Aventura

Literatura, naturaleza y emoción.
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domingo, 5 de enero de 2025


El sol
Alik Handru, microcuentista chileno.

Me ha nacido un sol en medio del pecho. Dicen que así nacen todos los soles después de miles de años. No me permití mucho asombro en estas tierras ocultas. Nadie baja a la ciudad. Acá en el campo los misterios no se explican. Es parte del silencio y de paz que se quiere conservar. A veces quiero viajar y conocer el mundo, pero no creo que aguante tanto. Dicen que allá todo es violencia y hambre, lujos insostenibles en medio de pobreza; dicen que hay sustancias que hacen que las personas se vayan de su mente y que nadie vive honestamente. Eso me había asustado. No quise irme lejos. Más me tenía preocupado el sol en medio del pecho.

Yo sabía que tenía que irme, pero al cielo de arriba. Sabía que, cuando mi sol creciera más, era inevitable mi partida. Mis padres oraban por mí. Ese amor se pegó en mi alma y fui a hablar con ellos:
-Papá, mamá: déjenme. Es sólo un sacrificio bondadoso.

Mamá y papá me miraron con resignación. Entonces aceptaron que debía cumplir un destino más grande por ahora. No lloraron. Encontraron la paz en nuevas formas de abrazarse y de decirse palabras dulces. Tuve otros hermanos; sus ojos eran risueños y advertí que serían pura felicidad para todos alrededor. La tierra, la familia y la gente ya tenían una herencia.

Llegó la noche y yo debía esperar el amanecer. Antes de la última oscuridad, ardí en luz y calor y me elevé al cielo. El otro sol se apagó y retomó su forma humana. Lo vi irse contento cuando se despidió con un leve gesto de gratitud. Yo sonreí.

Cinco mil años han pasado en mi espacio. Recuerdo a mi familia y creo que ya entendí por qué hay tantas estrellas. He comprendido que el tiempo me ha permitido vivir toda una historia en unos minutos. Sé qué veré la tierra iluminarse de amor y también veré el despertar de muchas vidas. Acá, donde estoy, no se sufren cosas malas, porque soy pura luz. Me invade una sensación de amor inmensa; cada oleaje de bienestar lo ocupo para multiplicarlo y transformarlo en energía para todos allá en la tierra. No me siento solo. Me gusta saber que aún hay más transformaciones que vendrán pronto. Tengo un propósito, una meta, paz y un destino que me falta mucho por comprender.

No se desanimen con la falta de luz. Cuando los pensamientos más oscuros los agobien, piensen que el sol está ahí para traer la luz y la esperanza de la creación. Nadie está solo.

miércoles, 1 de enero de 2025


El hilo negro enredado
Alik Handru, microcuentista chileno.

Siempre fue vestida de negro. Pero no sabía por qué. Así diseñaban toda su ropa y gastaban bastante en hilo negro. No usaban otro color en su ropaje. La vestían así y quedaban felices. Aunque ésta es la imagen típica de la muerte, dicen las escrituras que es un ángel, un ángel blanco e impertérrito de un Dios que no deja comprender aún todos los misterios de la vida que conocemos hasta la fecha. Quizá nuestra mente mejore con los siglos y podamos adentrarnos en esas cosas de las que nadie quiere escuchar. Las historias vienen y van. Las ideas son eternas y permanecen guardadas para heredarlas una y otra vez hasta que sean superadas por otras mejores.

El ángel de la muerte sabe nuestra fecha. Dios lo envía. Es lo único cierto.

Mariano fue como cualquier otro niño encantador. A pesar del amor, de la educación, la vida haría de él un hombre de mal. Su valor se midió en medio de cuchillas y de armas. Había desafiado al más malo de todos y pasó lo que ya sabes: recibió cinco disparos en el cuerpo y quedó tirado en la calle hasta que lo encontró la policía con su madre suplicando otra oportunidad. 

Todavía resuenan en mi cabeza los secos lamentos de su madre al escuchar la noticia no por dolor, sino por paz, porque ella esperaba ese final.
-¡Hijo mío! - gritó y no hubo más voz ni brotó una sola lágrima.

Sangre. El dolor, limpiar esto, si sé, lo sé, este llanto, esta resignación, este alivio. Porque yo estaba esperando, en mi parte más oscura, su muerte, que es la paz también para los demás. Ya no quiero ser madre. Sólo quiero saber que ya se acabó. Trajiste sufrimiento, Mariano, trajiste dolor y ese dolor lo cargó cada persona que te amó. No sabes cómo me siento, cuánto te quise, cuánto daría por haber hecho algo más. Yo te siento y me hundo en este silencio incómodo y malo.

El ángel había cumplido su misión y no volvió a saberse de Mariano. Las flores se secaron sobre su tumba y luego fueron a dar a la basura. 

El hombre hace al hombre y también lo destruye. 

Dos mujeres que no se conocieron buscaron la forma de morir casi al mismo tiempo. Nadie las detuvo. Dicen que sus decisiones fueron motivadas por hombres tiranos y malvados que las colapsaron. No soportaron la presión, pero tampoco tenían que hacerlo. Se paralizaron y no huyeron como pensaríamos. Se cree que ambas sintieron lástima de esos hombres: ¿quién los iba a querer? Creyeron que los podían hacer cambiar. Entonces tú te preguntas cómo alguien puede influir tanto en tu mente y lo ves simple y concluyes que esa persona es débil o influenciable y no aceptas otra opinión. Notas algo distinto ahora que buscas entender. Recuerdas que, muchas veces, tu mente no da para más e intentas olvidar todo y te distraes hasta que te vence el sueño y despiertas y no se ha ido nada del agobio que no te deja descansar ni dormir ni soñar bonito. Ambas nunca se conocieron ni sabemos si se conocerán. Ambas fueron a comprar una soga y hacen lo que intuyes: se ahorcan. La vida no les da ninguna esperanza ante una persona horrible que pensaste que te amaba. No supieron cómo luchar. Estas mujeres son hermosas. Su pelo es largo, muy largo y cae, flota y va y viene. No debiste imaginar esa situación.

Las dos mujeres fallecen y nadie quiere acordarse de ello. Todos quieren saber por qué ha ocurrido. No hay carta ni nota de despedida. Entonces las encontraste meciéndose, vomitas y algo de relajo te da esa purga. Consigues olvidar después de años, pero sientes culpa por no haber hecho algo. No había nada que hacer. Su familia baja la cabeza y se siente culpable de por vida. La tristeza no se va del corazón cuando se amó de verdad.

Me gustaría morir en el sueño.

Cuando niños nos permitimos hablar de la muerte. Nadie pensaba en eso. Pero nos juntamos en el patio de la escuela y estuvimos de acuerdo en que morir en el sueño era la forma más agradable e indolora de dejar el mundo. Pero éramos chicos y no sabíamos el alcance de esa conversación. Vino un silencio grande y luego dijimos que mejor nos íbamos a jugar y así lo hicimos, pero yo sé que esa conversación tan íntima haría trauma. 

Crecimos. Rami murió electrocutado junto a otro trabajador mientras intalaba unos cables en un ducto bajo tierra. Alguien dió el paso de la corriente sin saber que ellos estaban ahí. Era un tipo grande y siempre se burlaban de él. Daba puñetazos y siempre andaba enojado. Tenía buena situación y creo que eso molestaba a los otros, porque siempre llegaba con cosas caras y uno ni hablaba, porque nosotros apenas teníamos dos monedas únicamente para comprar dulces y pasar el hambre de estar todo el día encerrado aprendiendo a ser mejor o a ser peor. Entonces hubo duelo y ese silencio que siempre acompaña a la muerte. 

