Aventura

Literatura, naturaleza y emoción.

martes, 18 de noviembre de 2025

De "Fábulas para animales como usted".




Cisne

Año 2002

Yo quería a esa mujer, pero no se pudo concretar. Entonces ella y yo teníamos catorce años y me dijo, sin preliminares, que quería quedarse conmigo. Yo no podía creerlo. Eran las primeras veces que sentía deseo y no quería parecer estúpido, pero igual quedé así. No le hablé por varios días y, cuando pude, quise decirle algo, pero elegí mentir. 
Escogí un momento en que quedamos solos y le dije:
-No puedo.

Es que ella era todo lo femenino que había en el mundo. Era delicada y nunca la vi vulgar como a otras chicas de la escuela. Yo me quedé impresionado y no puede decirle nada que pudiera hacerla feliz. Pero ella tampoco. Los días pasaron y los años nos fueron alejando. Mi verdad es que me dio miedo soñar con ella. Yo ya había conocido otras chicas y ella me parecía intocable. Mi corazón se llenó de tristeza y no pude entender todo lo que mi mente quería decirme. Ella despertó el amor en mí y nunca dejé de sentirlo ni de extrañarla como alguien que siempre debería estar ahí junto a uno.

Año 2012

Estuve por la vida teniendo relaciones serias, pero mi naturaleza no me daba paciencia y terminaba pronto. Conocí el amor sincero, pero nunca me sentí satisfecho. De ahí uno madura y se va dando cuenta de que las relaciones amorosas nunca son perfectas y la desdicha puede hacer que se terminen rápidamente. Como prueba de ello, tuve un intento de matrimonio y luego conocí a otra mujer devota que hubiera ido al fin del mundo conmigo; era delicada en presencia, pero una furia decidida a ser feliz y a disfrutar la vida. Cuando me sentí insatisfecho otra vez, terminé la relación y procedí a volverme loco y a salir con muchas mujeres, porque no quería nada serio para no tener que hacerme responsable de nadie. Quería ser libre. Mentira: quería un amor que extrañaba todo el tiempo. Después de tanta locura salvaje pensé que no me merecía ni una pizca de amor.

Año 2022

He vuelto a encontrarme a la chica de mi colegio y me pidió que tuviéramos un hijo. Era por la edad más que nada, me dijo. No quería dinero ni responsabilidad. Fue a verme sólo para decirme eso. Ella me quedó mirando sin ningún perturbación. Yo quedé atónito. Me sentí cobarde, pero como ella fue tan atrevida como en la adolescencia, le dije que sí para demostrar que era valiente. Eso sí fue trascendente y bonito. Quedamos de juntarnos en un hotel. Allí ella me vendó los ojos, tomó otra venda para ella y ocurrió el milagro. La amé, la besé, la abracé y luego estuvimos frente a frente sin hablar por harto tiempo. Yo ya había recibido propuestas de dos mujeres para embarazarlas y quedaron de llamarme si la vida las dejaba solas sin hijos antes de los cuarenta, pero después vi por las redes sociales que ya estaban en paz con hijos y esposos gordos, felices todos. Fueron historias con final soñado. Con una petición delicada ella me pidió que me fuera. Luego de vestirme, salí del cuarto del hotel sin mirar atrás. No nos miramos a la cara esa vez. Ella me lo había pedido después de una larga conversación llena de pactos de confianza. Nunca se me ha ido el recuerdo del aroma de su cuerpo ni la suavidad de esa piel.

Año 2032

No he dejado de visitar al niño. Es lo que esperábamos. Hoy celebramos su cumpleaños comiendo lo que él quiso. Cuando preguntó por qué no estábamos la madre y yo juntos, le conté la historia que acordamos el día del hotel: fue una aventura, no nos dio para más y no había amor suficiente para seguir. Punto. Lo miro y me intimida qué el haga preguntas como si fuera un abuelo viejo. Así son los niños ahora. Ella no me pregunta nada. Sé que me quiere y no quiero decirle nada. No puedo dejar de mirarla y, cuando cruzamos las miradas, comprendemos que ambos nos queremos, pero que no vamos a estar juntos. A mí me daría miedo lastimarla. Y ella -creo- sabe que no puede obligarme a nada. El niño es una dulzura y se nota que va a ser un buen hombre. Hay veces en que conversamos largo de muchos temas, pero no de amor. Entonces me siento en paz. Cada vez que puedo veo a mi hijo, salgo con él, lo consiento y le doy consejos. Lo escucho harto. Al devolverlo con su madre, me cuesta irme. Muchas veces me quedo mirándola largo rato hasta que me vence el recuerdo de mis obligaciones del día.

