La costumbre de los insectos
Yo era la noche y era la oscuridad, el tiempo de los otros, los que no deben ser. Me encendiste, me necesitabas, me buscaste en la seguridad de tu miedo y te di la luz de mi foco eléctrico. Nosotros caminamos por todos lados con nuestras patas minúsculas y sigilosas por ese cuerpo humano que dormía cubierto con una única manta abrigadora. Fui el frío en esa habitación, persistiendo en mi existencia nocturna de hacer dormir bajo la luna.
El hombre despertó de todas
maneras. Abrió los ojos y halló paz con la lámpara. Notó que había algunos
insectos sobre la manta y la sacudió hasta sentir que se había liberado de
todas esas pesadillas vivas. Poco a poco se reconoció y contempló su propia
historia: no había lugar para él en este mundo. Hacía días que sabía que no
tendría mucho tiempo. Los resultados médicos eran concluyentes. Y en esa
intranquilidad, deseó soñar sin despertar jamás. El hombre, un tipo normal, con
hijos y esposa a quienes ya había abandonado hacía años, seguía vivo por
vivir. No tenía contacto con ellos. Algunas veces contestó mensajes,
disfrazando su agonía con palabras de amor y de comprensión. Sólo él conocía su destino. Y sabía que tendría que mentir hasta que ya el cuerpo lo delatara.
Tenía su despertador listo para
que sonara en una hora más. Apagó la lámpara y cerró los ojos para no pensar más.
Una hora más tarde sonó el despertador y comenzó el día con la rutina del baño
y del desayuno. Los insectos de la noche estaban en sus escondites de día. La
lámpara descansó. El frío no se sentía cómodo y se refugió en las sombras de
los árboles.
El día está soleado y un hombre
que ya no quiere pensar se dirige al trabajo. Allá hace su trabajo monótono;
sonríe para no recibir preguntas y conversa sobre el mundo y sobre los otros. Me
da pena pensar en él. No sé qué decirle. No hay nada más infructuoso que dar
esperanza a un hombre que sabe que va a morir. Ni todo el amor del mundo puede
inflar su pecho de alegría. Entonces sabes que eres una molestia, sabes que te
ve como un insecto, sabes que para él todos somos unos insectos.
Por Alik Handru, microcuentista chileno.
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