Aventura

Literatura, naturaleza y emoción.

domingo, 11 de febrero de 2024


El vacío y la piedra

Ella tomó su rabia y la puso a disposición de sus actos. 
- ¿Quieres que te lleve a dar una vuelta? -dijo Bruno.
- No lo sé. Es tarde. Hace calor. La mala suerte de estos cambios en el mundo me agobia.
- No es para tanto, Lucía. Hay cosas peores.
-Tú no sabes cómo me siento.
- Sí lo sé. Todo pasó porque no quisimos tener hijos. Recuerdo cuando dijiste que un hijo no te haría más feliz.
- Eso ya no tiene vuelta. Quizá es otra cosa.
- Es parte de vivir solos. Ya no se hacen amigos como a los veinte años.
- ¿Qué sabes de cómo se siente una persona?
- Lo puedo imaginar. 

Bruno aceptó quedarse en silencio. Fue a ducharse después del sexo amoroso que aún mantenía con Lucía. Es que ya sólo quedaban ellos, los amigos, los conocidos y los familiares que se acordaban de ellos. Bruno se bañó con agua fría. Lucía había abierto una ventana y dejó entrar el frío de las dos de la mañana.

Lucía esperó un rato y se quedó inmóvil, sentada esperando que el frío aplacara su rabia, su destino y su soledad. Entonces tomó varias cosas que ya no tenían sentido para sus sentires: fotos viejas, decoraciones, libros, recuerdos de viajes y de años pasados. Lo echó en una caja y los dejó a la vista, porque pensaba en dejarlos en la calle para que se los llevara la gente.

Bruno caminaba desnudo en la habitación, pero Lucía ya estaba acostumbrada a esa valentía. Ella aún no era capaz de aceptar la vejez que empezaba a pintarle el pelo de blanco. No eran viejos, pero tenía ella la necesidad de esconderse de su propia imagen. Bruno la vio cerrar los ojos y la acarició delicadamente, sabiendo que ella estaba cayendo al vacío y que no podía llenarlo ni con todo el amor que sentía. 

Bruno se vistió y salió con Lucía a caminar en ese desvelo nocturno. Llegaron a lo alto de un cerro que dominaba la ciudad. Entonces vio una piedra grande, la tomó y la lanzó contra unas botellas tiradas en el suelo. Cuando todo se quebró, Bruno la dejó sola. A lo lejos había jóvenes quemando neumáticos. Parecían adorar el fuego como los antiguos habitantes del mundo. Lucía ya estaba apaciguada, pero también adoró el fuego y el humo que dominaba el ambiente con un olor pesado. 
Habló un poco.
- Bruno, déjame sola. Sólo déjame sola y vete. Conquista a otra mujer. Vive. Aún tienes tiempo de ser feliz de una manera más normal.
- No…Lucía, sabes que no me quiero ir. 
- Sólo hazlo. No me necesitas.

Al día siguiente, Bruno debía trabajar. Lucía lo besó al despedirse. 

Cuando Bruno volvió por la tarde, Lucía estaba rígida, con la mirada llena de vacío. No se movía y pesaba como una piedra. Bruno la movió y no la pudo traer de vuelta. Estuvo haciéndole cariño y diciéndole que la amaba, pero ella no respondía. Quiso llamar una ambulancia o pedir ayuda, pero no quiso vivir ninguna pérdida. Bruno se acostó al lado de Lucía y esperó pacientemente que ella despertara.

Lucía despertó y vio un cielo lleno de estrellas. A su lado estaba Bruno dormido y enamorado. No quiso avisarle de sus próximos pasos.