Año 2042

Yo conseguí mi propia felicidad también. Tuve dos niñas y son unas bellas mujeres ahora. Me esforcé en amar. Quería tener seguridad y sentirme sin ataduras. Pero valió la pena esta nueva vida. Mi mujer -nos casamos para asegurar el futuro- es muy cariñosa, buena mamá y nunca está nerviosa ni pasa por estados de angustia. Ella me hace bien. Es como una medicina. Hasta dejé de fumar de tanta tranquilidad con la que vivo. Entendí que la soledad es válida para algunos, pero a mí me gustaba luchar por algo y ahora lo tengo. Todo es cuestionable, lo sé. Por eso somos individuos y mentes únicas. Me gusta estar en el lugar que estoy. Siento el amor en el alma. Y confieso que mi mujer se parece mucho a la mujer de mi adolescencia. Qué sorprendente es la vida.

Año 2052

Mi primera mujer amada fue ella. Nunca dejé de quererla. Mi amor evolucionó a devoción. Mi primer hijo, otro que tuvo ella y las niñas, se llevan bien. Peleé harto por esa cercanía y para que comprendieran que había que aceptarse. Mi mujer recibió la misma historia de mi hijo. Una mentira blanca no daña a nadie, pero, muchos años después, igual la conté entera y lloré mucho. La historia hirió a todos. Me odiaron un buen rato. Me costó ser perdonado y volví a la soledad como una especie de castigo. No sé si vale la pena ser sincero siempre. No todos están preparados para la verdad. Por eso que asumí las consecuencias: el silencio incómodo, la desconfianza y la conversación privada que vino a hacer la chica de mis días con mi mujer cuando decidí irme de la casa un tiempo para evitar más problemas. De todas formas, yo sentía que ambas se parecían en su forma de ver las cosas y que podrían resolverse sin dolor. Semanas después, cuando regresé a casa no hice preguntas de esa conversación. Tampoco quiero saber. Me bastó con la paz que tuvimos todos. Agradecí todo sin decir nada. 


Somos una familia moderna. La madre de mi primer hijo tuvo su historia de amor: un hombre risueño y que noto que la hace feliz, porque se sonríen y ese es el mejor signo de que una relación es buena. Yo y mi esposa los recibimos unas dos veces al año. Los hijos se divierten solos; tienen que disfrutar su juventud y pasarla bien. Me gusta verlos reír y que se sientan cercanos. Yo creo que uno igual manipula mucho la vida cuando quiere ser feliz. Y no les voy a mentir: siento un amor único por aquella chica que siempre está en mi mente. No me la puedo sacar de la cabeza. Yo creo que a todos les ha pasado esa gran pena de querer y no poder. Pero uno bloquea fuertemente ese pensamiento y lo libera en la soledad de la melancolía que nos deja la vejez. Me gusta verla de vez en cuando a escondidas para simplemente conversar. No nos hemos tocado ni una sola vez desde el hotel, pero esa cercanía es todo lo que necesito. Cuando ya todo termina, vuelvo a casa un poco más tranquilo. Un poco con cara de infiel, pero no digo nada. Cuando se respetan los límites nadie sale dañado. Pueden pensar en que quizá algo pase, pero no. Eso no está en ningún plan. 

Sin amor no hay vida ni muerte feliz.