Siento que necesito desahogarme de eso y más.

Alberto era algo callado y tampoco conoció a las dos mujeres. Supe que también se quitó la vida. Era huraño. Era alguien difícil de tratar. Jugaba como cualquier niño, pero había algo de violencia en su actuar, algo que sólo sirve de detalle. Recuerdo a su madre. Ella parecía ausente de la crianza de su hijo. A veces creo que ella le tenía miedo a su propio hijo, incluso desde pequeño. Las madres saben siempre cómo termina la historia de cada uno de nosotros desde el primer día en que nos miran el alma a través de los ojos. Alberto murió de veinticinco años y fue olvidado.

Cada muerte que hemos conocido necesita un desahogo, una conversación para liberar ese monstruo destructivo que es la angustia, el nerviosismo o el miedo. Cada muerte es un porqué y luego seguir adelante. Y nos sentimos solos y desamparados.

Escúchame: he sentido mucho dolor y no lo he comunicado. Estas líneas ayudan un poco. Hablar y hablar. Necesito decirte que me he sentido triste y asustado. No me quiero morir. Me da miedo vivir. No quiero perder a nadie. Quiero que todos vivan para siempre y que sean felices. Aún lloro por los que no pude salvar. Quiero entender igual que todos. No hay que morir sin haber sido feliz. ¡Oh, Dios, cómo puedo vivir con esta incertidumbre!

Quiero salir a fumar. 
Déjenme solo.
Gracias por comprender.




        

sábado, 30 de noviembre de 2024



 Chisme aburrido


Hay una señora que vive al lado de mi casa. Puede que sea jubilada. Es tan vieja como yo, pero estoy segura de que cree que es joven. Suele pasar que creemos que los demás están más viejos que uno, pero es simple impresión y consuelo de autoestima de última temporada.

Ayer estuve mirando el paisaje desde mi casa. Cierto que vivo en una delicada altura. Puedo ver el riachuelo que recorre el pueblo en estas afueras y me consuela saber que no moriré de sed por si se asoma una catástrofe mundial o el fin del mundo como anunciaban todos esos fanáticos religiosos. Creo que, desde la infancia, uno debería ir a clases de madurez y de sentido común para no caer en la estupidez tan fácilmente.

Hoy vi a la vecina cortar los árboles con un sombrero de paja, idea tomada, creo de antiguas películas en blanco y negro de jóvenes amas de casa idealizando su vida matrimonial, una idea de mierda pensada por hombres de mierda. Muchos de esos viejos maridos aún existen y no saben ni siquiera freír un huevo o untar mantequilla a un pan. Podrían vivir en un restorán de por vida si así pudieran ser atendidos; a veces creo que toda esa horda de ancianos en casas de reposo fueron mujeres que nunca movieron un dedo y hombres que se casaban con el único propósito de tener una mujer que les sirviera.

Nací sin ganas de vivir. Soy sincera. Todo se me hacía aburrido. No sé por qué debo participar de la vida de otra gente. Fui huraña toda mi vida. Cuando me puse a observar la vida de la mujer de al lado de mi casa me di cuenta de que compartíamos el mismo odio por todo. Y no quería ser la receptora de esos malos sentimientos, así que empecé a ignorarla hasta que la olvidé.

Fue una decisión terapéutica. No tenía que preocuparme. No fue fácil escapar del chisme. Un día me topé con ella en un almacén comprando carne. Miré sus manos amarillas y arrugadas y luego miré las mías. Entonces no quise verla más y empecé a detestarla.

Mi primera forma de eliminarla fue plantando arbustos en el límite de los sitios. 

Luego pude colocar arbustos para usarlos como cortinas frente a las ventanas para que evitar su presencia ante mis ojos.

Finalmente, dormí en paz. 

Con los meses, ella dejó de estar en mi mente. Me había puesto a tejer y fabricar colchas de colores como toda una abuela clásica y aburrida. Tuve abundantes ideas de cómo hacer las cosas. Me sentía feliz y no tenía que pensar en nada.

No todo fue tan feliz en medio de ese paisaje de descanso. Un día me puse a mirar por entre medio de los arbustos y vi a la mujer tirada en su patio. Al lado, un perro pequeño la acompañaba y gemía de angustia. Me puse una de mis colchas y caminé hasta la puerta de entrada de su casa. Demoré en dar la vuelta y más me costó comprobar si estaba viva. Ocurrió lo obvio: mi vecina estaba muerta. Hacía frío y no sé por qué pensé que esa mujer vieja también se congelaba, así que la cubrí con mi manta y llamé a la policía. 

Cuando llegó la policía conté lo sucedido y me dejaron ir.

Volví a casa y perdí las ganas de tejer. Me costó dormir por varias noches y, cuando algo pude dormir, despertaba cada una hora en la madrugada.

Llamé a mi hijo y quise contarle toda la historia, pero él se limitó a decirme que quizá fuera mejor que volviera a la ciudad porque si me pasaba algo, había un hospital cerca.
- Gracias, me gusta esta vida.
- Mamá, no quiero que te pase nada malo. Yo sé que es bonito allá, pero deberías pensarlo y…

No seguí escuchando lo que me hablaba. Tomé mi auto y manejé al pueblo y compré cigarros y una botella de vino. Volví a casa y fumé y me tomé toda la botella hasta que me dio sueño. Cuando desperté, todo seguía igual y ni yo ni nadie había cambiado al mundo como han soñado todos los que no tienen nada útil que hacer.

domingo, 11 de febrero de 2024


El vacío y la piedra

Ella tomó su rabia y la puso a disposición de sus actos. 
- ¿Quieres que te lleve a dar una vuelta? -dijo Bruno.
- No lo sé. Es tarde. Hace calor. La mala suerte de estos cambios en el mundo me agobia.
- No es para tanto, Lucía. Hay cosas peores.
-Tú no sabes cómo me siento.
- Sí lo sé. Todo pasó porque no quisimos tener hijos. Recuerdo cuando dijiste que un hijo no te haría más feliz.
- Eso ya no tiene vuelta. Quizá es otra cosa.
- Es parte de vivir solos. Ya no se hacen amigos como a los veinte años.
- ¿Qué sabes de cómo se siente una persona?
- Lo puedo imaginar. 

Bruno aceptó quedarse en silencio. Fue a ducharse después del sexo amoroso que aún mantenía con Lucía. Es que ya sólo quedaban ellos, los amigos, los conocidos y los familiares que se acordaban de ellos. Bruno se bañó con agua fría. Lucía había abierto una ventana y dejó entrar el frío de las dos de la mañana.

Lucía esperó un rato y se quedó inmóvil, sentada esperando que el frío aplacara su rabia, su destino y su soledad. Entonces tomó varias cosas que ya no tenían sentido para sus sentires: fotos viejas que rompió en pedazos, decoraciones, libros, recuerdos de viajes y de años pasados. Lo echó en una caja y los dejó a la vista, porque pensaba en dejarlos en la calle para que se los llevara la gente.

Bruno caminaba desnudo en la habitación, pero Lucía ya estaba acostumbrada a esa valentía. Ella aún no era capaz de aceptar la vejez que empezaba a pintarle el pelo de blanco. No eran viejos, pero tenía ella la necesidad de esconderse de su propia imagen. Bruno la vio cerrar los ojos y la acarició delicadamente, sabiendo que ella estaba cayendo al vacío y que no podía llenarlo ni con todo el amor que sentía. 

