Elefante
Esa mañana lo vimos caminar despacio. Daba
pasos torpes y pesados. Se veía decaído con su traje gris. No quisimos
interrumpirlo en su trayecto. Se despidió. Luego supimos que había dejado la
empresa.
Él había ocupado un lugar destacado en la
oficina. Era muy respetado. Siempre fue simpático y se hizo querer por los
empleados, quienes entregaban reverencia inusitada a un hombre cálido en su
hablar y amable en sus gestos de abuelo longevo.
…
Recordé la historia de un sobreviviente a
una bacteria que infectó sus intestinos en una intervención quirúrgica. Fue una
tarde, fumando con este tipo que hablaba de cómo le vaciaron las tripas para
lavárselas por el contagio, cuando escuché su caso. Él tipo habló de esto como
si se le hubiera caído un pelo. Me dijo que un hombre podía saber mucho, pero
si no tenía carácter, no llegaría a ninguna parte, menos sobrevivir a la muerte
como él.
- Conozco a un imbécil que sabe más que
cinco ignorantes declarados, pero él depende de sus órdenes. Lo mandan con esa
saña del bruto que goza con el poder insolente.
Yo era un desilusionado de treinta y nueve
años cuando escuché a este hombre. Me hipnotizó esa idea y me propuse ser
importante y tener fortuna. Convencí a unos cuantos amigos de montar una
empresa de construcción e hicimos nuestras primeras casas. Nos fue bien.
Ganamos respeto. Decidimos levantar gradualmente edificios de dos pisos y más.
Esperamos, estudiamos y desarrollamos
proyectos más desafiantes. Nos transformamos en una empresa inmobiliaria. Reuní
socios. Comprábamos terrenos y hacíamos departamentos. El dinero llegaba
lentamente, pero no dejamos de hacer los primeros trabajos humildes. Éramos
agradecidos de la gente. Hice millones para todos y para mí.
La fortuna merecida llega
poco a poco.
Él miró hacia atrás para recordar el rostro
de todos sus empleados, pero intuyó que el movimiento traería un inevitable accidente.
Lo hizo igual. Cayó desvanecido. Lo recogieron unos guardias y lo llevaron a un
hospital. Despertó sobresaltado en una camilla. Abatido, cerró los ojos y
durmió hasta las once de la noche. Abrió los ojos por una hora. Rememoró lo que
había sido su vida: un soporte para este hermoso mundo, para muchas vidas.
También se entusiasmó con lo que haría mañana: visitaría con sus nietos el zoológico
para que conocieran a un elefante recién nacido que había despertado la
curiosidad de los niños.
Estaba contento. Quiso moverse un poco. Se
levantó para distraerse de su reposo. Alzó la vista. Sintió pena por la pobreza
de las personas que vio por la ventana al otro lado de la calle. Pensó en
ayudarlos. Lo hizo por años. Suspiró fuerte. Su cuerpo viejo y arrugado no
tenía fuerzas para tanta hazaña por ahora. Había prioridades. Se preocuparía de
su salud. Dedicaría tiempo a su mujer, a sus hijos, a sus nietos y a los que
quería en la vida que se le iba, pero no se quejó, porque ya lo sabía. Tuvo
sed. Bebió agua, agradeció el amor que habitaba su enorme corazón y se echó a
dormir esperando recuperarse de la nostalgia.
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