser para soportar esa vergüenza. Mi padrastro supo de eso y, porque sí o porque no, me golpeaba igual que mi hermano. Según ellos, a punta de golpes me harían un verdadero hombre. Me pegaban por cualquier cosa. No fueron pocas veces y cada vez fueron más duros conmigo. Sólo se cansaron cuando me quedaron las marcas, que no desaparecieron ni con cicatrizantes.  

Nadie de la familia me defendía. Mi madre tenía miedo. Ella ya había sufrido mucha violencia por parte de mi padrastro y yo sé que así fue, aunque me parecen irreales esos recuerdos algunas veces. Eran tiempos antiguos y mi mente tiende a borrar esos episodios terribles. Tampoco quiero hacerle recordar esos maltratos a mi madre. ¿Tuvo ella la culpa de todo lo que me pasó? No quiero saberlo. 

A veces me preguntaba si yo merecía tanto sufrimiento. No, yo no merecía eso. Me llené de rencor. Crecí y, apenas pude, me fui a probar suerte solo a esta ciudad. Meses después mi mamá se hartó y prefirió irse a vivir sola a otra parte del pueblo. Al hermano que me golpeó, no le hablo. Lo he visto raras veces, pero él no me mira a la cara. Mi padrastro es como un fantasma que debe andar por ahí como un mal recuerdo.

- He pasado solo muchos años. Tuve aventuras como toda persona que se equivoca. ¿Sabes que no había hablado este tema con nadie? No sé si sea bueno. No quiero que estés conmigo por compasión. Sólo quiero que entiendas que decidí por mí, que acá busqué mi felicidad y que acá te encontré – me miró y sentenció: - El amor te hace fuerte.

- No sé qué decirte – fue lo único que pude decir.
- Tenemos cerca de cuarenta años los dos. Ya no tengo miedo de lo que pueda pasar – dijo con serenidad.

Y añadió:
- Hay que vivir sin miedo y sin prisa, soñando juntos – dijo, suspirando fuerte-. Por difícil que sea, vale la pena ser uno mismo.

Se nos fueron las ganas dormir, así que nos quedamos despiertos, compartiendo confidencias hasta que salió el sol. 

Lo contrario del amor es el miedo.
El miedo arruina la vida de toda persona.



 Por Alik Handru, microcuentista chileno.

domingo, 20 de mayo de 2018

Fábula: Hormiga


Hormiga

Ella ahorró muchos sueldos ganados en la compañía de teléfonos del siglo veinte, peleando con esos cables enredosos que pudo manejar con la experticia de un pulpo, y no precisamente de aquel caso del niño pulpo poeta que leyó con poco crédito en aquellos años de escasa virtualidad y alto contenido mítico-fantástico o, fatalmente, manipulación televisiva. Con una lucidez obsesiva para sus diecinueve años, creó su destino sin necesitar a un hombre. Nadie imaginó nada, ni cuando su mamá la vio de a poco llenar su pieza de electrodomésticos. El padre, que en esa época daba poca importancia a las mujeres, vio en su hija un alocado comportamiento que no comprendió hasta su debido tiempo cuando ella le comunicó que estaba embarazada de un hombre del cual nunca hablaría.

- No les voy a decir quién es el padre. Si me quieren echar de la casa tengo de todo para irme a vivir sola.

Al padre se le cayó la mandíbula y el cigarro que iba a encender en la sala de estar. A la madre se le fue la voz y quebró el cenicero que estaba secando para tirar la ceniza del cigarrillo que ya no impregnaría la casa entera con su olor pasoso. La chica se fue a su pieza y no se sintió orgullosa de nada ni le preocupó el castigo que esperaría por las tercas costumbres del siglo. Porque no había nada más horroroso en aquellos años que una mujer soltera con un hijo de padre desconocido. La rebeldía sexual de esta mujer no dio para tanto, ni siquiera para preguntas imprudentes. Como fue de esperar, todos hablaron de ella como una perdida, pero como ella no se quedaba callada y daba un poco de susto su presencia, nunca tuvo que responder preguntas imprudentes, ni siquiera de la almacenera, que era el centro informativo del barrio.

Ella tuvo a su hijo con la esperanza de tener su propio sueño de felicidad. ¿Quién era el padre? Bueno, ella me contó que buscó a un tipo apuesto y perdió la vergüenza con él y mencionó recatadamente, y luego con una sonrisa de aquellas, que el hombre estaba bueno y que lo había pasado estupendo, pero no me dio ningún indicio para saber quién era, así que no puedo contar esta historia con ese detalle.

