Salamandra
La
niña resolvía rompecabezas. Paisajes, edificios y objetos eran permitidos. Descubrió
el azar y se inquietó. Una parte de su cuerpo faltaba. La rastreó. Había
marcas. El pasado silenciaba su vida anterior. Mudó sus dientes. También esperó
que la parte nostálgica de su cuerpo se regenerara.
La
niña crecía, preguntaba. Precedido por la tensión, el padre tomó a la niña y
esperó que lo mirara a los ojos. La ternura alerta los sentidos. La madre mira al
padre. La sinceridad no ha sido planeada aquel día. El aire suspende su
movimiento. El corazón crece en tres personas a la vez.
Afuera
en el patio, el día es perfecto para seguir viviendo. Una frase medita su
trascendencia. Padre, mis ojos te quieren
en mi corazón. Con dulzura, una lágrima se desliza por el rostro de un
hombre dolido, amado, abandonado a su espera. Brota una verdad y otra de él la
completa. Tienes una diferencia por mi
culpa. El padre siente el pecho apretado. (Duele abrirse para liberar el
sufrimiento). No se perdona el descuido,
la caída. Su hija sonríe, porque en la mirada del padre encuentra la pieza que
le faltaba a su vida y ya no hará preguntas. Ambos se miran. Brazos tiernos
rodean a un hombre que llora, llora, llora. La historia se cuenta sola.
Una
mujer susurra que ama a ese hombre grande, a ese hombre franco, a ese hombre
fuerte que no se contiene, porque de su sincero llanto hereda el valioso perdón
de su hija pequeña. Ella conoce la antigua amargura de su padre. La madre
cierra sus ojos. Decide. Se da vuelta y deja en paz ese parte del día.
Perdonar es aceptar que el pasado no se puede cambiar, sólo el futuro.
- Hija…
- Papá, ya, no
llores. (Me rindo ante ella). Yo voy
a salir adelante.
Desparecen las
cicatrices.
- REDENCIÓN -
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