Alik Handru, microcuentista chileno.

jueves, 28 de septiembre de 2023


No sé decir que te amo

Claudia vio la ruptura. No dijo nada. Siguió con la rutina a pesar de que no había ni una sola gota de amor. Pensaba si decirle que todo terminaba o no. Ese día él ya había hecho un plan para el fin de semana. Claudia dijo que estaba bien. Entonces pensó si ir a la playa la dejaría aliviada de terminar una relación gastada. Claudia no sentía amor ya. Tenía el hábito. Tenía la rabia de no ser valiente para decir la verdad. Claudia tomó la firme decisión de no pensar en nada ni en nadie. Entonces se dejó llevar ese sábado por el oleaje y su mente se dejó llevar por el amor de él. Se sintió liviana y dejó que el tiempo pasara siendo feliz sin pensar. Quería saber que así era fácil, que así no haría daño, que así es la vida. Y no se dio cuenta de los días ni de los años. Sólo disfrutó esa situación de promesa de vida feliz de película. No fue sincera con ella misma ni con él. Así es como te dejas llevar por ese amor que te llega inevitablemente y agradeces que te amen. Y sigues el camino elegido para no pensar ni caer en una fuerte depresión. Claudia esperó el día y la hora en que se sintió más fuerte para huir sin decir nada, cambiando número telefónico, cerrando la puerta, llorando en su habitación con la puerta cerrada allá bien lejos. No había nada que celebrar. Él la buscó porque siempre la amó. Y aunque consiguió su paradero, tocó la puerta hasta que lo venció el cansancio. Sé que Claudia quiso abrir para ser abrazada de nuevo sin condiciones, porque él la perdonaría una y otra vez; él estaba ahí, él la amaba. Claudia quería empezar de nuevo, pero en su corazón seguía apegada a él y no podía sacárselo de la cabeza sin saber por qué. Claudia hizo un duelo especial por aquel amor que no supo devolver. Después de un año recién se atrevió a salir con alguien de nuevo. Sentía miedo de herir a su antiguo amor. Claudia ahora sentía que podía amar, pero sabía que iba a comparar el amor recibido. Claudia no pudo aguantar el miedo a perder y, antes de cualquier decisión, fue con su antiguo amor a disculparse por irse sin explicaciones, pero no dijo la verdad: no dijo que nunca lo amó. Sólo se disculpó por ese desaire violento. Él la escuchó y la miró a los ojos. Ella también lo miró y quiso decirle que lo quería, pero sabía que era tan poco, que no merecía hacerle creer que tenía esperanzas de volver a estar juntos. Claudia se fue otra vez a su cómodo lugar y sólo pensó en su nuevo romance sería bueno y perfecto. Y sí, fue como esperaba. Sin embargo, el recuerdo de su antiguo amor no la dejaba nunca estar tranquila. Vivió feliz tanto tiempo como uno quisiera. A veces viajaba por las calles de la ciudad de su viejo amor tratando de encontrarlo para que le diera el descanso que necesitaba. Manejaba su automóvil escuchando canciones antiguas. Lloraba de nostalgia. No lo encontró. Nunca tuvo éxito. No preguntó a los viejos amigos ni lo buscó en las redes sociales. Claudia siempre lloraba. Porque los años pasan y siempre un amor y una bonita historia nos harán doler el alma.   

sábado, 26 de noviembre de 2022

Lenvantarse y amar



Levantarse y amar

Fernando se levanta y desayuna. Vive en el séptimo piso de un departamento rodeado de otros departamentos. Hace años que no conoce la tierra o el agua de allá lejos, de los recuerdos, de los paisajes conocidos y por los pasajes misteriosos de las piedras gigantes. Eso ya no le preocupa, eso es otra época. Ya ha batallado; ha sido vencedor y ha sido derrotado. El paisaje es otro ahora. Éste es el futuro que nadie imaginó.

Fernando se sumerge en esa monotonía y en esa estructura. ¿Qué haré hoy? Entonces, con la espera del amor, recibe el mensaje de Ana. Escucha la voz de Ana y ella habla dulce y calma esa agitación y parece ser el remedio para cualquier malestar corrosivo. La ciudad está organizada y entrega todas las posibilidades. Eso piensa Fernando. Todo es llegar, presionar botones y recibir lo que se quiera. Fernando espera que ella termine de aliviar y animar su mañana.Fernando contesta. Dice que quiere salir a la montaña y nadar en el agua fría del río en su propio origen. Ana está de acuerdo. Pasará en una hora por él.

