Aventura

Literatura, naturaleza y emoción.

martes, 23 de febrero de 2016

De "Fábulas para animales como usted" 22: Luciérnaga.



Luciérnaga

Algunas personas parecen no tener sentido ni importancia. Pero la tienen. Ella se agita con esta reflexión. Ha sido criada como una niña culta. Cumple sus obligaciones diarias. La desconciertan la pereza, el desánimo y las malas acciones de los demás. Ellos no se dan cuenta de sus actos. Abre su mente. Se orienta con sentido común. Concluye con sabiduría: todos cumplen una función.

Está satisfecha. Ha hecho surgir una idea nueva para el mundo. Abre la ventana. Ahoga un grito. Se concentró en su reacción. Era la primera vez que veía una luciérnaga. Y sería una sola vez en su vida. Sus manos acompañan el vuelo del insecto. Vería extraños fulgores más adelante. Serían señales que la guiarían en la trayectoria de sus decisiones. Admite presagios.

Algunas personas nacen con el propósito de ser un efectivo mal ejemplo que no desearíamos imitar.

Dos años después se aburre de ser la señorita perfecta. Su padre advierte esta rebeldía. Para él no es grato aceptar estos desatinos de libertad, pero su mujer le dice que es la edad. La chica explica. Cada uno elige la fuerza de su resplandor. Disfrutaría el presente con la libertad del azar. Los padres escucharon sin interrumpir. Se sintieron seguros. Confiaron en ella.

Se hizo espontánea. Rió sin analizar, sin juzgar. Fue a fiestas. Besó por primera vez. Se sintió amada por un chico deslumbrante. Descubrió instintos. Exploró sentidos dormidos, pero estableció límites. Él la hacía sentir especial. Conversaba temas complejos o se hacía el gracioso a falta de ideas. Lo escuchaba desahogar sus problemas. Esperaba que él tomara decisiones. No lo interrumpía ni lo forzaba a nada. Eso lo había aprendido de su padre. Lo recordó, porque su madre decía que una mujer busca a su padre en el hombre que ama. No le dio importancia. Pasó buenos momentos con él. Se entretenía mirando esos destellos púrpuras que a veces lo acompañaban.

Lo quiso mucho. Los dos se ayudaron en lo malos momentos. El peor fue su enfermedad. Él partió de este mundo cuando ella aceptó que una buena historia de amor es aquella que perdura en la eternidad. Lo lloró lo apropiado. Esperó el año de los muertos. Él cumplió su penitencia. El destello de su alma ascendió velozmente al cielo de su paz. Ella lo vio. Creyó en la otra vida.

Las luces más necesarias fueron las de su parto. Claro que volvió a enamorarse. Retomó los pasos de los días con sosiego. Los ojos de su hijo brillaban. Eran transparentes. El padre se dedicaba a la energía solar. Lo quiso de inmediato. Fue su sonrisa. Ella no pudo evitar devolvérsela. Si brillaban sus ojos, sería feliz con él. Eran las señales. Se quedó con él a pesar de su obviedad. Lo importante era su luz. Le gustaba hacerle cariño en sus mejillas de hombre comprensivo. Hay pocos. La cuestión es que la gente buena existe.

La noche que creyó era su última vez como ser humano, ella encendió una vela y la dejó en medio de un plato con agua para no provocar un incendio. Pidió relucir en el cielo. Se colmó de estrellas esa noche. Pero no se fue por el túnel de luz como dicen los que han vuelto de la muerte. Hizo un gesto de conformidad y apagó la vela con los dedos. En una visión le llegó conocimiento: aquellos que portan luz viven muchos años para ayudar a los demás a no extraviarse en los penosos confines de la oscuridad. (Es un premio misterioso. Otras veces se vive muchos años sufriendo para pagar errores del pasado en vida). No podía quejarse. Aguzó la mirada y pudo ver, como cualquiera, la luz que emanaba de sus manos. Lo hacía como un juego desde la niñez. Acarició el rostro del hombre que amaba. Logró dormirse. En sueños, la luz de su cuerpo salió volando para convertirse en una hermosa estrella de su cielo astral. 

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