Bruno se vistió y salió con Lucía a caminar en ese desvelo nocturno. Llegaron a lo alto de un cerro que dominaba la ciudad. Entonces vio una piedra grande, la tomó y la lanzó contra unas botellas tiradas en el suelo. Cuando todo se quebró, Bruno la dejó sola. A lo lejos había jóvenes quemando neumáticos. Parecían adorar el fuego como los antiguos habitantes del mundo. Lucía ya estaba apaciguada, pero también adoró el fuego y el humo que dominaba el ambiente con un olor pesado. 
Habló un poco.
- Bruno, déjame sola. Sólo déjame sola y vete. Conquista a otra mujer. Vive. Aún tienes tiempo de ser feliz de una manera más normal.
- No…Lucía, sabes que no me quiero ir. 
- Sólo hazlo. No me necesitas.

Al día siguiente, Bruno debía trabajar. Lucía lo besó al despedirse. 

Cuando Bruno volvió por la tarde, Lucía estaba rígida, con la mirada llena de vacío. No se movía y pesaba como una piedra. Bruno la movió y no la pudo traer de vuelta. Estuvo haciéndole cariño y diciéndole que la amaba, pero ella no respondía. Quiso llamar una ambulancia o pedir ayuda, pero no quiso vivir ninguna pérdida. Bruno se acostó al lado de Lucía y esperó pacientemente que ella despertara.

Lucía despertó y vio un cielo lleno de estrellas. A su lado estaba Bruno dormido y enamorado. No quiso avisarle de sus próximos pasos.

Alik Handru, microcuentista chileno.

sábado, 26 de noviembre de 2022

Lenvantarse y amar



Levantarse y amar

Fernando se levanta y desayuna. Vive en el séptimo piso de un departamento rodeado de otros departamentos. Hace años que no conoce la tierra o el agua de allá lejos, de los recuerdos, de los paisajes conocidos y por los pasajes misteriosos de las piedras gigantes. Eso ya no le preocupa, eso es otra época. Ya ha batallado; ha sido vencedor y ha sido derrotado. El paisaje es otro ahora. Éste es el futuro que nadie imaginó.

Fernando se sumerge en esa monotonía y en esa estructura. ¿Qué haré hoy? Entonces, con la espera del amor, recibe el mensaje de Ana. Escucha la voz de Ana y ella habla dulce y calma esa agitación y parece ser el remedio para cualquier malestar corrosivo. La ciudad está organizada y entrega todas las posibilidades. Eso piensa Fernando. Todo es llegar, presionar botones y recibir lo que se quiera. Fernando espera que ella termine de aliviar y animar su mañana.Fernando contesta. Dice que quiere salir a la montaña y nadar en el agua fría del río en su propio origen. Ana está de acuerdo. Pasará en una hora por él.

Fernando me pregunta si quiero ir. Respondo que sí. Esa ternura me fascina en su voz de amor. Le digo que me gusta contemplar ese verdor y esas flores y cactus, espinos y eucaliptus, pinos y quillayes de las montañas. No sé si sea por cultura, pero me gustan las flores. No podría odiar la belleza.

Veo a Ana llegar y me gusta ver su pelo flotar al viento. No sé si lo advierte, pero estoy en ese límite entre la felicidad y la tristeza. No distingo eso. Ana me besa y me hace sentir que este día se hace más agradable. Me gusta que ella se ponga sus lentes para el sol. Respeto esa privacidad, porque yo también los uso para que no me pregunten nada.

Vamos a la montaña y el ascenso me llena de ese aire fresco. Nos detenemos en un mirador y tomamos fotos. Yo evito aparecer. Pero me gusta ver a Ana siempre fresca, siempre buscando la belleza en todas partes.

Fernando parece siempre estar igual. A veces sé que simula una normalidad y quisiera saber qué le pasa. Nunca me cuenta qué siente. A veces debo esperar todo el día para que alguna palabra de ese mundo interior se libere y se comunique. Me gustaría tener esa confianza de alguna gente que se habla toda intimidad, incluso en presencia de extraños. Recuerdo esas familias donde todo se hablaba y donde todos parecían ser más felices por hablar y por ser escuchados. Entonces yo las observaba y me preguntaba si yo había crecido en una familia rara, donde los secretos y el silencio, la omisión y el juego de palabras habían nublado mi juicio. Me costaba acceder a Fernando, pero me conformaba diciendo que ésa era su normalidad.

- Ana, ¿vamos a comer algo? –
- Ya, vamos. Quiero comer helado.
- Yo también. 

No hay nieve cercana. Ya casi llega el verano. Ana y Fernando no se sacan sus lentes. El sol está fuerte y hace calor. El agua suena cerca. El río lleva la vida a la ciudad. Fernando y Ana disfrutan el viaje y se toman la mano con frecuencia. Me gusta ver esa delicadeza propia de quienes ríen de amor. Tan potente es el amor, que vuelve cursi a todos por igual.

Ana está contenta, lo sé. Y quiero que esté siempre igual y quiero que esté conmigo y quiero que siempre sonría y que sea eterna. Me gusta que siga mis chistes o mis estupideces. Me gusta que esté en la cama haciendo juegos con mi cuerpo y que me deje dormir apoyado en su regazo. Me hace sentir protegido y que nada más importa.

Comimos helado y ese día fue bonito. Fernando rio bastante, nadó en esa fría agua de la montaña y yo sentí que volveríamos a su departamento y que dormiríamos desnudos sobre la cama mientras el aire nos mecía hasta dormirnos. Imaginé que despertaría con él y que el deseo de adorarnos el cuerpo con besos y caricias alcanzaría el mediodía. Fernando dijo que ese día había sido feliz. Eso dijo. Eso recuerdo. Entonces no me invitó a quedarme con él. Me pareció raro. Así que ese domingo desperté y me levanté para escribirle un mensaje en el teléfono. Pero no contestó. Y me costó aceptar que ya no me podía levantar y decirle que lo amaba al mismo tiempo.

La ciudad se lleva todo rastro de imperfección y recubre el pasado con otras vestiduras. Entonces buscamos la fiesta y el frenesí. Algunos abandonan la ciudad y se van a vivir al campo. Las casas cada vez están más caras. Todos quieren volver a la tierra para contemplar el cielo limpio y suspirar sus sueños de libertad. Ana no volvió a la ciudad. A veces la veo sola sintiéndose culpable. Le digo que todos tenemos culpas y que elegimos volverlas invisibles con el olvido. Así me la llevo con ella. Siempre termino diciéndole que deje a Fernando en su propia lejanía y que, si ya no está, no ha sido por maldad, sino porque hay personas que no tienen la fortaleza suficiente para soportar las duras pruebas que ellos mismos eligieron padecer. Son decisiones íntimas que, veces, parecen conformar aquello que llamamos destino. Ana me mira. Sé que si me presta atención es porque quiere sentirse mejor. Trato de mejorar su ánimo y me esfuerzo. No hay olvido. No se sabe por qué no podemos sacarnos a algunas personas de la cabeza. No bajo la guardia. Amo a Ana. Ella es así: uno la ama simplemente. La recupero con besitos. Los días buenos son cada vez más. Tomo fuerzas. Quiero una vida con Ana. Por eso parto todos los días levantándome y diciéndole que la amo. 