Fernando me pregunta si quiero ir. Respondo que sí. Esa ternura me fascina en su voz de amor. Le digo que me gusta contemplar ese verdor y esas flores y cactus, espinos y eucaliptus, pinos y quillayes de las montañas. No sé si sea por cultura, pero me gustan las flores. No podría odiar la belleza.

Veo a Ana llegar y me gusta ver su pelo flotar al viento. No sé si lo advierte, pero estoy en ese límite entre la felicidad y la tristeza. No distingo eso. Ana me besa y me hace sentir que este día se hace más agradable. Me gusta que ella se ponga sus lentes para el sol. Respeto esa privacidad, porque yo también los uso para que no me pregunten nada.

Vamos a la montaña y el ascenso me llena de ese aire fresco. Nos detenemos en un mirador y tomamos fotos. Yo evito aparecer. Pero me gusta ver a Ana siempre fresca, siempre buscando la belleza en todas partes.

Fernando parece siempre estar igual. A veces sé que simula una normalidad y quisiera saber qué le pasa. Nunca me cuenta qué siente. A veces debo esperar todo el día para que alguna palabra de ese mundo interior se libere y se comunique. Me gustaría tener esa confianza de alguna gente que se habla toda intimidad, incluso en presencia de extraños. Recuerdo esas familias donde todo se hablaba y donde todos parecían ser más felices por hablar y por ser escuchados. Entonces yo las observaba y me preguntaba si yo había crecido en una familia rara, donde los secretos y el silencio, la omisión y el juego de palabras habían nublado mi juicio. Me costaba acceder a Fernando, pero me conformaba diciendo que ésa era su normalidad.

- Ana, ¿vamos a comer algo? –
- Ya, vamos. Quiero comer helado.
- Yo también. 

No hay nieve cercana. Ya casi llega el verano. Ana y Fernando no se sacan sus lentes. El sol está fuerte y hace calor. El agua suena cerca. El río lleva la vida a la ciudad. Fernando y Ana disfrutan el viaje y se toman la mano con frecuencia. Me gusta ver esa delicadeza propia de quienes ríen de amor. Tan potente es el amor, que vuelve cursi a todos por igual.

Ana está contenta, lo sé. Y quiero que esté siempre igual y quiero que esté conmigo y quiero que siempre sonría y que sea eterna. Me gusta que siga mis chistes o mis estupideces. Me gusta que esté en la cama haciendo juegos con mi cuerpo y que me deje dormir apoyado en su regazo. Me hace sentir protegido y que nada más importa.

Comimos helado y ese día fue bonito. Fernando rio bastante, nadó en esa fría agua de la montaña y yo sentí que volveríamos a su departamento y que dormiríamos desnudos sobre la cama mientras el aire nos mecía hasta dormirnos. Imaginé que despertaría con él y que el deseo de adorarnos el cuerpo con besos y caricias alcanzaría el mediodía. Fernando dijo que ese día había sido feliz. Eso dijo. Eso recuerdo. Entonces no me invitó a quedarme con él. Me pareció raro. Así que ese domingo desperté y me levanté para escribirle un mensaje en el teléfono. Pero no contestó. Y me costó aceptar que ya no me podía levantar y decirle que lo amaba al mismo tiempo.

