Aventura

Literatura, naturaleza y emoción.

martes, 23 de febrero de 2016

De "Fábulas para animales como usted" 23: Molusco.


Molusco

No culpo a nadie por mi situación. No quise estudiar. Fui consecuente. Acepté la primera oferta de trabajo responsable. Justo ahí debí prestar atención a las señales. Mi trabajo consistía en cargar y descargar cajas de un camión con una máquina y un carrito. Eran viajes extenuantes. Dormía en el asiento al lado del chofer, uno distinto cada vez. Medité mi suerte y mi soberbia no me permitió ver que fui flojo y desordenado por mucho tiempo. A partir de esa rabia inútil aceptaría el hecho que desencadenó mi presente.

Aparte de mis viajes, había beneficios: comer gratis, conocer el país, conversar con mucha gente, recibir regalos, sentirse libre. La oscuridad de la gente la vi de noche y  de día: robos, violencia, prostitución, drogas, amores escondidos, hijos desparramados en pueblos perdidos, ciudades diseñadas como fábricas para producir dinero a sus dueños, ciegos de mentira, indiferencia, pobreza, silencio. Los dos extremos eran amigos y enemigos a la vez, en esa rara ambigüedad donde lo malo a veces produce bien y lo que se cree bueno causa enormes daños. Lo que más me llamó la atención fue el silencio. El silencio servía bastante para sobrevivir. Vi horrores. Callé. Reconozco que me gustaba pasar por simple, tonto, tímido o como quiera decirse. Había historias desgraciadas en las confidencias de las vidas que compartí. Buscaban mi hermetismo para contarme secretos. Indiferente. Para mí lo importante era sobrevivir. Yo heredé tierra, pero no tenía dinero para trabajarla. Ahorraría para construir una casa. Era mi meta. Y fue difícil, porque muchas tentaciones aparecieron para desviarme de mis sueños. Un bajo salario alarga la espera también.

La flojera de mi adolescencia la pagué caro en mente y cuerpo. Primero, me derrotó la rutina de ser adulto y trabajar. Quise ver mi labor como una aventura, pero lamento tanto el dolor de mi cuerpo, de mi espalda, el  cansancio, reventarme los dedos de los pies con el peso de unas cajas, descuidar mi salud, andar hediondo por no poder cambiarme ropa. Lo segundo es una carga que soporto con la fuerza de mis brazos. Me esforcé en mis terapias e hice hartas pesas para mover mi cuerpo hospedado en la silla de ruedas. Sólo puedo moverme del esternón hacia arriba. No pasa mucho hacia abajo. He superado varias etapas. Me siento valiente. Fue en el último viaje que hice. Dormí en la carrocería de un camión pequeño. El chofer cerró la puerta. Me despertaría al cruzar el desierto. Era un largo viaje de noche. Me eché sobre un colchón de espuma que había y me cubrí con una frazada. Era una rutina que yo conocía. Desperté siete días después de un coma. Usted sufrió un accidente. Estaba en una camilla de lujo cuando recibí la noticia de mi inmovilidad perpetua. Se había roto mi médula porque yo había rebotado como una pelota adentro del camión. El médico me dijo que yo debía estar muerto con tanto traumatismo. No le respondí. El seguro se encargaría de mí. Menos mal que tenía un contrato de trabajo. Lloré, lo confieso, pero, más que por mi situación, fue por mis sueños. Quería una familia, hogar, no quedarme solo. Yo soy perseverante. Así la conocí.

La duda es enemiga de los sueños.

Ella apareció de repente. Yo tenía una mujer que me cuidaba por expresa resolución del seguro. Pero no me tincó. Quise dar un paseo. Fui a un parque cercano lleno de árboles. Allí estaba ella. Al principio no la vi. Puedo mover un poquito la cabeza. Yo sólo respiraba el aire sereno del día. Ella se acercó. Me contaría después que ese día lo había tomado libre para pensar y estar sola. Se sentó al lado. Pensé que era una loca. Se lo dije varias veces cuando fuimos pareja oficialmente. Bromeaba y se reía conmigo. Ella, la loca de amor, decía yo. Estaba sola como yo. En realidad nos gustamos de inmediato. Me dijo que yo tenía sonrisa de galán. Sonreí coqueto. Me dieron ganas de estar con ella. Se lo pedí después de muchas salidas. Había perdido mi movilidad, pero no la vergüenza. «En tu casa». Acepté. Lo había logrado. Y sucede lo que sucede entre dos adultos, porque yo aún puedo tener relaciones sexuales y estirar mis brazos para llegar donde la vida me mueva.

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