Alik Handru, microcuentista chileno.

sábado, 25 de junio de 2022



Pide y se te dará

Conoció el vacío y esa depresión que le hacía desear dormir todo el día. Entonces quería saber por qué estaba viviendo todo ese caos interno. Tomó las llaves del auto y se enfrentó a su propio presente. Iba con las ventanas abiertas. El viento frío le dio vida. Tomó la ruta hacia un cerro al que le gustaba ir cuando estaba tenso de rabia por no tener respuestas. Allí increpó a Dios y le dijo que ya era suficiente el dolor, que le quitara el castigo y que por fin pudiera vivir contento con la vida. Dios lo observaba desde cerquita. Bajó en forma de camaleón y se confundió con el paisaje.
- ¿Por qué me culpas de tus problemas? – dijo Dios con cara de por qué me buscas con esa cara de aflicción.
El tipo no entendió. Esperó pensar mejor las cosas antes de hablar.
- Sabes – añadió Dios - que no siempre tengo que ver yo con sus cosas humanas. Si la gente hiciera lo que yo les digo - porque soy la perfección - no andarían por ahí sufriendo y llorando a escondidas con la vergüenza de no poder hablarlo con otra persona. No sé cómo aguanto tanta falta de inteligencia.

Dios, en realidad, no habla, sino que despierta ideas en la mente primitiva que tenemos. El hombre no reaccionaba. Entonces rogó a Dios que lo ayudara a sentirse menos solo y más feliz. Dios equilibró cada movimiento en el mundo para que él recibiera lo que necesitaba. No era tan fácil. Casi siempre tardaba algunos días en dar lo que le habían pedido. Él mismo lo había prometido. Dios se acuerda de todo y, a veces no, por eso mandó a escribir algunos libros para inspiración de la gente.

El hombre empezó a mejorar y a tener su propia felicidad. Primero notó un cambio profundo en su estado anímico. Luego, sintió ganas de salir a hacer ejercicio y a compartir la vida con otros. Finalmente, aceptando tímidamente una invitación a una fiesta, conoció gente y un grato gesto de Dios lo acercó al amor que le venía bien. Su cara cambió. Sus ojos brillaron de vida. Con los días, el tipo ya había mejorado bastante, tanto así que no necesitó desahogar su amargura en ninguna parte. Dios lo vio feliz y supo que, por lo menos, había hecho una buena acción para el amor que quiere que se exprese en todo lugar. 

Al tipo lo va a mirar de repente para saber si otra vez anda dando lástima, pero no, nada, lo ha visto bien, sabes, porque tampoco quiero que piensen que no tengo misericordia. Mi paso por la tierra es para que la gente se sienta contenta y llena de amor. Ya hablamos mucho de mí. Los ancianos somos aburridos. Ya descansa. 



martes, 18 de enero de 2022

Tigre



Tigre

Dedicado a un hombre que luchó por ser bueno.


La historia comienza en una discoteca. Tenía ojos felinos. Él me acechaba en la oscuridad, convencido de que lograría tenerme en sus garras. Adivinaba su apetito. Con la mirada, le indiqué que me siguiera. Cuando vi su rostro en la claridad del bar donde nos fuimos a conversar, advertí que sus ojos de tigre estaban atentos a cualquier movimiento. Me dio miedo que fuera serio y bravo, pero esa tensión se alivió con diálogos amables. Lo encontré interesante. Hablamos lo suficiente y acordamos que nos veríamos al otro día, porque ya cerraban el local y nos estaban echando.

Salimos a conocernos. Mostraba una gran ternura en sus gestos, a pesar de aparentar ser un hombre serio y hermético. Era grande y pesado, puro músculo, puro trabajo duro. Era robusto, un poco más que yo. Éramos grandotes. Con los meses, fuimos pareciéndonos cada vez más. Incluso nos dejamos la misma barba, lo que provocó que la gente nos empezara a confundir. Hay fotografías donde parecemos gemelos. Pero eso demoró en concretarse. Debí escuchar una biografía salvaje para liberarnos del pasado y, de esa forma, pudimos construir un futuro.

Se fue relajando con el paseo. Al principio no decíamos mucho, pero, en esas pocas palabras que intercambiamos, lo percibí dócil, dispuesto a darse a conocer y a ser querido. Caminamos largo rato. No hablamos temas personales graves. Hablábamos de cosas divertidas y nos reíamos. Se sabe que ver reír a una persona difícil es la forma más sorprendente para conocerla a fondo. De impulsivo, lo miré, lo abracé, lo besé y se quedó quieto. Respondió con delicadeza, me acarició el cabello y me abrazó lo suficiente para que se entendiera que los sentimientos eran recíprocos. 

Salimos toda la semana para conciliar nuestras soledades. Yo sentía que me había domesticado y no al revés como suele ocurrir. Me había llenado el corazón de amor genuino. Confesamos amores y desamores. Llegamos a detalles íntimos. Calculamos osadías del cuerpo. Pero, primero, acordamos hacernos los exámenes de salud de rigor. Llegado el momento de verlos - con temor, como siempre sucede -, respiramos aliviados, porque es difícil confiar en alguien a la primera. Haríamos todo con métodos seguros.

Llegó el fin de semana y fuimos a amarnos con el deseo de fuego que nos quemaba en cada beso. Lo desnudé y vi que tenía varias marcas en el cuerpo. Parecían quemaduras. Él se dio cuenta de que esos signos me habían llamado la atención. Esos segundos de profundo silencio siempre dejan huella, tal como un trauma, como un tabú, como un acto que ocurre, pero del cual no se habla. 

Esperé largo rato antes de hablar. Acaricié sus marcas. Él cerró los ojos. 
- ¿Qué te pasó en la piel? – le pregunté con un tono sereno. Él respondió de inmediato:
- No me gusta hablar de eso. 

En otra oportunidad, mirábamos el techo después de la desnudez. Estábamos callados. En ese silencio, él carraspeó, me miró a los ojos y dijo que tenía que contarme algo. Nos cubrimos el cuerpo con una manta. Se acomodó, volvió a mirar el techo y habló. 

Crecí en una casa mal construida, sumido en la pobreza de un pueblo de mar. Vivíamos con mis padres, hermanos, abuelos paternos, tíos y primos, todos en un revoltijo de gente yendo de allá para acá y metida en todas partes. En ese pueblo lo conocí. Yo estaba recién descubriendo que era distinto, que mi naturaleza se sentía mejor con otro hombre. No lo puedo explicar. Nadie lo puede hacer, creo: sólo deseas la compañía de otro porque eso te hace sentir pleno y feliz. 

Tenía cerca de dieciséis años cuando nos conocimos. Fue en una salida a la playa. Solíamos tener amigos en común. Bastó una mirada para saber que se nos se nos revolvía el estómago de las intensas ganas de estar juntos. Nos buscamos con miradas y gestos silenciosos. Estuvimos viéndonos a escondidas en lugares secretos. Aproveché un día que estaría solo para llevarlo a mi cuarto. Fuimos descubriéndonos por primera vez. No pudo ser. Estábamos en ropa interior cuando, de golpe, entró uno de mis hermanos mayores. Nos gritó con toda su alma que éramos unos maricones de mierda. Mi primer amor se vistió y se fue rápidamente y no volví a verlo. A mí me tocó lo peor: mi hermano me comenzó a pegar con un cinturón por todo el cuerpo. Me paralicé. Yo no sabía cómo defenderme. Era tan débil en esa época, que sólo acepté ese castigo porque así debía ser para soportar esa vergüenza. Mi padrastro supo de eso y, porque sí o porque no, me golpeaba igual que mi hermano. Según ellos, a punta de golpes me harían un verdadero hombre. Me pegaban por cualquier cosa. No fueron pocas veces y cada vez fueron más duros conmigo. Sólo se cansaron cuando me quedaron las marcas, que no desaparecieron ni con cicatrizantes.  

Nadie de la familia me defendía. Mi madre tenía miedo. Ella ya había sufrido mucha violencia por parte de mi padrastro y yo sé que así fue, aunque me parecen irreales esos recuerdos algunas veces. Eran tiempos antiguos y mi mente tiende a borrar esos episodios terribles. Tampoco quiero hacerle recordar esos maltratos a mi madre. ¿Tuvo ella la culpa de todo lo que me pasó? No quiero saberlo. 