La ciudad se lleva todo rastro de imperfección y recubre el pasado con otras vestiduras. Entonces buscamos la fiesta y el frenesí. Algunos abandonan la ciudad y se van a vivir al campo. Las casas cada vez están más caras. Todos quieren volver a la tierra para contemplar el cielo limpio y suspirar sus sueños de libertad. Ana no volvió a la ciudad. A veces la veo sola sintiéndose culpable. Le digo que todos tenemos culpas y que elegimos volverlas invisibles con el olvido. Así me la llevo con ella. Siempre termino diciéndole que deje a Fernando en su propia lejanía y que, si ya no está, no ha sido por maldad, sino porque hay personas que no tienen la fortaleza suficiente para soportar las duras pruebas que ellos mismos eligieron padecer. Son decisiones íntimas que, veces, parecen conformar aquello que llamamos destino. Ana me mira. Sé que si me presta atención es porque quiere sentirse mejor. Trato de mejorar su ánimo y me esfuerzo. No hay olvido. No se sabe por qué no podemos sacarnos a algunas personas de la cabeza. No bajo la guardia. Amo a Ana. Ella es así: uno la ama simplemente. La recupero con besitos. Los días buenos son cada vez más. Tomo fuerzas. Quiero una vida con Ana. Por eso parto todos los días levantándome y diciéndole que la amo. 

Alik Handru, microcuentista chileno.

lunes, 25 de julio de 2022

El que ocupa 

«Imagínalo».
Pan, Margaret Atwood.

Hay personas que viven con él: el mal. Comienza ingresando en su odio. El mal ocupa espacio y traiciona sus mentes, haciéndolos huraños, ajenos a la humanidad, raros, crueles.  No se dan cuenta. Ese mal juega con sus mentes y no hay poder médico humano que lo cure. A veces lo adviertes a través de su mirada seca y muerta, sin luz ni amor verdadero. Saben fingir. Y no saben quiénes son. Son miles o millones. Yo te cuento esto para que entiendas que ese mal sólo lo puede sacar alguien que tenga poder para hacerles la purificación y volver su espíritu a su centro. Porque algunos reaccionan y buscan la cura; otros mueren ignorando la verdad.

Un hombre gruñe y golpea a otro. Un foco ilumina el drama. Es la calle y su basura siendo llevada por el viento. Nadie interviene. El mal le da fuerza a uno, agarra la cabeza del otro y la azota contra el piso varias veces. Desde las sombras, una persona luminosa reacciona y le patea los brazos para que no lo mate. Otro hombre toma la cabeza del caído y trata de percibir señales de vida de ese cuerpo dañado por la maldad. Se salvan dos vidas esa noche. La venganza se apodera del vencido y su mal lo guía sin fin hacia una vejez amarga. El vencedor también lo recuerda. Ambos no sienten arrepentimiento.

A veces tienes mucho dinero y te sientes poderoso. Lo ocupas en darte gustos y en parecer que el mundo te pertenece. Entonces recuerdas que saliste de esa humilde casa mal construida y te sientes un poco culpable de vivir a lo loco en medio de gente a la que le importas en billetes y no en consideración sincera. A veces has intentado hacer feliz a una persona comprándole cosas, invitándola a comer a lugares caros y a visitar lugares lejanos de la tierra. Pero ese vacío no se llena, porque quieres más y, la verdad, no hay más. Sólo te queda esclavizar gente para sentirte poderoso. Lo logras con dinero, obviamente. Tu familia te observa y no te molesta. Estás lleno de vacío.

Un niño cae a un canal de agua que bordea todas las casas de ese campo que reconoces. Salta el abuelo a rescatarlo. Lo logra. Lo empuja y lo deja en la tierra. El abuelo no tiene fuerzas para salir de esas aguas y nadie lo escucharía. Se deja flotar, pero el miedo lo va hundiendo en su depresión. Cree que ese instante es su castigo y su redención. Ofrece su sacrificio y no revelaremos sus razones. Se le ve risueño. Algunos niños lo ven durmiendo sobre el agua. Uno lo mueve con una vara. El anciano bosteza, se llena de agua y se hunde. Los niños se sienten asqueados y llaman a algún adulto. Sacan al muerto y lo llevan a la morgue. Huele demasiado mal. Abren todas las ventanas. Nunca olvidarías ese olor.