La chica siguió trabajando en la compañía por largos años, hasta que el progreso de la tecnología la despidió de su puesto. Ya no existían los cables. Entonces le ofrecieron seguir si estudiaba para usar computadores. Lo hizo. Ahora era operadora de llamadas internacionales. Obviamente que siguió una rutina normal. Fue una feminista sin saberlo en aquellos años antiguos y su historia no llegaría a ningún libro, porque había roto las reglas de señorita sumisa.

El parto significó una madurez potente, así que también le puso a su hijo un nombre significativo. Lo que ocurrió después fue un milagro. Después de los días de reposo, y pasado meses de enojo del padre y del silencio prudente de su madre, volvió a casa con su hijo.

- Saluden a su nieto. Saluden, no muerde. Vengan a conocer a su nieto.

El niño alegró la casa de los abuelos y fue querido, como sucede siempre cuando el amor incondicional que entrega un pequeño alcanza para todos los que lo tienen en sus brazos. Los abuelos jugaron con él hasta volverse niños y olvidaron todos sus reproches para asumir su nueva vida de viejos amorosos que gatean otra vez en el suelo.

La nueva vida no alteró la mente de la chica, quien siguió siendo prudente con el dinero que ganaba trabajando. Un día una compañera de trabajo se fijó en su cartera antigua. Nuestra chica tuvo una sola cartera en su vida y la lucía en todas partes.
- ¿Para qué necesito otra? Esta es la única que necesito.

Y fue cierto, porque cuando murió, la cartera, hecha de cuero auténtico, seguía tan bien cuidada como cuando fue comprada por ella misma con su primer sueldo. Tuvo otra que le regaló su hijo que usó para salir a fiestas y ceremonias y con eso fue suficiente para toda una vida de trabajo incesante.

El niño creció bien, nada que decir. La laboriosa chica trabajó y compró una casa. Allí se llevó todos sus electrodomésticos y demases y se fue con su hijo a vivir a la capital. Allí buscó trabajo de secretaria en una compañía de camioneros. Los abuelos dijeron adiós al niño y su hija les devolvió una sonrisa atenta y segura. En ella no había lugar para la duda, porque debía pagar su casa nueva en numerosas cuotas fiscales.

En la capital, ella conoció a un tipo y lo quiso, claro, pero no era para llevarlo a la casa, porque primero estaba su hijo.

- Vamos a ser felices puertas afuera. Puedes venir por mí cuando quieras. Ah, y me gustas mucho.

Lo pasó bien como quince años en la compañía y con su amor puertas afuera. El hombre intuyó, en un diálogo desnudo de una noche de amor, que ella no sería para familia así que fue directo cuando quiso terminar. Ella lo besó y cerró la puerta del edificio del amante querido cuando se lo dijo derechamente un frío viernes de otoño. También cerró su corazón, pero tampoco era de piedra, así que lloró toda la tarde antes de que su hijo llegara de la escuela y se amargó por semanas como toda mujer que quiso de verdad a un hombre.

Estuvo así como un mes y medio haciendo pucheros, pero cuando se dio cuenta de que la cara se le caía de pura tristeza, renunció a su trabajo. Estuvo sin penurias porque ahorraba mucho. Entonces aprendió a comprar terrenos baratos. Compró uno. Al cabo de cinco años multiplicaría su valor y con ese dinero empezaría a comprar más terrenos y a especular con el alza de precios. Era inteligente, esforzada, buena madre, una mujer casi ejemplar. No volvió a enamorarse, pero a veces se escapaba por ahí para no aburrirse sola.

Pero esta historia no se queda ahí.

Perdió a su padre y decidió volver cerca de su madre para cuidarla mientras envejecía. Ella misma se dio cuenta de que su cuerpo estaba vigilado por la ley de la gravedad, así que vendió su casa y compró un terreno al lado de su madre. El terreno no tenía ningún valor y era feísimo, porque estaba en un peladero de nadie y con un terrible olor a bosta de las vacas que andaban sueltas por ahí. Ella hizo una nueva casa como la imaginó y se llevó a su hijo, que ya estaba listo y motivado para estudiar en la universidad en algunos años. Cercó bien el terreno ella sola y, cuando pasaron cinco años, pudo comprar más terreno y hacerse de un espacio más grande donde poder hacer un enorme jardín y una piscina para cuando llegara el nieto que se le repetía en sueños.

Ella no se quedaba quieta ni cuando estaba acomodada en un sillón. No tenía tiempo. Tenía ideas para todo. Quiso una vida relajada. Con lo que le sobró de la venta de la casa y con lo que recibió del primer terreno, compró una casa antigua y la echó abajo. Con cálculo de negociante, vio que podría hacer unas doce casitas para arrendar y así tener cómo vivir sin tanta fatiga, así que fue al banco y puso todo lo que tenía en prenda para pedir un gran préstamo para cumplir con su meta.

