Mosca
La
niña padecía problemas digestivos esporádicos, pero preocupantes. Vomitaba
mucho. Tenía diarreas. La mamá había acordado con el papá llevarla al médico
por la mañana, no fueran a decir que no cumplían con su deber de padres
supremos. Le dolía el estómago, aunque podría ser el hígado, el páncreas o el
apéndice y hay que operarla, como decían los doctores de los hospitales.
Cuando
estuvo frente a una doctora, la madre empezó a hablar por la hija, como si la
niña no estuviera dotada de raciocinio. La doctora veía la cara de la niña.
Expresaba ahogo, pero más que mostrarse harta, se divertía haciendo muecas a su
madre que hablaba y hablaba. La doctora pensó que quizá estaba con una familia
disfuncional, nombre de esos que le encantan a la gente para alardear que su
vida es digna de observación -por último- con algo tan desagradable como una
enfermedad.
Así,
la doctora hacía como que escuchaba, pero sólo asentía porque hacía rato
ansiaba salir pronto de la consulta a comer helado de vainilla con crema de
chocolate. Era verano, momento propicio para problemas digestivos.
-
…entonces tiene vómitos y diarrea. No sé qué decirle. Lleva así como dos años.
Yo ya le he dado de todo, y no se me ocurre qué más hacerle. Doctora, yo cocino
saludable, no le doy ninguna comida chatarra.
La
doctora pidió a la mamá que esperara fuera de la consulta. Se quedó sola con la
niña, bueno, no tan niña, tenía quince años. Y simplemente habló: «Desde
chica, mi mamá me retaba por estar gorda. Yo no comía casi nada para que ella
no se alterara. Pero en las noches me iba al refrigerador y comía todo lo que
pillaba. Comía a escondidas. También me llevaba comida y la escondía bajo mi
cama. Allí, cuando tenía hambre, había algo a mi alcance para quitarme el
hambre.»
La
niña enfermaba y bajaba de peso, justamente cuando tomaba comida (que incluso
estaba podrida bajo su cama) y la comía, sin encontrarle mal olor ni mal sabor.
Ella estaba martirizada por su madre, que le decía que estaba gorda. Con la
comida podrida bajaba de peso y se mantenía delgada. Era un caso de desorden
alimenticio. A mí se me ocurrió pensar en una mosca. Quería resolver esa vida
en breve. Compuse el asunto tal como preví. Me escuché hasta el final, hasta
haber entrado en la mente de la niña para sanarla.
Hacía
calor. El helado. Lo recordé. Fui a tomar mi helado. Pensé en mis niños. Mi marido
estaba en casa. Pensé que estarían comiendo. Pensé en comprar un matamoscas.
Había una plaga. El calor era insoportable. Se anunciaban temperaturas altas.
No se habla nunca
de temas negativos frente a un niño.
Una palabra podría
dañarlo y hacerte un adulto problemático.
- En el mundo, los niños deben hablar con sus padres. Los padres tienen el deber de entregarles conocimiento y sabiduría para que tengan una vida tranquila y sana. Los padres son el ejemplo y la mayor fuente de disciplina para que los niños sepan comportarse como dignos hijos de sus educados padres. No les eche la culpa a los maestros o a los amigos. Los padres deben estar atentos y receptivos todo el día, como una mosca vivaracha que huye al advertir peligro en nuestros movimientos. Y deben ponerles atención con todos los ojos que se tengan- dijo la Sabiduría-. El que tenga ojos, que vea y el que tenga oídos, que oiga. Ya entendieron.
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