Ella apareció con un pequeño niño envuelto en paños blancos. Sabía dónde
encajaría en el gran rompecabezas de la vida. Estaba cansada. El viento otoñal le
había impedido desplazarse con agilidad. El destino de un niño fue deliberado y
ella no se rehusaría. Obedeció cumpliendo valientemente con su instinto.
Un orden había sido dispuesto: una casa, un tipo de padres, un jardín,
sueños bonitos. Los elementos preparaban su revelación. Se le otorgó conciencia,
huesos, amor, música, llantos, olvidos, enfermedades, tequieros, malos y buenos
amigos, cariños, emociones, tiempos, pausas, placer y muerte. (La vida terrena
se elige antes de nacer).
Miró a la criatura, suspiró un adiós
y la dejó a una familia que le daría futuro. La suya estaba hecha de súplicas
sin eco. Eso cambiaría. Tocó un timbre y desapareció. Rechazó cualquier despedida.
El futuro de un hijo debe ser asegurado.
La historia da un vuelco aquí. El niño es devuelto a las autoridades. Se
investiga a la madre. No se encuentra. El niño crece sin reglas. Soporta una
vida sin sentido por cinco años. Es adoptado. Años más tarde llora por su origen.
Llora más. Duerme deprimido. Se resigna a ser quien es.
Habla en su interior:
- Aprender es el sentido de la vida. Odié, amé. ¿Qué más puedo
sentir? Si uno sufre, todos sufren y si
uno está contento, todos están felices. Elijo hacer lo mejor que pueda en lo
que me resta de vida. (La unidad del todo había sido comprendida por su
madurez).
La voz de la ignorancia hace creer que
estamos solos y perdidos en el mundo.
- El amor es un vínculo indestructible - reflexionó la madre biológica
cuando decidió buscarlo. Caminó sin cansarse. Lo encontró. No se sabe si hubo
perdón o si el hijo prometió ir a verla. Sólo se cumplió una ley dispuesta para
que ningún recién nacido se muera de hambre.
En este mundo de aprendizajes, el conocimiento no se termina nunca.
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