Se pueden derrotar los propios errores y amar sus consecuencias.

Lo logró rápidamente. Once meses después, y luego de pasar apreturas y desvelos, puso un aviso de arriendo y fue todo un éxito su proyecto. Tuvo el alivio de poder lograrlo. El préstamo se pagó solo y pudo respirar feliz por muchos, muchos años.

Perdió el miedo a los aviones y se dio vacaciones mundiales. Viajó a los países de las primeras civilizaciones. Visitó potencias mundiales. Hizo voluntariado en hospitales para enfermos terminales. No podía quedarse quieta, era pura energía. Podía estar donde quisiera, pero se daba tiempo para hacer mejor la vida de los demás. No era una mujer que digamos meditativa, era más bien pragmática. Porque aunque hablaba con Dios de repente, se dio cuenta de que el caballero este no tenía muchos pecados por los cuales regañarla, por lo que su suerte económica la concibió como un regalo merecido y permitido por parte de él.

Su único vicio era fumar un poco. No se enfermó casi nunca de gravedad, y eso que el estrés estaba de moda. Cada día se daba ese tiempo para andar por todos lados. Tenía sus amigas. Nadie le exigió nada nunca. ¿Qué se le podría reprochar? ¿Trabajar mucho? Nadie la trató de mezquina, porque no negó ayuda a nadie. Era ambiciosa, pero nunca tanto como para no compartir su buena suerte.

Su último sacrificio fue renunciar a todo cuando se cansó de ser joven. No, no murió todavía. Le entregó a su hijo la responsabilidad de su negocio.

- Porque la edad no será nunca impedimento para trabajar. Ser viejo ahora es estar sin hacer nada, ni siquiera por uno mismo. Se pueden cumplir los sueños a cualquier edad – dijo enérgicamente cuando estaba en el hospital con otros viejos como ella tratando de mejorar los dolores de las articulaciones. La paciencia es un don, según ella.

Volvió a casa con un montón de remedios y se los tomó con harta fe porque no podría quedarse quieta ni un segundo más. Cuando le hizo efecto el montón de pastillas, volvió a la normalidad. También recibió una llamada con una noticia feliz: sería abuela. Cerró los ojos y se relajó imaginando lo que venía. Fue poco, nunca la tarde completa, porque se puso a hacer llamadas para hacer una piscina donde nadaría con el nieto que nacería en unos meses.

Fue a la pieza y tomó unos palillos. Tomó unas madejas y se puso a tejer ropa para el niño que venía a la casa, teniendo por seguro que es un niño, si yo ya lo soñé. Escribió también una carta para su hijo donde le revelaría donde estaba su padre, pero después la guardó para cuando ella muriera, pero se arrepintió que sí, que no, que ahora, que después, que ni muerta y varias razones más. Terminó meneando la cabeza y sufriendo por primera vez con la verdad que tendría que asumir. Pensó cuánto daño podría hacer a su hijo con tan solo un nombre.

- Ni siquiera sé si vale la pena. Que Dios me perdone el silencio de tantos años. Dame fuerza, oye -dijo, orando con fe de pecadora arrepentida -, mira que se viene fuerte la cosa. Se lo debo a mi hijo.

Cuando terminó de lamentarse con humor, fue por una pala y empezó a marcar el recuadro donde quería su piscina. Después siguió arrastrando la pala por el suelo como un juego y haciendo una línea interminable y siguió haciéndolo por la gran extensión de sus terrenos como una vieja loca que no sabe de límites ni de dificultades, porque había luchado por ellos a lo largo de una vida grata que se le dio para que todos supieran que para tenerlo todo a veces es necesario sacrificarse amargamente para ganar dulces finales felices.

domingo, 24 de julio de 2016

El dominio de la ignorancia.