Año 2062

Yo sentí un frío terrible. Aún no podía creer que murió. Yo estuve largos años aceptando quedarme sola. Tuve este hijo y después, con mi marido, tuvimos otro, porque no iba a dejarlo divertirse solito. Mi pareja es un tipo lindo. Podemos ser muy aburridos los dos, pero acepto esta tranquilidad sincera. Yo amé a aquel hombre que conocí a los catorce años y acepté la derrota con inteligencia. Me gustaba sentir la vida maravillosa imaginando un amor bonito con él. Como no pudo ser, armé mi propio camino. No iba a quedarme sola de por vida. Yo no insistí en nada. Las cosas resultan o no y pude adorar de lejos y en mis pensamientos a ese tipo que no iba a estar conmigo nunca. Fue un amor idealizado y no correspondido y eso me dio fuerzas e ideas para evitar muchos errores en busca del amor perfecto. Me tenía que dar un vida también: de santas no es esta tierra. A veces, hablar de amor siempre hace sentir bien

Estuve por largos años sola. Estaba acostumbrada a cumplir mis metas y luchaba sin pudor por ellas. No me dio vergüenza lo de pedir un hijo. Sólo tuve miedo de no cumplir ese sueño. Suena vulgar, pero me inspiré en una historia de una señora que hizo lo mismo y que ni siquiera contó quién era el padre, yéndose con el secreto a la tumba. Con el tiempo una se da cuenta de que en esta batalla por la maternidad hay más mujeres en la misma situación. Después encontré a mi marido y me acomodé a su cuerpo y a sus abrazos y tuvimos un hijo. Le conté todo sin miedo a perderlo y le dio igual y ¡por Dios que me relajé! Tenía miedo, pero arriesgué todo para no vivir con la angustia por mi sensación de culpa. Con él supe que la vida te da oportunidades. De todas maneras, me sentía como una bruta insensible. A veces me siento culpable y otras no. En fin, Dios sabe que, por lo menos, actué con conciencia. 

Ahora se ha ido y me quedo con una sensación de duelo muy rara. Ya conozco los preparativos y los dejo a los niños. En este momento hay un silencio profundo en esta casa. No quiero ruido. El dolor igual es fuerte y tranquilo a la vez. Me quedo llorando en la intimidad de mi cuarto. No quiero que me vean. Quiero sufrir sola, porque aún en mi cabeza hay pensamientos sensibles que me reservo para no causar daño. Es emocionante la vida. Pero una vida bien vivida es hermosa de todas maneras. Lloraré por todo lo que fue y lo que pudo ser. Estoy vacía. El amor bonito no se olvida. 

Vienen días tristes. Espero ser fuerte para evitarla en mí, en los demás y en los que vienen. Debo soportar, debo seguir viviendo. 

Ojalá les haya gustado mi historia.
Y recuerden que cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

lunes, 23 de junio de 2025


El cuerpo sólido
Alik Handru, microcuentista chileno.


Tú habitas esa pared de huesos y piel, de sangre emotiva y de carne.

Hoy fuiste al supermercado y compraste naranjas y un chocolate amargo. Caminaste por esos pasillos y chocaste a algunas personas. Querías dejar de pensar y lo lograste. Empezarías de nuevo la vida habiendo olvidado toda la anterior. No se puede.

Conectaste con alguien que te llamó la atención y le hablas a veces. Sabes que te desea y tú ya te enamoraste. Caes en ese sosiego del placer, de verle la cara por la pantalla del teléfono y de escuchar que habla y habla hasta que logras interesarte en sus temas. Pero no: tú sólo quieres que te quieran y sueñas con todos los mimos y palabras que siempre estuvieron ausentes cuando más lo necesitabas. No puedes volver a atrás. En esos ojos que te tocaron no puedes disimular la soledad. Sé qué me dijiste que buscabas el amor, esa media mitad prometida en la mitología que aprendiste en tus primeros saberes. Buscas el ideal, alguien perfecto y que corresponda con tus propias formas, como un espejo que repite todo perfecto y tal como es. Yo te quiero feliz. No pongas tantas condiciones.

Hace días empezaste a aislarte de nuevo también. Quieres que todo te llegue a la puerta como si fuera un sueño lleno de posibilidades. Amas los sueños, sientes que te dicen algo del futuro, pero sólo te muestran tu estado actual. Yo sé. Ya tienes tu soledad y sientes que eso es lo correcto y lo mejor, pero hay una parte de ti que sabe que no, que necesitas salir y hablar y formar amistades perfectas e imperfectas. No pidas lo que no eres.

