Conejo
Libertino. Crápula.
Reproductor de problemas. Entre más hijos, más hombre. Es colectivo el
desparramo. La mujer, el útero, la semilla, la tierra fértil del deseo. Poesía
marginal. El dolor hecho arte. Fenómenos sociales. Hijos por allá, hijos por
acá. El silencio de las mujeres. Su dueño. Prohibido amar a otro; prohibido
desear a otro. Ellas son la propiedad. Las orejas guardan los secretos. (Cuidado,
susurros, miedo). Él es el padre. Él es el hombre, el poder, la majestad y el
orden. Toma, copula y se va. Ellas no existen en el acto lúbrico. Sufren el conato.
No hablarás si no te habla. Esto no
se dice. Esto es carne. Rijo ancestral. Multiplicados sobre la tierra.
No seguir al pie
de la letra una enseñanza, sino adaptarla a la propia realidad es lo más correcto.
Visita
poco. Es rápido. Los hijos se le acercan para reconocerlo. No saben cómo
llamarlo. Lo han visto en la fugacidad del desamparo. Hay montones de madres.
Lo aborrecen. No pueden confesarlo a sus hijos. Callan. No hablan de ellos, los
paridos como trofeo para un hombre ausente. Crecidos, alejan el bien con males
y muertes. Aprenden lo peor. Ocupan lugares, pero carecen de significación. Son
los sin nombre.
…
Fui
consciente. La velocidad me hizo famoso. Así supe mi nombre. Arranqué. En mis
brazos pesaba un objeto que no era mío. Ahora sí. Robado. Rompí la ventana en
ese silencio roncado. El sueño. Luces fueron encendidas. Me cegaron. Capturado
fui. La jaula de mi sombra. Tocado boca abajo por los cuerpos. Sobre mí
jadearon legiones de demonios históricos. Basura. Aquí yazgo. Casi maldigo. Me
retracto. Conozco esa fuerza. Sé que
si lo hago, esa palabra retornará a mí para pudrirme. Tomo el filo. Acaricio. Mato
para morir. Uno solo expía mi mancha. Gano. Su ojo en mi ojo rojo. Me aíslan.
No alcancé a reproducirme. (Los hijos
de matadores heredan el instinto destructivo).
Salvo vidas. Mi juventud se hace vejez. Adentro, de allá para acá, de acá
para allá, el paseo es de ocho pies memorizados. Quien mata, vive sólo esta vida y pierde su vida espiritual, hijo. Recuerdo
esta devoción de mamá. Veo su cara. Le digo que no la quiero ver más. Entiende
mi plaga, mi sacrificio. Las maldades me devoran. Madre, aquí, en esta tierra,
tuviste un hijo. La beso. La olvido. La borro.
Cae
la noche. Cae dormido. Luego, el insomnio. Ha escrito en la muralla: «No
pensarás, porque harás daño. Los malos pensamientos son la causa de las peores
creaciones humanas». Una vez pensado algo,
jodiste.
En
el margen, unos niños juegan. Podrían ser sus hermanos. Ni él ni ellos saben
por qué el padre los ha abandonado. Oficialmente, no existen. Son los innombrados.
Piedad para sus madres.
Anónimo.
Alik Handru, microcuentista chileno.
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