A veces me preguntaba si yo merecía tanto sufrimiento. No, yo no merecía eso. Me llené de rencor. Crecí y, apenas pude, me fui a probar suerte solo a esta ciudad. Meses después mi mamá se hartó y prefirió irse a vivir sola a otra parte del pueblo. Al hermano que me golpeó, no le hablo. Lo he visto raras veces, pero él no me mira a la cara. Mi padrastro es como un fantasma que debe andar por ahí como un mal recuerdo.

- He pasado solo muchos años. Tuve aventuras como toda persona que se equivoca. ¿Sabes que no había hablado este tema con nadie? No sé si sea bueno. No quiero que estés conmigo por compasión. Sólo quiero que entiendas que decidí por mí, que acá busqué mi felicidad y que acá te encontré – me miró y sentenció: - El amor te hace fuerte.

- No sé qué decirte – fue lo único que pude decir.
- Tenemos cerca de cuarenta años los dos. Ya no tengo miedo de lo que pueda pasar – dijo con serenidad.

Y añadió:
- Hay que vivir sin miedo y sin prisa, soñando juntos – dijo, suspirando fuerte-. Por difícil que sea, vale la pena ser uno mismo.

Se nos fueron las ganas dormir, así que nos quedamos despiertos, compartiendo confidencias hasta que salió el sol. 

Lo contrario del amor es el miedo.
El miedo arruina la vida de toda persona.



 Por Alik Handru, microcuentista chileno.

domingo, 28 de octubre de 2018

Formas de sentirse podrida




Formas de sentirse podrida

Me llamaron por el apellido de mi padre en la escuela. En ese entonces yo no lo quería tener junto con mi nombre. No sé si fue bueno decirlo, pero hubo una tarea de la profesora y le dije que no me llamara por mi apellido paterno. Le dije. Le conté lo que pude ser.

Fue liviana la confesión del secreto, porque yo me sentí fuerte para decirlo: 

- Mi padre biológico, profesora, quería que mi mamá me abortara y por eso yo no lo quiero en mi vida ni en mi nombre. En nada.

Ella me miró y no dijo nada, porque quizá no era bueno que una niña como yo contara esa penosa historia que casi estoy segura que fue por pura vanidad de víctima, como si sufrir hubiese sido algo que sólo yo viví. Quizá era el momento de soltarlo, como una venganza que no alcanzaba para violentar a nadie. Supuse que la vida me haría pagar esa cruel verdad dicha a todo un grupo de niños que apenas alcanzaba los trece años. Estaba fomentando el odio a alguien que ni siquiera conocían, pero, en el fondo de mi corazón, deseaba su completa destrucción.

Al terminar mi tarea, que era hacer una biografía personal entre dos compañeros, me sentí cansada y vacía. Soltar ese trauma de un recuerdo tan terrible me dejó desanimada. Mamá me confesó esa verdad. No estuvo bien hecho, hay que asumirlo. Crecí con ese rencor. Pudo haberme mentido. Con el tiempo, me hizo mal y tuve crisis de llanto que oculté hasta mis últimos días. A nadie le servía una llorona. No tuve padre. No lo nombré. No dejé que me encontrara. Y como si la memoria se apiadara de mí, se me olvidó que existía. Esos fueron muchos años.

- Perdona por haberte contado eso - lamentó mi madre antes de morir.
- Está bien...tranquila.

La miré profundo a los ojos. No supe qué decirle. Creo que la perdoné de algún modo, porque a pesar de estar destinada al sacrificio, ella me rescató. Pero, en el escondite privado de mis llantos, me sentía podrida y me quedé pensando todo el día si todo lo que se sufre deja de doler en la otra vida. 

Alik Handru, microcuentista chileno.
































Leería hasta el final.

domingo, 20 de mayo de 2018

Fábula: Hormiga


Hormiga

Ella ahorró muchos sueldos ganados en la compañía de teléfonos del siglo veinte, peleando con esos cables enredosos que pudo manejar con la experticia de un pulpo, y no precisamente de aquel caso del niño pulpo poeta que leyó con poco crédito en aquellos años de escasa virtualidad y alto contenido mítico-fantástico o, fatalmente, manipulación televisiva. Con una lucidez obsesiva para sus diecinueve años, creó su destino sin necesitar a un hombre. Nadie imaginó nada, ni cuando su mamá la vio de a poco llenar su pieza de electrodomésticos. El padre, que en esa época daba poca importancia a las mujeres, vio en su hija un alocado comportamiento que no comprendió hasta su debido tiempo cuando ella le comunicó que estaba embarazada de un hombre del cual nunca hablaría.

- No les voy a decir quién es el padre. Si me quieren echar de la casa tengo de todo para irme a vivir sola.

Al padre se le cayó la mandíbula y el cigarro que iba a encender en la sala de estar. A la madre se le fue la voz y quebró el cenicero que estaba secando para tirar la ceniza del cigarrillo que ya no impregnaría la casa entera con su olor pasoso. La chica se fue a su pieza y no se sintió orgullosa de nada ni le preocupó el castigo que esperaría por las tercas costumbres del siglo. Porque no había nada más horroroso en aquellos años que una mujer soltera con un hijo de padre desconocido. La rebeldía sexual de esta mujer no dio para tanto, ni siquiera para preguntas imprudentes. Como fue de esperar, todos hablaron de ella como una perdida, pero como ella no se quedaba callada y daba un poco de susto su presencia, nunca tuvo que responder preguntas imprudentes, ni siquiera de la almacenera, que era el centro informativo del barrio.

Ella tuvo a su hijo con la esperanza de tener su propio sueño de felicidad. ¿Quién era el padre? Bueno, ella me contó que buscó a un tipo apuesto y perdió la vergüenza con él y mencionó recatadamente, y luego con una sonrisa de aquellas, que el hombre estaba bueno y que lo había pasado estupendo, pero no me dio ningún indicio para saber quién era, así que no puedo contar esta historia con ese detalle.

La chica siguió trabajando en la compañía por largos años, hasta que el progreso de la tecnología la despidió de su puesto. Ya no existían los cables. Entonces le ofrecieron seguir si estudiaba para usar computadores. Lo hizo. Ahora era operadora de llamadas internacionales. Obviamente que siguió una rutina normal. Fue una feminista sin saberlo en aquellos años antiguos y su historia no llegaría a ningún libro, porque había roto las reglas de señorita sumisa.

El parto significó una madurez potente, así que también le puso a su hijo un nombre significativo. Lo que ocurrió después fue un milagro. Después de los días de reposo, y pasado meses de enojo del padre y del silencio prudente de su madre, volvió a casa con su hijo.

- Saluden a su nieto. Saluden, no muerde. Vengan a conocer a su nieto.

El niño alegró la casa de los abuelos y fue querido, como sucede siempre cuando el amor incondicional que entrega un pequeño alcanza para todos los que lo tienen en sus brazos. Los abuelos jugaron con él hasta volverse niños y olvidaron todos sus reproches para asumir su nueva vida de viejos amorosos que gatean otra vez en el suelo.

La nueva vida no alteró la mente de la chica, quien siguió siendo prudente con el dinero que ganaba trabajando. Un día una compañera de trabajo se fijó en su cartera antigua. Nuestra chica tuvo una sola cartera en su vida y la lucía en todas partes.
- ¿Para qué necesito otra? Esta es la única que necesito.

Y fue cierto, porque cuando murió, la cartera, hecha de cuero auténtico, seguía tan bien cuidada como cuando fue comprada por ella misma con su primer sueldo. Tuvo otra que le regaló su hijo que usó para salir a fiestas y ceremonias y con eso fue suficiente para toda una vida de trabajo incesante.

