Aventura

Literatura, naturaleza y emoción.

martes, 23 de febrero de 2016

De "Fábulas para animales como usted" 16: Elefante.



Elefante

Esa mañana lo vimos caminar despacio. Daba pasos torpes y pesados. Se veía decaído con su traje gris. No quisimos interrumpirlo en su trayecto. Se despidió. Luego supimos que había dejado la empresa.

Él había ocupado un lugar destacado en la oficina. Era muy respetado. Siempre fue simpático y se hizo querer por los empleados, quienes entregaban reverencia inusitada a un hombre cálido en su hablar y amable en sus gestos de abuelo longevo.
Recordé la historia de un sobreviviente a una bacteria que infectó sus intestinos en una intervención quirúrgica. Fue una tarde, fumando con este tipo que hablaba de cómo le vaciaron las tripas para lavárselas por el contagio, cuando escuché su caso. Él tipo habló de esto como si se le hubiera caído un pelo. Me dijo que un hombre podía saber mucho, pero si no tenía carácter, no llegaría a ninguna parte, menos sobrevivir a la muerte como él.

- Conozco a un imbécil que sabe más que cinco ignorantes declarados, pero él depende de sus órdenes. Lo mandan con esa saña del bruto que goza con el poder insolente.

Yo era un desilusionado de treinta y nueve años cuando escuché a este hombre. Me hipnotizó esa idea y me propuse ser importante y tener fortuna. Convencí a unos cuantos amigos de montar una empresa de construcción e hicimos nuestras primeras casas. Nos fue bien. Ganamos respeto. Decidimos levantar gradualmente edificios de dos pisos y más.

Esperamos, estudiamos y desarrollamos proyectos más desafiantes. Nos transformamos en una empresa inmobiliaria. Reuní socios. Comprábamos terrenos y hacíamos departamentos. El dinero llegaba lentamente, pero no dejamos de hacer los primeros trabajos humildes. Éramos agradecidos de la gente. Hice millones para todos y para mí.

La fortuna merecida llega poco a poco.

Él miró hacia atrás para recordar el rostro de todos sus empleados, pero intuyó que el movimiento traería un inevitable accidente. Lo hizo igual. Cayó desvanecido. Lo recogieron unos guardias y lo llevaron a un hospital. Despertó sobresaltado en una camilla. Abatido, cerró los ojos y durmió hasta las once de la noche. Abrió los ojos por una hora. Rememoró lo que había sido su vida: un soporte para este hermoso mundo, para muchas vidas. También se entusiasmó con lo que haría mañana: visitaría con sus nietos el zoológico para que conocieran a un elefante recién nacido que había despertado la curiosidad de los niños.

Estaba contento. Quiso moverse un poco. Se levantó para distraerse de su reposo. Alzó la vista. Sintió pena por la pobreza de las personas que vio por la ventana al otro lado de la calle. Pensó en ayudarlos. Lo hizo por años. Suspiró fuerte. Su cuerpo viejo y arrugado no tenía fuerzas para tanta hazaña por ahora. Había prioridades. Se preocuparía de su salud. Dedicaría tiempo a su mujer, a sus hijos, a sus nietos y a los que quería en la vida que se le iba, pero no se quejó, porque ya lo sabía. Tuvo sed. Bebió agua, agradeció el amor que habitaba su enorme corazón y se echó a dormir esperando recuperarse de la nostalgia.

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