En la televisión, ves una serie de muerte y de reencarnación. Te gusta que el personaje muera para volver a nacer y a hacer las cosas mejores. La sientes como parte de ti, como una parte de tu propio cuerpo. La historia te seduce y amas todo lo que ves. Te gusta el sufrimiento. Te hace reflexionar. Los personajes sufren y tú siente que tu dolor es más fuerte. Apoyas el llanto de los protagonistas y casi lloras. Es empatía y viene la antipatía. Hay música de piano. Siempre quisiste aprender piano, pero no concretaste. Ojalá lo retomes. Pero tu inspiración se desvanece al recordar que dejaste de querer a algunos cercanos que tocaban el piano. No sabes si los odias ni tampoco quieres saber si los perdonaste, porque no están ahí contigo apoyando tu estado ausente. Sientes que ellos te han quitado la pasión por la música. Eso es un detalle consciente. Ellos ya no son tu luz. Ellos son luz de otros lados y de otras personas. Ya apaga ese resentimiento. Duerme, es de noche.

Te desvelas. Yo te digo: no puedes salir. Estás en este cuerpo. No es definitivo, claro. Sabes que debes estar alerta. Una emoción muy mala puede provocar alguna enfermedad terrible. Sabes secretos que a nadie le importan. No debes sobrepensar. Pero te cuesta y luchas con tus obsesiones hasta la derrota. Buscas sacarlas de tu mente como si pelearas a muerte con ellas. Si usaras un arma sería un alivio inmediato. Que no te ganen la pelea esas rabias ni esas tristezas. Son gusanos que corroen el cuerpo hasta matarte.

Esta noche te apoderas de energía para lograr tu paz. De eso se trata todo. Cuando sabes la verdad y la tuya también, te relajas. Sé que quisieras haber sido más inteligente y fuerte. Hay tanta imperfección, tanta incredulidad, que fuiste parte de esos errores. Lo bueno es que no lastimaste con odio ni con venganza. Deja ser. A veces tendrás que rendirte para salvar tu vida. Te duermes ¿Te aburro? Quizá sólo te he relajado de tanto hablarte. Duerme. Duerme, espíritu. Descansa un rato.

Eres importante. Sé que quisieras trascender más allá de lo posible en este mundo, pero es tan corta la vida, que más vale reír y bailar y amar sin medida. Comprende: el fin es desconocido, el fin es una sorpresa. Deja que el agua del río te lave los pies. Deja que todo sea. No te quejes. 

Estoy contigo para traerte calma. Yo soy dos veces. Te amo y prometo amarte siempre. 

Las cortinas dejan entrar la luz y el calor del sol te anima.
Es hora de vivir un nuevo día.

Despierta.

viernes, 2 de mayo de 2025



Sobre la tierra

Yamil toma el agua de su botella y cae al suelo. Cae al suelo, desfallece, pero no morirá, porque el amor más inmenso no lo deja morir. No quiere morir sin el beso de la mujer pequeña y difícil: Kaisa.

Allá está, Yamil, allá lejos, donde te evita, porque no te ama, no te ama, no te ama como tú corazón la ama. Entonces Yamil se va caminando de la ciudad a las tierras de la muerte. Camina esperando que Dios le traiga el amor a su puerta, a su lado, a sus manos de ternura y a su boca de deseo. Yamil camina por la tierra ochenta pasos más y ya sabemos que está en el suelo sufriendo; y llora, porque hay algo que no quiere aceptar: sabe que no hay oportunidad.

Kaisa está lejos en otra ciudad a mil kilómetros de distancia. Nada se sabe de ella. Es un secreto que no sale a la luz. No hay forma de hacerla ver el amor. Yamil le ofreció la vida entera. Ella no dijo nada. Quizá no le creyó. Quizá tenía otra promesa de amor. Quizá también sintió que le faltaba algo que Yamil no tenía. El amor es algo tan recíproco, que no puede existir si uno de los dos no siente nada. No enciende. No prospera. Es una completa ilusión y una mentira terrible.

Yamil está derrotado. Su única esperanza es un encuentro casual. Kaisa lo tiene bloqueado en las redes sociales, en las llamadas y en toda forma de comunicación. Yamil está enamorado y puede que pase la vida entera sintiéndose perdido y solo. No amará de otra manera. No lo molestará el tiempo ni el dolor. Yamil espera y espera. 

Yamil vuelve en sí.

No pierdas la cabeza.

