Alacrán
Era el jefe. Nadie se atrevía a
desafiar su severidad. (La oscuridad interior no encontraba su luz). Cuando era
observado, obligaba con su mirada a un acto, a un desvío, a un alejamiento. Se
resguardaba con inflexibles silencios. No hablaba. Contenía su sentido. Decían
que vivía solo y triste. Decían que ni su familia lo aguantaba. Los viejos que
lo vieron crecer decían que su papá tenía la culpa, que le pegaba mucho, que lo
crió sin llanto. Hazte hombre.
Una mente amarga se remedia con dulzura.
(Recibir cariño y palabras cuerdas es inevitablemente efectivo, aun en caso de
porfiados como éste). Es peligroso desconectar el corazón de la mente, porque
se inicia una fea caída hacia los abismos desérticos de la muerte.
En cada persona existe el vínculo
sensible con los demás. Esa delicadeza era un rumor insistente que le molestaba.
No lo aceptaba. Se refugiaba en un murmullo reverberante para mantener su
dureza. Él no iba a ser quebrantado: ni su alma ni su coraza serían alcanzados
por sensiblerías. Los empleados callaban al verlo cerca. Lo detestaban. Le
habían perdido el respeto al viejo, que criticaba sin encontrar nada bueno en
ellos.
Sin dicha alrededor, el odio
alimentaba su veneno. De tanto rabiar con su voluntad mañosa, una noche se hirió
mortalmente. Fue inesperado.
Una
persona inteligente no se rebaja a tomar malas decisiones.
Una voz le dijo:
- Te duele
el alma.
En su agonía, tuvo visiones de un
desierto, de un acantilado y de tierra que se cubría de flores, de vegetación y
de agua, signos unívocos de que se está nuevamente conectado con la vida. Parecían
transcurrir varios días; si era allá o acá, no discernía.
Una voz anunció:
- Volverás. Te dolerá el rescate de tu
cuerpo. Despertarás. Dejarán de odiarte. Llorarás. Terminará tu desolación.
Tendrás paz. Serás una criatura viva auténtica.
Se oía el llamado de la vida por toda la
historia de un hombre que abre los ojos recién, preguntándose si ha vuelto o si
continúa viajando por las dimensiones de sus posibilidades.
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