El niño creció bien, nada que decir. La laboriosa chica trabajó y compró una casa. Allí se llevó todos sus electrodomésticos y demases y se fue con su hijo a vivir a la capital. Allí buscó trabajo de secretaria en una compañía de camioneros. Los abuelos dijeron adiós al niño y su hija les devolvió una sonrisa atenta y segura. En ella no había lugar para la duda, porque debía pagar su casa nueva en numerosas cuotas fiscales.

En la capital, ella conoció a un tipo y lo quiso, claro, pero no era para llevarlo a la casa, porque primero estaba su hijo.

- Vamos a ser felices puertas afuera. Puedes venir por mí cuando quieras. Ah, y me gustas mucho.

Lo pasó bien como quince años en la compañía y con su amor puertas afuera. El hombre intuyó, en un diálogo desnudo de una noche de amor, que ella no sería para familia así que fue directo cuando quiso terminar. Ella lo besó y cerró la puerta del edificio del amante querido cuando se lo dijo derechamente un frío viernes de otoño. También cerró su corazón, pero tampoco era de piedra, así que lloró toda la tarde antes de que su hijo llegara de la escuela y se amargó por semanas como toda mujer que quiso de verdad a un hombre.

Estuvo así como un mes y medio haciendo pucheros, pero cuando se dio cuenta de que la cara se le caía de pura tristeza, renunció a su trabajo. Estuvo sin penurias porque ahorraba mucho. Entonces aprendió a comprar terrenos baratos. Compró uno. Al cabo de cinco años multiplicaría su valor y con ese dinero empezaría a comprar más terrenos y a especular con el alza de precios. Era inteligente, esforzada, buena madre, una mujer casi ejemplar. No volvió a enamorarse, pero a veces se escapaba por ahí para no aburrirse sola.

Pero esta historia no se queda ahí.

Perdió a su padre y decidió volver cerca de su madre para cuidarla mientras envejecía. Ella misma se dio cuenta de que su cuerpo estaba vigilado por la ley de la gravedad, así que vendió su casa y compró un terreno al lado de su madre. El terreno no tenía ningún valor y era feísimo, porque estaba en un peladero de nadie y con un terrible olor a bosta de las vacas que andaban sueltas por ahí. Ella hizo una nueva casa como la imaginó y se llevó a su hijo, que ya estaba listo y motivado para estudiar en la universidad en algunos años. Cercó bien el terreno ella sola y, cuando pasaron cinco años, pudo comprar más terreno y hacerse de un espacio más grande donde poder hacer un enorme jardín y una piscina para cuando llegara el nieto que se le repetía en sueños.

Ella no se quedaba quieta ni cuando estaba acomodada en un sillón. No tenía tiempo. Tenía ideas para todo. Quiso una vida relajada. Con lo que le sobró de la venta de la casa y con lo que recibió del primer terreno, compró una casa antigua y la echó abajo. Con cálculo de negociante, vio que podría hacer unas doce casitas para arrendar y así tener cómo vivir sin tanta fatiga, así que fue al banco y puso todo lo que tenía en prenda para pedir un gran préstamo para cumplir con su meta.

Se pueden derrotar los propios errores y amar sus consecuencias.

Lo logró rápidamente. Once meses después, y luego de pasar apreturas y desvelos, puso un aviso de arriendo y fue todo un éxito su proyecto. Tuvo el alivio de poder lograrlo. El préstamo se pagó solo y pudo respirar feliz por muchos, muchos años.

Perdió el miedo a los aviones y se dio vacaciones mundiales. Viajó a los países de las primeras civilizaciones. Visitó potencias mundiales. Hizo voluntariado en hospitales para enfermos terminales. No podía quedarse quieta, era pura energía. Podía estar donde quisiera, pero se daba tiempo para hacer mejor la vida de los demás. No era una mujer que digamos meditativa, era más bien pragmática. Porque aunque hablaba con Dios de repente, se dio cuenta de que el caballero este no tenía muchos pecados por los cuales regañarla, por lo que su suerte económica la concibió como un regalo merecido y permitido por parte de él.

Su único vicio era fumar un poco. No se enfermó casi nunca de gravedad, y eso que el estrés estaba de moda. Cada día se daba ese tiempo para andar por todos lados. Tenía sus amigas. Nadie le exigió nada nunca. ¿Qué se le podría reprochar? ¿Trabajar mucho? Nadie la trató de mezquina, porque no negó ayuda a nadie. Era ambiciosa, pero nunca tanto como para no compartir su buena suerte.

Su último sacrificio fue renunciar a todo cuando se cansó de ser joven. No, no murió todavía. Le entregó a su hijo la responsabilidad de su negocio.

- Porque la edad no será nunca impedimento para trabajar. Ser viejo ahora es estar sin hacer nada, ni siquiera por uno mismo. Se pueden cumplir los sueños a cualquier edad – dijo enérgicamente cuando estaba en el hospital con otros viejos como ella tratando de mejorar los dolores de las articulaciones. La paciencia es un don, según ella.

Volvió a casa con un montón de remedios y se los tomó con harta fe porque no podría quedarse quieta ni un segundo más. Cuando le hizo efecto el montón de pastillas, volvió a la normalidad. También recibió una llamada con una noticia feliz: sería abuela. Cerró los ojos y se relajó imaginando lo que venía. Fue poco, nunca la tarde completa, porque se puso a hacer llamadas para hacer una piscina donde nadaría con el nieto que nacería en unos meses.

Fue a la pieza y tomó unos palillos. Tomó unas madejas y se puso a tejer ropa para el niño que venía a la casa, teniendo por seguro que es un niño, si yo ya lo soñé. Escribió también una carta para su hijo donde le revelaría donde estaba su padre, pero después la guardó para cuando ella muriera, pero se arrepintió que sí, que no, que ahora, que después, que ni muerta y varias razones más. Terminó meneando la cabeza y sufriendo por primera vez con la verdad que tendría que asumir. Pensó cuánto daño podría hacer a su hijo con tan solo un nombre.

- Ni siquiera sé si vale la pena. Que Dios me perdone el silencio de tantos años. Dame fuerza, oye -dijo, orando con fe de pecadora arrepentida -, mira que se viene fuerte la cosa. Se lo debo a mi hijo.

Cuando terminó de lamentarse con humor, fue por una pala y empezó a marcar el recuadro donde quería su piscina. Después siguió arrastrando la pala por el suelo como un juego y haciendo una línea interminable y siguió haciéndolo por la gran extensión de sus terrenos como una vieja loca que no sabe de límites ni de dificultades, porque había luchado por ellos a lo largo de una vida grata que se le dio para que todos supieran que para tenerlo todo a veces es necesario sacrificarse amargamente para ganar dulces finales felices.

miércoles, 28 de febrero de 2018

Angello


Angello

Angello había fumado marihuana y había tomado tantas cervezas como aguantaba la noche conversando con los amigos. Era día libre. Se había cortado el pelo con el corte de moda, corto por los lados y largo arriba. Al otro día fue a trabajar en el restorán. Antes de ir a atender las mesas, había visto su reflejo en el espejo. Salió bien peinado. Se arregló la camisa blanca. Lustró sus zapatos negros. Se arregló el pantalón negro.