Yamil vuelve a casa. El sentimiento de completo vacío y de soledad lo llena de amargura. 

La noche es una pausa. 
Las estrellas brillan como ojos tristes.

domingo, 5 de enero de 2025


El sol
Alik Handru, microcuentista chileno.

Me ha nacido un sol en medio del pecho. Dicen que así nacen todos los soles después de miles de años. No me permití mucho asombro en estas tierras ocultas. Nadie baja a la ciudad. Acá en el campo los misterios no se explican. Es parte del silencio y de paz que se quiere conservar. A veces quiero viajar y conocer el mundo, pero no creo que aguante tanto. Dicen que allá todo es violencia y hambre, lujos insostenibles en medio de pobreza; dicen que hay sustancias que hacen que las personas se vayan de su mente y que nadie vive honestamente. Eso me había asustado. No quise irme lejos. Más me tenía preocupado el sol en medio del pecho.

Yo sabía que tenía que irme, pero al cielo de arriba. Sabía que, cuando mi sol creciera más, era inevitable mi partida. Mis padres oraban por mí. Ese amor se pegó en mi alma y fui a hablar con ellos:
-Papá, mamá: déjenme. Es sólo un sacrificio bondadoso.

Mamá y papá me miraron con resignación. Entonces aceptaron que debía cumplir un destino más grande por ahora. No lloraron. Encontraron la paz en nuevas formas de abrazarse y de decirse palabras dulces. Tuve otros hermanos; sus ojos eran risueños y advertí que serían pura felicidad para todos alrededor. La tierra, la familia y la gente ya tenían una herencia.

Llegó la noche y yo debía esperar el amanecer. Antes de la última oscuridad, ardí en luz y calor y me elevé al cielo. El otro sol se apagó y retomó su forma humana. Lo vi irse contento cuando se despidió con un leve gesto de gratitud. Yo sonreí.

Cinco mil años han pasado en mi espacio. Recuerdo a mi familia y creo que ya entendí por qué hay tantas estrellas. He comprendido que el tiempo me ha permitido vivir toda una historia en unos minutos. Sé qué veré la tierra iluminarse de amor y también veré el despertar de muchas vidas. Acá, donde estoy, no se sufren cosas malas, porque soy pura luz. Me invade una sensación de amor inmensa; cada oleaje de bienestar lo ocupo para multiplicarlo y transformarlo en energía para todos allá en la tierra. No me siento solo. Me gusta saber que aún hay más transformaciones que vendrán pronto. Tengo un propósito, una meta, paz y un destino que me falta mucho por comprender.

No se desanimen con la falta de luz. Cuando los pensamientos más oscuros los agobien, piensen que el sol está ahí para traer la luz y la esperanza de la creación. Nadie está solo.

miércoles, 1 de enero de 2025


El hilo negro enredado
Alik Handru, microcuentista chileno.

Siempre fue vestida de negro. Pero no sabía por qué. Así diseñaban toda su ropa y gastaban bastante en hilo negro. No usaban otro color en su ropaje. La vestían así y quedaban felices. Aunque ésta es la imagen típica de la muerte, dicen las escrituras que es un ángel, un ángel blanco e impertérrito de un Dios que no deja comprender aún todos los misterios de la vida que conocemos hasta la fecha. Quizá nuestra mente mejore con los siglos y podamos adentrarnos en esas cosas de las que nadie quiere escuchar. Las historias vienen y van. Las ideas son eternas y permanecen guardadas para heredarlas una y otra vez hasta que sean superadas por otras mejores.

El ángel de la muerte sabe nuestra fecha. Dios lo envía. Es lo único cierto.

Mariano fue como cualquier otro niño encantador. A pesar del amor, de la educación, la vida haría de él un hombre de mal. Su valor se midió en medio de cuchillas y de armas. Había desafiado al más malo de todos y pasó lo que ya sabes: recibió cinco disparos en el cuerpo y quedó tirado en la calle hasta que lo encontró la policía con su madre suplicando otra oportunidad. 

Todavía resuenan en mi cabeza los secos lamentos de su madre al escuchar la noticia no por dolor, sino por paz, porque ella esperaba ese final.
-¡Hijo mío! - gritó y no hubo más voz ni brotó una sola lágrima.

