Araña
Ella tejía un sueño. Diseñaba fractales
perfectos. Un breve descanso alivió su tarea. Su obra adquiría significado
emocional. La dimensión onírica estaba y no estaba en su relativa conexión. (El
sueño dibujaba mapas en su conciencia). Vio a su única hermana frente a un
espejo. Quizá compartían el mismo sueño. Apartó la mirada.
Decidió otra posibilidad. Visitó el
tiempo. Evocó el cabello trenzado por mamá y por papá en un solemne acto de
amor. Al terminar el peinado, las niñas salían a pasear por el jardín. Cortaban
unas flores que adornaban su pelo. Así las recordó: distinguiéndose en el
jardín, como estrellas en un cielo verde, estaban las ipomeas azules. Se le
detuvo la niñez. (En sus días
venideros, la imagen de estas flores se proyectaría en una incesante búsqueda
de esta enredadera para cubrir las murallas de su jardín de enamorada).
Está siendo terminado un tejido. Está
siendo sobrellevada una angustia. Una ira secreta no ha sido aplacada. Una vida
terrible es asunto digno de los héroes o de los famosos, porque no entristece a
nadie, pero ella sabe que su historia sí. Los patrones se desordenaron. Un
repentino temblor corporal la despertó. Abrió los ojos a la verdad. Su hermana
siamesa seguía unida a su cuerpo.
El
autoengaño es una trampa relativamente efectiva.
Ella revelará en su vejez (hijos,
nietos y bisnietos están atentos):
- Me costó aceptar a mi hermana. Me
costó gran parte de mi vida. Cuando nos separamos, nos confesamos nuestros
secretos en largas conversaciones. Quedamos en paz. Ahora solamente pensamos en
el porvenir de la familia. Ella está conmigo en todas las distancias.
Suena un teléfono. Es la hermana. Todos
quieren escuchar lo que hablan, pero se alejan para respetar la grandeza de esa
delicada historia familiar.
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