Parecía un italiano, lo imagina así desde que lo ve. Ella se obsesiona con él, pero ni siquiera le alcanza para un sueño erótico. Porque la señora, a pesar de sus mil amores, encuentra una belleza luminosa en este joven al que le supone unos veinticinco años. La señora, que tampoco es tan señora, lo mira y le encanta esta dulzura que siente. Angello se acerca a ella y le ofrece el especial del día. Ella lo mira y Angello llena el espacio con su voz atarantada, que no era italiana, pero pudo ser. Ella pide pescado con ensaladas, un jugo de frutilla, un vaso de agua, un café para terminar. Angello llena ese espacio con su aura especial. Ella sabe, intuye, en realidad que él, en el espacio sagrado de su intimidad, se porta de mala forma, tan ingenua no soy, se le nota a este hombre que puede ser el mismo demonio en su casa.

Angello va a la cocina y le pide a otra mesera que atienda a la señora, a esa señora que está allá sentada en la mesa cinco. Esa señora está ahí, es tan mirona, con esa mirada que me sigue, si ni siquiera la conozco, pero es insistente y me enferma que me miren así como queriendo decirme o hacerme algo. La mesera ríe. Angello le entrega el pedido a la mesera y ésta lleva los platos. Ella hace lo que tiene que hacer y se retira a contemplar el cielo desde un patio interior del restorán donde se puede fumar un rato para soportar la presión del día. La mesera mira a Angello, pero no dice nada, porque no le importa la gente del trabajo, sólo quiere que las ocho horas de trabajo ojalá fueran seis para disfrutar la vida y no estar haciéndole la riqueza a otro que lo va a pasar mejor esa noche en su cama amplia, en su casa amplia, no como yo que apenas meto una mesa y ya debo pensar si coloco sólo cuatro sillas porque si van seis no cabe un sofá pequeño. Ay, Dios mío, dame fuerza para este día.

Angello anda atendiendo a otras personas. Se concentra en estar cómodo en su trabajo. La señora ha terminado. Pide la cuenta. Angello la sigue con la mirada inocente, no quiere complicaciones. Recibe el dinero. La propina es ostentosa y se emociona, porque nunca nadie había dejado tantos billetes. Entonces la señora se va y sale por la puerta. Afuera el sol pega fuerte. Angello piensa qué va a hacer con tanto dinero. ¿Compartirlo con la mesera?. Mejor lo guarda. Mejor ahorra. Cualquier cosa es mejor que el despilfarro.

Angello sale a la calle a mirar por donde va caminando la señora. La mira caminar un rato para ver si ella mira hacia atrás, pero no lo hace. Angello se aburre y se refugia en la sombra. Esa noche Angello está contento. La señora no puede dejar de pensar en Angello mientras fuma frente a la ventana que da al mar. La señora rescata la energía que proyecta Angello y cree firmemente que él va a ser alguien con un gran futuro o con mucha suerte. Angello cierra los ojos y se duerme sin pensar en nada. La señora termina su cigarro y cierra la ventana, cierra la cortina. Todo se oscurece.

lunes, 12 de junio de 2017

Microcuento: Lo que ella dijo.

Lo que ella dijo

Ese día ella le tomó el brazo otra vez. Él se paralizó. No había oportunidad de nada, así que él se transformó en piedra y apagó ese deseo de fuego. Ella me tenía sonriente, pero yo no podía intentar un acercamiento ni mencionar el tema. Trabajábamos juntos: ella, yo y su esposo. Yo no tenía nada contra él; nos saludábamos con calidez y me parecía siempre un buen tipo, así que empecé a alejarme de ambos por culpa, por tristeza, por imposibilidad, porque no quería herirme más estando cerca de ella.

- Yo sé lo que te pasa, pero me lo llevo a la tumba.

Eso fue lo que ella dijo y fue lo único que trajo la calma. Los días se le hicieron agradables. Aunque era invierno, no sintió tanto frío. Tomó más café que de costumbre para mantenerse despierto. Su atención se fue a otra compañera de trabajo. Era bonita y hartos años menor, pero vio una oportunidad y la invitó a salir. Fueron juntos a comer y pudo hacerla reír y ganar confianza, pero no tanta, porque no hubo beso ni una segunda salida. Como toda historia que pudo ser, no fue.

En esta historia hay ilusión. Hay un hombre absorto imaginando que abraza a una mujer en una cama espaciosa dentro de una habitación soleada. El tiempo se detiene. El contacto entre ambos cuerpos borra todo lo malo. Pero nada ocurre, porque nadie quiere sufrir. Ella ayudó a silenciar esa energía que parecía desbordar las reglas. No hablaron más que de trabajo. Toda esperanza fue derrotada. Porque no debían, porque no, porque nunca, porque estaba mal.

A él lo traté de cerca hasta que todo se desvaneció. Con mi esposo se hicieron amigos fraternos. Yo no podía permitir errores. A él lo veo preocupado por ser sincero con mi esposo. Yo sé que lo cuida, que me cuida, que quiere que mi vida sea la mejor. Se nota en sus gestos. Lo que dije se hizo promesa y la cumpliría. Vi la vida pasar como si fuese un eterno presente. No me hice cargo de su historia. Nunca imaginé una vida con él. Me negué todo. No arriesgaría nada, así que me reservé cualquier emoción para mis grandes secretos.

Yo me independicé y creé una empresa maderera con mi esposo. Lo volví a ver treinta años después. Pese a estar trabajando juntos y de tener grandes responsabilidades, nunca nos dimos los números de teléfono para decirnos algo como un feliz cumpleaños o un feliz navidad. Nos encontramos y nos saludamos con cortesía. Nos contamos los años y los días, nos miramos los cambios y comprendimos, satisfechos, que de alguna manera habíamos sido felices. Él se despidió con intensidad de mi esposo y con la fría resignación con la que vivimos años en paz. Era lo correcto. Los tres sonreímos contentos y nos despedimos para no vernos más.

La vi tan linda. Nos sonreímos como tres buenas personas que han chocado accidentalmente en una multitud. Me quedé con la sensación de que en la vida se puede vivir tranquilamente aceptando todas las pérdidas que quitan el aliento. Cuando ya nos dimos el adiós, caminé sin mirar atrás para que se me borrara su imagen. Sentí una pena inútil.

He transformado su imagen en olvido. Pero a veces vuelvo treinta años en el tiempo y, cuando la recuerdo, siempre es por lo que ella dijo.

Alik Handru, microcuentista chileno.

domingo, 25 de septiembre de 2016

Arida, microcuento sobre Arida.

Arida

Arida llegó a casa con la cara alegre y con la emoción de no estar sola. Venía con mamá, una señora bajita, dulce, que daba la impresión del amor de madre más auténtico. Transmitía calor la señora. Arida le pidió que la acompañara unos días. En realidad, no quería agobiar a su madre con sus padecimientos y pensamientos tristes que la tenían desesperanzada hace meses, luego de la ruptura con el tal Berto. Alivio. Padecer. Llorar sin ni un motivo, porque esa energía atragantada me envolvía por completo, como una manta de sueños que me convertían en una durmiente, en un cuerpo reposado en las negruras de la pena. Y ni una palabra tenía Arida para su madre, sólo la necesidad de recibir su fuerza, su cálida mirada de anciana buena. Su madre podía mirar el día más negro como si fueses el más brillante, el más bonito. Arida se puso tras los ojos de su madre para ver la realidad de esa manera tan noble. Y no quedó ciega, sino conmovida. Casi se dio cuenta de sus equivocadas ideas de tragedia. Arida esperó las palabras que destruyeran sus propios argumentos, porque era cierto que era dura, pero sólo de apariencia. Por dentro era de mantequilla y cualquier palabra podía herirla. Arida no cicatrizaba. Arida no sabía sanar. No resolvía. 