Sangre. El dolor, limpiar esto, si sé, lo sé, este llanto, esta resignación, este alivio. Porque yo estaba esperando, en mi parte más oscura, su muerte, que es la paz también para los demás. Ya no quiero ser madre. Sólo quiero saber que ya se acabó. Trajiste sufrimiento, Mariano, trajiste dolor y ese dolor lo cargó cada persona que te amó. No sabes cómo me siento, cuánto te quise, cuánto daría por haber hecho algo más. Yo te siento y me hundo en este silencio incómodo y malo.

El ángel había cumplido su misión y no volvió a saberse de Mariano. Las flores se secaron sobre su tumba y luego fueron a dar a la basura. 

El hombre hace al hombre y también lo destruye. 

Dos mujeres que no se conocieron buscaron la forma de morir casi al mismo tiempo. Nadie las detuvo. Dicen que sus decisiones fueron motivadas por hombres tiranos y malvados que las colapsaron. No soportaron la presión, pero tampoco tenían que hacerlo. Se paralizaron y no huyeron como pensaríamos. Se cree que ambas sintieron lástima de esos hombres: ¿quién los iba a querer? Creyeron que los podían hacer cambiar. Entonces tú te preguntas cómo alguien puede influir tanto en tu mente y lo ves simple y concluyes que esa persona es débil o influenciable y no aceptas otra opinión. Notas algo distinto ahora que buscas entender. Recuerdas que, muchas veces, tu mente no da para más e intentas olvidar todo y te distraes hasta que te vence el sueño y despiertas y no se ha ido nada del agobio que no te deja descansar ni dormir ni soñar bonito. Ambas nunca se conocieron ni sabemos si se conocerán. Ambas fueron a comprar una soga y hacen lo que intuyes: se ahorcan. La vida no les da ninguna esperanza ante una persona horrible que pensaste que te amaba. No supieron cómo luchar. Estas mujeres son hermosas. Su pelo es largo, muy largo y cae, flota y va y viene. No debiste imaginar esa situación.

Las dos mujeres fallecen y nadie quiere acordarse de ello. Todos quieren saber por qué ha ocurrido. No hay carta ni nota de despedida. Entonces las encontraste meciéndose, vomitas y algo de relajo te da esa purga. Consigues olvidar después de años, pero sientes culpa por no haber hecho algo. No había nada que hacer. Su familia baja la cabeza y se siente culpable de por vida. La tristeza no se va del corazón cuando se amó de verdad.

Me gustaría morir en el sueño.

Cuando niños nos permitimos hablar de la muerte. Nadie pensaba en eso. Pero nos juntamos en el patio de la escuela y estuvimos de acuerdo en que morir en el sueño era la forma más agradable e indolora de dejar el mundo. Pero éramos chicos y no sabíamos el alcance de esa conversación. Vino un silencio grande y luego dijimos que mejor nos íbamos a jugar y así lo hicimos, pero yo sé que esa conversación tan íntima haría trauma. 

Crecimos. Rami murió electrocutado junto a otro trabajador mientras intalaba unos cables en un ducto bajo tierra. Alguien dió el paso de la corriente sin saber que ellos estaban ahí. Era un tipo grande y siempre se burlaban de él. Daba puñetazos y siempre andaba enojado. Tenía buena situación y creo que eso molestaba a los otros, porque siempre llegaba con cosas caras y uno ni hablaba, porque nosotros apenas teníamos dos monedas únicamente para comprar dulces y pasar el hambre de estar todo el día encerrado aprendiendo a ser mejor o a ser peor. Entonces hubo duelo y ese silencio que siempre acompaña a la muerte. 

Siento que necesito desahogarme de eso y más.

Alberto era algo callado y tampoco conoció a las dos mujeres. Supe que también se quitó la vida. Era huraño. Era alguien difícil de tratar. Jugaba como cualquier niño, pero había algo de violencia en su actuar, algo que sólo sirve de detalle. Recuerdo a su madre. Ella parecía ausente de la crianza de su hijo. A veces creo que ella le tenía miedo a su propio hijo, incluso desde pequeño. Las madres saben siempre cómo termina la historia de cada uno de nosotros desde el primer día en que nos miran el alma a través de los ojos. Alberto murió de veinticinco años y fue olvidado.

