Oveja
La niña no dormía por el insomnio. Estaba agotada.
Los pensamientos, las preocupaciones, las angustias, las memorias, impedían el
descanso al cuerpo de su mente.
Pidió ayuda. El pensamiento solucionó esta
ansiedad. Allí saltando, allí visitándola, contó mil setecientas ovejas
monótonas, las que perdieron la cuenta ante el esfuerzo infinito de enumerarse para
sanar a su amada e insomne niña creadora. (Ellas aparecieron por ser una
antigua creencia arraigada en la mente colectiva).
Las ovejas dibujaron paisajes relajantes para
frenar el insomnio, porque aprendieron que no era sano mantener activo el
cerebro mientras se dormía. Las ovejas paseaban por un prado de flores azules.
El paisaje fue calmando a la niña mente. Las ovejas la seguían. Ella creaba
conexiones a cada paso. Pensaba. Era inevitable.
Ella era la mente de un joven. Sus
cualidades eran ser briosa, reflexiva y minuciosa. Él quería encontrar su camino.
Quería vivir intensamente, amar, ser feliz ahora y en el presente, sin luchas,
sin esfuerzo. Ella le envió algunas ideas por el túnel de los pensamientos. Él
las desechó.
La solución le concernía a un otro. La mente
se vio acompañada por el espíritu del joven. Ambos conversaron acerca de qué
debían revelarle. La autoridad del espíritu es obedecida por la mente. El espíritu
es prudente, sabio y un gran terapeuta. La mente comprendió que al joven aún le
faltaba vivir hechos trascendentes para aprender las lecciones de su paso por
el mundo. El espíritu dijo la palabra espera.
Ella miró el paisaje florido y descansó en su paz mental.
La paciencia multiplica
los buenos resultados.
En la mañana, aún oscura, el joven despertó
perezosamente, sintiendo que era demasiado temprano, que no quería hacer nada,
que aún tenía sueño, que quería flojear, que no entendía por qué había que
hacer esto y aquello, que no quería ser parte del rebaño de personas que no se
cuestionan nada. En otras palabras, amaneció odioso. Esa mañana era fría y se
puso una bufanda de lana, un chaleco de lana y un gorro de lana.
Partió de su casa en el campo distante una
media hora de la ciudad. Poco a poco sintió calor. Pensó que no debía rendirse,
que esa mañana podía lograr lo inimaginable. Tomó el bus de todos los días.
Había avanzado un poco cuando un pastor con un montón de ovejas que lo seguían
interrumpió el viaje. Los demás pasajeros iban callados y no se alteraron con
la tardanza.
Se calmó su mente. Su espíritu le entregó
una sabia respuesta a la inquieta pregunta de sus días: una gran vida está
compuesta de todas las otras nobles vidas que nos rodean. Estuvo con la cara deslumbrada
un rato sin oír el motor ni los balidos. Cuando volvió de su meditación fabulosa,
contó las ovejas para comprobar si eso daba sueño como decían por ahí. Eran
treinta y nueve ovejas. Bostezó un poco, se relajó con el paisaje y miró hacia
el futuro por el parabrisas en esa pausa marcada por una certeza definitiva.
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