El cuerpo sólido
Alik Handru, microcuentista chileno.
Tú habitas esa pared de huesos y piel, de sangre emotiva y de carne.
Hoy fuiste al supermercado y compraste naranjas y un chocolate amargo. Caminaste por esos pasillos y chocaste a algunas personas. Querías dejar de pensar y lo lograste. Empezarías de nuevo la vida habiendo olvidado toda la anterior. No se puede.
Conectaste con alguien que te llamó la atención y le hablas a veces. Sabes que te desea y tú ya te enamoraste. Caes en ese sosiego del placer, de verle la cara por la pantalla del teléfono y de escuchar que habla y habla hasta que logras interesarte en sus temas. Pero no: tú sólo quieres que te quieran y sueñas con todos los mimos y palabras que siempre estuvieron ausentes cuando más lo necesitabas. No puedes volver a atrás. En esos ojos que te tocaron no puedes disimular la soledad. Sé qué me dijiste que buscabas el amor, esa media mitad prometida en la mitología que aprendiste en tus primeros saberes. Buscas el ideal, alguien perfecto y que corresponda con tus propias formas, como un espejo que repite todo perfecto y tal como es. Yo te quiero feliz. No pongas tantas condiciones.
Hace días empezaste a aislarte de nuevo también. Quieres que todo te llegue a la puerta como si fuera un sueño lleno de posibilidades. Amas los sueños, sientes que te dicen algo del futuro, pero sólo te muestran tu estado actual. Yo sé. Ya tienes tu soledad y sientes que eso es lo correcto y lo mejor, pero hay una parte de ti que sabe que no, que necesitas salir y hablar y formar amistades perfectas e imperfectas. No pidas lo que no eres.
En la televisión, ves una serie de muerte y de reencarnación. Te gusta que el personaje muera para volver a nacer y a hacer las cosas mejores. La sientes como parte de ti, como una parte de tu propio cuerpo. La historia te seduce y amas todo lo que ves. Te gusta el sufrimiento. Te hace reflexionar. Los personajes sufren y tú siente que tu dolor es más fuerte. Apoyas el llanto de los protagonistas y casi lloras. Es empatía y viene la antipatía. Hay música de piano. Siempre quisiste aprender piano, pero no concretaste. Ojalá lo retomes. Pero tu inspiración se desvanece al recordar que dejaste de querer a algunos cercanos que tocaban el piano. No sabes si los odias ni tampoco quieres saber si los perdonaste, porque no están ahí contigo apoyando tu estado ausente. Sientes que ellos te han quitado la pasión por la música. Eso es un detalle consciente. Ellos ya no son tu luz. Ellos son luz de otros lados y de otras personas. Ya apaga ese resentimiento. Duerme, es de noche.
Te desvelas. Yo te digo: no puedes salir. Estás en este cuerpo. No es definitivo, claro. Sabes que debes estar alerta. Una emoción muy mala puede provocar alguna enfermedad terrible. Sabes secretos que a nadie le importan. No debes sobrepensar. Pero te cuesta y luchas con tus obsesiones hasta la derrota. Buscas sacarlas de tu mente como si pelearas a muerte con ellas. Si usaras un arma sería un alivio inmediato. Que no te ganen la pelea esas rabias ni esas tristezas. Son gusanos que corroen el cuerpo hasta matarte.
Esta noche te apoderas de energía para lograr tu paz. De eso se trata todo. Cuando sabes la verdad y la tuya también, te relajas. Sé que quisieras haber sido más inteligente y fuerte. Hay tanta imperfección, tanta incredulidad, que fuiste parte de esos errores. Lo bueno es que no lastimaste con odio ni con venganza. Deja ser. A veces tendrás que rendirte para salvar tu vida. Te duermes ¿Te aburro? Quizá sólo te he relajado de tanto hablarte. Duerme. Duerme, espíritu. Descansa un rato.
Eres importante. Sé que quisieras trascender más allá de lo posible en este mundo, pero es tan corta la vida, que más vale reír y bailar y amar sin medida. Comprende: el fin es desconocido, el fin es una sorpresa. Deja que el agua del río te lave los pies. Deja que todo sea. No te quejes.
Estoy contigo para traerte calma. Yo soy dos veces. Te amo y prometo amarte siempre.
Las cortinas dejan entrar la luz y el calor del sol te anima.
Es hora de vivir un nuevo día.
Despierta.
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