Cada muerte que hemos conocido necesita un desahogo, una conversación para liberar ese monstruo destructivo que es la angustia, el nerviosismo o el miedo. Cada muerte es un porqué y luego seguir adelante. Y nos sentimos solos y desamparados.

Escúchame: he sentido mucho dolor y no lo he comunicado. Estas líneas ayudan un poco. Hablar y hablar. Necesito decirte que me he sentido triste y asustado. No me quiero morir. Me da miedo vivir. No quiero perder a nadie. Quiero que todos vivan para siempre y que sean felices. Aún lloro por los que no pude salvar. Quiero entender igual que todos. No hay que morir sin haber sido feliz. ¡Oh, Dios, cómo puedo vivir con esta incertidumbre!

Quiero salir a fumar. 
Déjenme solo.
Gracias por comprender.




        

sábado, 30 de noviembre de 2024



 Chisme aburrido


Hay una señora que vive al lado de mi casa. Puede que sea jubilada. Es tan vieja como yo, pero estoy segura de que cree que es joven. Suele pasar que creemos que los demás están más viejos que uno, pero es simple impresión y consuelo de autoestima de última temporada.

Ayer estuve mirando el paisaje desde mi casa. Cierto que vivo en una delicada altura. Puedo ver el riachuelo que recorre el pueblo en estas afueras y me consuela saber que no moriré de sed por si se asoma una catástrofe mundial o el fin del mundo como anunciaban todos esos fanáticos religiosos. Creo que, desde la infancia, uno debería ir a clases de madurez y de sentido común para no caer en la estupidez tan fácilmente.

Hoy vi a la vecina cortar los árboles con un sombrero de paja, idea tomada, creo de antiguas películas en blanco y negro de jóvenes amas de casa idealizando su vida matrimonial, una idea de mierda pensada por hombres de mierda. Muchos de esos viejos maridos aún existen y no saben ni siquiera freír un huevo o untar mantequilla a un pan. Podrían vivir en un restorán de por vida si así pudieran ser atendidos; a veces creo que toda esa horda de ancianos en casas de reposo fueron mujeres que nunca movieron un dedo y hombres que se casaban con el único propósito de tener una mujer que les sirviera.

Nací sin ganas de vivir. Soy sincera. Todo se me hacía aburrido. No sé por qué debo participar de la vida de otra gente. Fui huraña toda mi vida. Cuando me puse a observar la vida de la mujer de al lado de mi casa me di cuenta de que compartíamos el mismo odio por todo. Y no quería ser la receptora de esos malos sentimientos, así que empecé a ignorarla hasta que la olvidé.

Fue una decisión terapéutica. No tenía que preocuparme. No fue fácil escapar del chisme. Un día me topé con ella en un almacén comprando carne. Miré sus manos amarillas y arrugadas y luego miré las mías. Entonces no quise verla más y empecé a detestarla.

Mi primera forma de eliminarla fue plantando arbustos en el límite de los sitios. 

Luego pude colocar arbustos para usarlos como cortinas frente a las ventanas para que evitar su presencia ante mis ojos.

Finalmente, dormí en paz. 

Con los meses, ella dejó de estar en mi mente. Me había puesto a tejer y fabricar colchas de colores como toda una abuela clásica y aburrida. Tuve abundantes ideas de cómo hacer las cosas. Me sentía feliz y no tenía que pensar en nada.

No todo fue tan feliz en medio de ese paisaje de descanso. Un día me puse a mirar por entre medio de los arbustos y vi a la mujer tirada en su patio. Al lado, un perro pequeño la acompañaba y gemía de angustia. Me puse una de mis colchas y caminé hasta la puerta de entrada de su casa. Demoré en dar la vuelta y más me costó comprobar si estaba viva. Ocurrió lo obvio: mi vecina estaba muerta. Hacía frío y no sé por qué pensé que esa mujer vieja también se congelaba, así que la cubrí con mi manta y llamé a la policía. 

Cuando llegó la policía conté lo sucedido y me dejaron ir.

Volví a casa y perdí las ganas de tejer. Me costó dormir por varias noches y, cuando algo pude dormir, despertaba cada una hora en la madrugada.