El dominio de la ignorancia



En la sala de niños enfermos un hombre discute con la enfermera. El tipo ha descuidado a su bebé y se le ha salido la aguja del suero del bracito del niño. Pero él discute, piensa que le están echando la culpa. Yo tengo recuerdos vagos de mi estadía al lado de ese niño, es como una vida pasada. A veces pienso en el destino de ese chico y lo imagino por ahí repitiendo las malas ideas de aquel hombre. Otras veces creo que uno progresa solo aunque nazca en las peores condiciones. Suele pasar eso. Y eso es una grandeza para el alma. A mí me acompañaba mi mamá sin necesidad de obligarla, porque en el hospital nadie estaba obligado a estar de guardia de una vida. Había enfermeras durante el día, pero ella prefería cuidarme como nadie lo haría. Yo recuerdo a ese niño que fui y siento que he madurado tanto desde que sobreviví a la fuerte gripe de ese recuerdo. Estoy vivo. Pocos hombres como yo han tenido la suerte de tener el amor más puro cerca. Y me sirvió mucho, porque ahora soy hijo y soy padre. Ese recuerdo no se va. Ese niño que nunca vi muy bien se me hizo eterno en la mente y nunca lo pude olvidar.

Me siento feliz. Mi hijo viene hacia mí. Siento su corazón saliendo de emoción en su sonrisa. Cuando nació, lo cuidé como tesoro, porque los años se me estaban haciendo cortos para entregar tanto amor. Le dediqué tiempo, lo contemplé e hice de él lo que mejor pude. La muerte vino. Perdí tempranamente a mamá. Pero estuvo calma esa pérdida, la acepté con humildad.

La vida tiene tanta hermosura, tiene música. Escucho a Liszt. Me conmueve. En mi memoria sigo viendo al niño que estuvo a mi lado hace más de cuarenta años. Pienso en él dónde está, cómo es, si es feliz. Y pienso que quizá ese niño me eligió para ser mi hijo y que yo, secretamente, quise ser su padre desde el principio.
- Hijo, en el amor está todo el poder del mundo -  le dije una vez, aunque no sé si comprendió.
...
Mi padre alcanzó los noventa y cinco años de edad cuando murió. Yo traía el recuerdo del cuarto donde nos vimos por primera vez. Pero no le dije nunca nada, porque me di cuenta de que él ya lo sabía desde siempre. Cuando conversé con mamá esto, ella ya estaba enterada, porque papá tenía todo claro desde antes de que la vida nos trajera al mundo.
Alik Handru, microcuentista chileno.

martes, 23 de febrero de 2016

De "Fábulas para animales como usted" 31: Hiena.


Hiena

Se había levantado con pesadez en el estómago. Las calles tenían el aspecto del abandono. Las casas eran de madera y habían sido construidas una al lado de las otras para cobijar un oculto malvivir heredado. Los más cautos miraban por la ventana. Una niña lo vio, pero a ella le importó más soportar el encierro como castigo por golpear con su rabia fuerte a otra chica. La niña hizo un gesto de asco cuando lo vio correr arrastrándose con las piernas quebradas por una golpiza antigua que intentó  obligarlo a un cambio que no prosperó. Iba sonriendo sin motivo, sin bondad, sin humanidad.

            La gente estaba acostumbrada a verlo vagar por ahí. La indiferencia cotidiana hacia él era la actitud más honesta que prevalecía en estos brutales paisajes urbanos. Era tan joven. Rio groseramente para marcar sus dominios. Temprano había consumido sustancia. Las madres barrían las polvorientas veredas para espantar los vicios con oraciones fervorosas. No les importaba si él vivía o moría. El desaliento era popular allí. Ésta era una bestia más en medio de esa obscena realidad. Él mostró sus dientes llenos de una euforia feliz. Llegó cerca de otros como él y se pusieron a emitir ruidos sin sentido. Se escuchó una risa desagradable. Tenían hambre. Se juntaron para buscar la comida prometida. Una abuela callada dejó una olla con legumbres en la calle, afuera de su puerta pintada café. Uno del grupo fue a buscarla. La anciana le pasó una cuchara. Se miraron a los ojos para comprender el gesto de sobrevivencia concedida. Los otros esperaron la olla. Cuando olieron la comida, el más gracioso tomó la cuchara y les fue dando comida en la boca uno por uno. Era un ritual que inspiraba compasión. No había vergüenza en esta forma de compartir la comida. (Los que habían visto esto se llenaban de esperanza en un cambio).Comieron con voracidad de hiena fuerte. La olla fue devuelta a la anciana sagrada. Ella tomó la olla relamida. El agua lava, el agua purifica, el agua calma. Ella tenía la misión de alimentar a estos hijos perdidos, a estos animales que tenían el derecho a vivir según la ley.

Se cuida y se respeta la vida propia y la ajena.