Arida pasó la tarde junto a su mamá. Sirvió té y se sentó con ella a recordar los tiempos que compartieron juntas. La infancia y la juventud. La partida de Arida para ir a estudiar a la universidad. El primer amor de su vida. El silencio llegó con la llegada de la noche. La madre de Arida habló en ese susurro amoroso de la experiencia y le dijo que se fuera a descansar a su pieza; ella lavaría las tazas y los platos, la cucharas, los cuchillos y sacaría las migas de pan sobre el mantel. Arida escuchó los movimientos de su madre entre el comedor y la cocina con agrado, con melancolía delicada, con esa lagrimita sola que cae porque ya no se puede soportar más tanta bondad, sintiéndose mal por ese insano estado de quien no quiere nada con la vida. Arida cerró los ojos. Su madre había esperado ese momento para acompañarla. Pero la miró desde el umbral y pidió a su Dios cumplidor que le diera fuerzas para hacer que Arida pudiera estar contenta por la mañana. Era realista. Simulaba su ausencia, caminaba como fantasma bueno y parecía estar en otra parte, pero no, era sólo la madurez de los años, era esa sensación de haberlo entendido todo por haber vivido tanto.

Arida despertó sin ni una sensación de cansancio. Pasó un día agradable. Hacía tiempo que no se veía tan dichosa. Los días menguaron su sensación de muerte de adentro, de total vacío y de sinsentido. Arida no sintió el paso del tiempo aquellos días junto a su madre. Tampoco se cuestionó esa nueva realidad de su mente despierta, despierta como una mañana relajada después de haber dormido bien. Y quiso esa libertad de niña que podía imaginar hasta un universo completo.

El día de la partida, Arida llevó a su madre de regreso a casa con toda su atención puesta en el gesto agradable de la paciencia. Se había esforzado por tener tiempo para que su madre se sintiera cómoda. Su madre iba mirando el paisaje, y pensaba en Arida, en que la veía tan sola, tan lejos de sí misma, que ya no la entendía, pero, como toda madre, pensó que era un estado pasajero, que cuando se es vieja, la juventud otra, la de Arida, era un confusión momentánea. La madre se contuvo de llorar. Abrió la ventanilla del auto y cerró los ojos. Sacó una mano al viento fuerte que todo lo borra y se desprendió del pasado ahuyentándolo con un adiós a ti, miserable mal.

Arida miraba la carretera intentando no pensar. Es fuerte, lo sé. Nadie podría decir lo contrario. Estaba mejor. Estaba por cumplir el sueño de su vida en poco tiempo. Y lo sabría cuando volviera a soñar otra vez con el amor hallado con una promesa secreta de un hombre que la buscaba sin mapa y que la convencería de que ahora sí, ahora hay un final feliz, mamá, ahora te puedo contar todo. Nos vemos pronto. Quiero creer que cuando vaya a presentarte a Darío me veas contenta. Arida soñó las palabras precisas para ese día, pero sólo dijo aquí está. Y la vi feliz, así que lloré de emoción discretamente bajo el rosal.

Alik Handru, microcuentista chileno.

domingo, 24 de abril de 2016

El pensamiento


El pensamiento

Un hombre se levantó temprano. Miró la belleza de su mujer acurrucada en la cama. Cerró la puerta de la habitación. Salió al patio. El sol de las diez de la mañana de ese domingo le hizo bien a su calma. El hombre pensaba: uno es un pensamiento, uno está hecho de la suma de muchos pensamientos. Entonces imaginó que sería un día agradable y lo creó. Su mujer se levantó. Preparó un desayuno. Vio al hombre y creyó que estaba angustiado. Preparó té y pan tostado con queso fresco. Lo llamó.
- Ven. Hace frío.
He hizo frío. El hombre sonrió. Después hubo calor. La mujer había realizado lo que el deseo del hombre había creado.
- Te amo – declaró él.
Y hubo amor ese domingo y todos los días venideros. Así pasó el tiempo, pensando que todo iba a estar bien. Y estuvo todo bien, desde el cuerpo hasta la mente, desde los problemas cotidianos, hasta los conflictos sociales. El hombre se dedicó a estar bien y se hizo eterno.

Los hombres buscan problemas en vez de soluciones. Allí donde se ve todo mal, en realidad está todo esperando ser apreciado, porque el hombre hará del mundo lo que sea que esté pensando.

martes, 23 de febrero de 2016

De "Fábulas para animales como usted" 32: Mosca.



Mosca

La niña padecía problemas digestivos esporádicos, pero preocupantes. Vomitaba mucho. Tenía diarreas. La mamá había acordado con el papá llevarla al médico por la mañana, no fueran a decir que no cumplían con su deber de padres supremos. Le dolía el estómago, aunque podría ser el hígado, el páncreas o el apéndice y hay que operarla, como decían los doctores de los hospitales.

Cuando estuvo frente a una doctora, la madre empezó a hablar por la hija, como si la niña no estuviera dotada de raciocinio. La doctora veía la cara de la niña. Expresaba ahogo, pero más que mostrarse harta, se divertía haciendo muecas a su madre que hablaba y hablaba. La doctora pensó que quizá estaba con una familia disfuncional, nombre de esos que le encantan a la gente para alardear que su vida es digna de observación -por último- con algo tan desagradable como una enfermedad.

Así, la doctora hacía como que escuchaba, pero sólo asentía porque hacía rato ansiaba salir pronto de la consulta a comer helado de vainilla con crema de chocolate. Era verano, momento propicio para problemas digestivos.

- …entonces tiene vómitos y diarrea. No sé qué decirle. Lleva así como dos años. Yo ya le he dado de todo, y no se me ocurre qué más hacerle. Doctora, yo cocino saludable, no le doy ninguna comida chatarra.

La doctora pidió a la mamá que esperara fuera de la consulta. Se quedó sola con la niña, bueno, no tan niña, tenía quince años. Y simplemente habló: «Desde chica, mi mamá me retaba por estar gorda. Yo no comía casi nada para que ella no se alterara. Pero en las noches me iba al refrigerador y comía todo lo que pillaba. Comía a escondidas. También me llevaba comida y la escondía bajo mi cama. Allí, cuando tenía hambre, había algo a mi alcance para quitarme el hambre.»

La niña enfermaba y bajaba de peso, justamente cuando tomaba comida (que incluso estaba podrida bajo su cama) y la comía, sin encontrarle mal olor ni mal sabor. Ella estaba martirizada por su madre, que le decía que estaba gorda. Con la comida podrida bajaba de peso y se mantenía delgada. Era un caso de desorden alimenticio. A mí se me ocurrió pensar en una mosca. Quería resolver esa vida en breve. Compuse el asunto tal como preví. Me escuché hasta el final, hasta haber entrado en la mente de la niña para sanarla.

Hacía calor. El helado. Lo recordé. Fui a tomar mi helado. Pensé en mis niños. Mi marido estaba en casa. Pensé que estarían comiendo. Pensé en comprar un matamoscas. Había una plaga. El calor era insoportable. Se anunciaban temperaturas altas.

No se habla nunca de temas negativos frente a un niño.
Una palabra podría dañarlo y hacerte un adulto problemático.

- En el mundo, los niños deben hablar con sus padres. Los padres tienen el deber de entregarles conocimiento y sabiduría para que tengan una vida tranquila y sana. Los padres son el ejemplo y la mayor fuente de disciplina para que los niños sepan comportarse como dignos hijos de sus educados padres. No les eche la culpa a los maestros o a los amigos. Los padres deben estar atentos y receptivos todo el día, como una mosca vivaracha que huye al advertir peligro en nuestros movimientos. Y deben ponerles atención con todos los ojos que se tengan- dijo la Sabiduría-. El que tenga ojos, que vea y el que tenga oídos, que oiga. Ya entendieron.