El tipo cocina de mala gana y queda todo desabrido. Come de su preparación y su aliento se echa a perder. Va al baño y se lava los dientes sin mirarse al espejo del baño. Usa enjuague bucal. Come chicle de menta. Se mira otra vez en ese espejo y sabe que lo va a pasar mal. No puede ocultar su malestar. Camina y busca un restorán. Se sienta y lee la carta, pero nada le apetece. No necesita comer, necesita otra cosa, pero ya lo sabe: necesita bañarse y tomar agua de hierbas para tranquilizarse. Pensamientos revueltos. Prepara agua de toronjil melisa. El olor de esa planta le levanta el ánimo. Primero se baña y luego va por su agua de calma. La toma y se siente más vivo. La comida que había preparado la había envenenado con su amargura. La tira a la basura. Ahora su pupila se abre más y la luz lo llena de alimento para el alma: es paz, mucha paz. El hombre siente hambre de verdad y prepara comida con mucha paciencia. Se sirve y come lentamente. Hace ruidos de satisfacción. Uno sabe que si la gente alaba tu comida es porque estaba deliciosa. Entonces, al verlo, ya sabes que está satisfecho. 

Yo vi todo esto y doy fe de que son verdaderas estas historias. Estas son mis palabras y mi silencio también.


sábado, 25 de junio de 2022



Pide y se te dará

Conoció el vacío y esa depresión que le hacía desear dormir todo el día. Entonces quería saber por qué estaba viviendo todo ese caos interno. Tomó las llaves del auto y se enfrentó a su propio presente. Iba con las ventanas abiertas. El viento frío le dio vida. Tomó la ruta hacia un cerro al que le gustaba ir cuando estaba tenso de rabia por no tener respuestas. Allí increpó a Dios y le dijo que ya era suficiente el dolor, que le quitara el castigo y que por fin pudiera vivir contento con la vida. Dios lo observaba desde cerquita. Bajó en forma de camaleón y se confundió con el paisaje.
- ¿Por qué me culpas de tus problemas? – dijo Dios con cara de por qué me buscas con esa cara de aflicción.
El tipo no entendió. Esperó pensar mejor las cosas antes de hablar.
- Sabes – añadió Dios - que no siempre tengo que ver yo con sus cosas humanas. Si la gente hiciera lo que yo les digo - porque soy la perfección - no andarían por ahí sufriendo y llorando a escondidas con la vergüenza de no poder hablarlo con otra persona. No sé cómo aguanto tanta falta de inteligencia.

Dios, en realidad, no habla, sino que despierta ideas en la mente primitiva que tenemos. El hombre no reaccionaba. Entonces rogó a Dios que lo ayudara a sentirse menos solo y más feliz. Dios equilibró cada movimiento en el mundo para que él recibiera lo que necesitaba. No era tan fácil. Casi siempre tardaba algunos días en dar lo que le habían pedido. Él mismo lo había prometido. Dios se acuerda de todo y, a veces no, por eso mandó a escribir algunos libros para inspiración de la gente.

El hombre empezó a mejorar y a tener su propia felicidad. Primero notó un cambio profundo en su estado anímico. Luego, sintió ganas de salir a hacer ejercicio y a compartir la vida con otros. Finalmente, aceptando tímidamente una invitación a una fiesta, conoció gente y un grato gesto de Dios lo acercó al amor que le venía bien. Su cara cambió. Sus ojos brillaron de vida. Con los días, el tipo ya había mejorado bastante, tanto así que no necesitó desahogar su amargura en ninguna parte. Dios lo vio feliz y supo que, por lo menos, había hecho una buena acción para el amor que quiere que se exprese en todo lugar. 

Al tipo lo va a mirar de repente para saber si otra vez anda dando lástima, pero no, nada, lo ha visto bien, sabes, porque tampoco quiero que piensen que no tengo misericordia. Mi paso por la tierra es para que la gente se sienta contenta y llena de amor. Ya hablamos mucho de mí. Los ancianos somos aburridos. Ya descansa. 



martes, 18 de enero de 2022

Tigre



Tigre

Dedicado a un hombre que luchó por ser bueno.