Llamé a mi hijo y quise contarle toda la historia, pero él se limitó a decirme que quizá fuera mejor que volviera a la ciudad porque si me pasaba algo, había un hospital cerca.
- Gracias, me gusta esta vida.
- Mamá, no quiero que te pase nada malo. Yo sé que es bonito allá, pero deberías pensarlo y…

No seguí escuchando lo que me hablaba. Tomé mi auto y manejé al pueblo y compré cigarros y una botella de vino. Volví a casa y fumé y me tomé toda la botella hasta que me dio sueño. Cuando desperté, todo seguía igual y ni yo ni nadie había cambiado al mundo como han soñado todos los que no tienen nada útil que hacer.

domingo, 11 de febrero de 2024


El vacío y la piedra

Ella tomó su rabia y la puso a disposición de sus actos. 
- ¿Quieres que te lleve a dar una vuelta? -dijo Bruno.
- No lo sé. Es tarde. Hace calor. La mala suerte de estos cambios en el mundo me agobia.
- No es para tanto, Lucía. Hay cosas peores.
-Tú no sabes cómo me siento.
- Sí lo sé. Todo pasó porque no quisimos tener hijos. Recuerdo cuando dijiste que un hijo no te haría más feliz.
- Eso ya no tiene vuelta. Quizá es otra cosa.
- Es parte de vivir solos. Ya no se hacen amigos como a los veinte años.
- ¿Qué sabes de cómo se siente una persona?
- Lo puedo imaginar. 

Bruno aceptó quedarse en silencio. Fue a ducharse después del sexo amoroso que aún mantenía con Lucía. Es que ya sólo quedaban ellos, los amigos, los conocidos y los familiares que se acordaban de ellos. Bruno se bañó con agua fría. Lucía había abierto una ventana y dejó entrar el frío de las dos de la mañana.

Lucía esperó un rato y se quedó inmóvil, sentada esperando que el frío aplacara su rabia, su destino y su soledad. Entonces tomó varias cosas que ya no tenían sentido para sus sentires: fotos viejas que rompió en pedazos, decoraciones, libros, recuerdos de viajes y de años pasados. Lo echó en una caja y los dejó a la vista, porque pensaba en dejarlos en la calle para que se los llevara la gente.

Bruno caminaba desnudo en la habitación, pero Lucía ya estaba acostumbrada a esa valentía. Ella aún no era capaz de aceptar la vejez que empezaba a pintarle el pelo de blanco. No eran viejos, pero tenía ella la necesidad de esconderse de su propia imagen. Bruno la vio cerrar los ojos y la acarició delicadamente, sabiendo que ella estaba cayendo al vacío y que no podía llenarlo ni con todo el amor que sentía. 

Bruno se vistió y salió con Lucía a caminar en ese desvelo nocturno. Llegaron a lo alto de un cerro que dominaba la ciudad. Entonces vio una piedra grande, la tomó y la lanzó contra unas botellas tiradas en el suelo. Cuando todo se quebró, Bruno la dejó sola. A lo lejos había jóvenes quemando neumáticos. Parecían adorar el fuego como los antiguos habitantes del mundo. Lucía ya estaba apaciguada, pero también adoró el fuego y el humo que dominaba el ambiente con un olor pesado. 
Habló un poco.
- Bruno, déjame sola. Sólo déjame sola y vete. Conquista a otra mujer. Vive. Aún tienes tiempo de ser feliz de una manera más normal.
- No…Lucía, sabes que no me quiero ir. 
- Sólo hazlo. No me necesitas.

Al día siguiente, Bruno debía trabajar. Lucía lo besó al despedirse. 

Cuando Bruno volvió por la tarde, Lucía estaba rígida, con la mirada llena de vacío. No se movía y pesaba como una piedra. Bruno la movió y no la pudo traer de vuelta. Estuvo haciéndole cariño y diciéndole que la amaba, pero ella no respondía. Quiso llamar una ambulancia o pedir ayuda, pero no quiso vivir ninguna pérdida. Bruno se acostó al lado de Lucía y esperó pacientemente que ella despertara.

Lucía despertó y vio un cielo lleno de estrellas. A su lado estaba Bruno dormido y enamorado. No quiso avisarle de sus próximos pasos.

Alik Handru, microcuentista chileno.