Contó la anciana a su propia vida tranquila y contemplativa:
- Estos chicos estaban flacos y tenían un aspecto terrible. Yo sólo cumplí con el encargo. Bajo mi puerta llega dinero en un sobre anónimo con la petición de cocinarles y dejar la olla a la vista de ellos. Son cinco hienas hambrientas. Ríen drogados todo el día. Antes, cuando no recibía el dinero ni les cocinaba, ellos sacaban restos de alimentos que encontraban en la basura: huesos, frutas, panes, restos de carne. Mi esposo sale por la tarde a buscar pan que le regala un panadero para estos muchachos. El panadero no quiere que se sepa de su acto; mi esposo, tampoco. Temen el repudio. Les damos pan por la tarde para calmarlos. Siempre están riendo. Dicen que tienen esquizofrenia. Dicen que hay que dejar que se mueran o que se maten entre ellos. Nosotros cumplimos con alimentarlos. Creemos que son sus padres o quizá familiares los que dejan dinero. Lo ocupo en ellos. Aquí no se habla de esto; aquí las cosas ocurren sin preguntas y sin explicaciones; aquí estamos acostumbrados a vivir o a morir. Pero todo a su tiempo. A cada uno le llega su hora, ya sea llorando, ya sea riendo como único remedio contra la miseria de una infancia terrible, como la que marginó a estos cinco jóvenes de la posibilidad de una vida tranquila en sus casas, como debiera ser para cada uno de nuestros hijos. Hace dos años vino una camioneta y se llevó a los cinco chicos para una rehabilitación. Uno de ellos había matado a su madre de un infarto (no lo admitió, lo intuimos), producto de una rabia mal contenida. Esto causó un impacto profundo en el grupo. Nosotros los vimos por última vez. Pronto nos llegaría la paz de la otra vida.

Sanamos. Nos costó vómitos y furia sin sentido en el sanatorio. Vivimos el calvario de la abstinencia sin visitas dos años a solicitud nuestra. Volvimos al vecindario para agradecer a los ancianos por la comida que nos daban en tiempos oscuros. Ellos ya no estaban. Habían fallecido. No sabíamos cómo reaccionar. Yo lloré. Los otros lucharon por mantenerse firmes. Con los días nos separamos. Avergonzados de nuestro pasado, no quisimos vernos más. Nos evitábamos en la ciudad. Sobraba rabia, pero preferimos emplearla en vivir honestamente. De a poco sabemos que estamos luchando por retomar la vida, trabajar, formar familia y ser mejores para alcanzar el perdón por la vida desperdiciada. Eso ya pasó. Ahora miro hacia el futuro, porque ha nacido mi primera hija después de siete años de tranquilidad. La esperé tanto. Nació sanita. Sólo puedo agradecer su hermosa sonrisa y ver la mía en sus bellos ojos. No me gusta sonreír mucho. Me trae malos recuerdos. La seriedad me ha hecho bien, me libera del pasado. Insisto: no hay vuelta atrás. 

martes, 9 de febrero de 2016

De "Fábulas para animales como usted" 10: Gusano.

Gusano

Los gusanos se asomaron a la boca de un cadáver que yacía en una caja de madera. Encontraron un hogar en esa habitación húmeda. Olía bien. La fuente de la vida había sido descubierta en esa despreciada oscuridad. Un hogar, con un territorio cálido, empezaba a ser disfrutado. El espacio se hizo estrecho. Otros gusanos se enojaron con estos inmigrantes. Se descompuso el ánimo de todos. Se descompuso aún más el cadáver, devorado con hambre por estos gusanos rabiosos.

Sin paz, no se puede ser feliz en ninguna parte.

Y razonaron en su lógica los gusanos:
- No entendemos esta rabia. Quizá sea por residir en un ser muy emocional. Nosotros tenemos un propósito. No sentimos, hacemos un trabajo. Somos una función perfecta en nuestra propia velocidad orgánica. Somos parte del orden de esos tristes días de allá arriba.

Sobre la tierra, varias lágrimas perdieron su tensión en el rostro de los deudos de este pasajero subterráneo. El hombre había muerto cumpliendo con todas sus obligaciones de ser humano. Ahora era un nuevo vivo que reflexionaba descubriendo la física etérea:

- El cielo está en su lugar; la tierra está en su lugar. La muerte es un ángel que está en todas partes guiando a las personas hacia sí mismos en el río de la vida… Ahora soy como el aire.

Después de esta visión, me dediqué a planificar que haría en el año de contemplación y de resolución de asuntos terrenales, año otorgado con el propósito de desatar los lazos que nos unieron con los vivos. También descubrí un nuevo sentimiento aún no muy conocido entre los vivos y decidí experimentarlo hasta mi eternidad. Tenía todo el no-tiempo de mi nuevo mundo para hacerlo.

El sentimiento nuevo lo guiaba perfectamente por los finales felices que escribió en las memorias de sus errores redimidos.

- EL PRINCIPIO -