La historia comienza en una discoteca. Tenía ojos felinos. Él me acechaba en la oscuridad, convencido de que lograría tenerme en sus garras. Adivinaba su apetito. Con la mirada, le indiqué que me siguiera. Cuando vi su rostro en la claridad del bar donde nos fuimos a conversar, advertí que sus ojos de tigre estaban atentos a cualquier movimiento. Me dio miedo que fuera serio y bravo, pero esa tensión se alivió con diálogos amables. Lo encontré interesante. Hablamos lo suficiente y acordamos que nos veríamos al otro día, porque ya cerraban el local y nos estaban echando.

Salimos a conocernos. Mostraba una gran ternura en sus gestos, a pesar de aparentar ser un hombre serio y hermético. Era grande y pesado, puro músculo, puro trabajo duro. Era robusto, un poco más que yo. Éramos grandotes. Con los meses, fuimos pareciéndonos cada vez más. Incluso nos dejamos la misma barba, lo que provocó que la gente nos empezara a confundir. Hay fotografías donde parecemos gemelos. Pero eso demoró en concretarse. Debí escuchar una biografía salvaje para liberarnos del pasado y, de esa forma, pudimos construir un futuro.

Se fue relajando con el paseo. Al principio no decíamos mucho, pero, en esas pocas palabras que intercambiamos, lo percibí dócil, dispuesto a darse a conocer y a ser querido. Caminamos largo rato. No hablamos temas personales graves. Hablábamos de cosas divertidas y nos reíamos. Se sabe que ver reír a una persona difícil es la forma más sorprendente para conocerla a fondo. De impulsivo, lo miré, lo abracé, lo besé y se quedó quieto. Respondió con delicadeza, me acarició el cabello y me abrazó lo suficiente para que se entendiera que los sentimientos eran recíprocos. 

Salimos toda la semana para conciliar nuestras soledades. Yo sentía que me había domesticado y no al revés como suele ocurrir. Me había llenado el corazón de amor genuino. Confesamos amores y desamores. Llegamos a detalles íntimos. Calculamos osadías del cuerpo. Pero, primero, acordamos hacernos los exámenes de salud de rigor. Llegado el momento de verlos - con temor, como siempre sucede -, respiramos aliviados, porque es difícil confiar en alguien a la primera. Haríamos todo con métodos seguros.

Llegó el fin de semana y fuimos a amarnos con el deseo de fuego que nos quemaba en cada beso. Lo desnudé y vi que tenía varias marcas en el cuerpo. Parecían quemaduras. Él se dio cuenta de que esos signos me habían llamado la atención. Esos segundos de profundo silencio siempre dejan huella, tal como un trauma, como un tabú, como un acto que ocurre, pero del cual no se habla. 

Esperé largo rato antes de hablar. Acaricié sus marcas. Él cerró los ojos. 
- ¿Qué te pasó en la piel? – le pregunté con un tono sereno. Él respondió de inmediato:
- No me gusta hablar de eso. 

En otra oportunidad, mirábamos el techo después de la desnudez. Estábamos callados. En ese silencio, él carraspeó, me miró a los ojos y dijo que tenía que contarme algo. Nos cubrimos el cuerpo con una manta. Se acomodó, volvió a mirar el techo y habló. 

Crecí en una casa mal construida, sumido en la pobreza de un pueblo de mar. Vivíamos con mis padres, hermanos, abuelos paternos, tíos y primos, todos en un revoltijo de gente yendo de allá para acá y metida en todas partes. En ese pueblo lo conocí. Yo estaba recién descubriendo que era distinto, que mi naturaleza se sentía mejor con otro hombre. No lo puedo explicar. Nadie lo puede hacer, creo: sólo deseas la compañía de otro porque eso te hace sentir pleno y feliz. 

Tenía cerca de dieciséis años cuando nos conocimos. Fue en una salida a la playa. Solíamos tener amigos en común. Bastó una mirada para saber que se nos se nos revolvía el estómago de las intensas ganas de estar juntos. Nos buscamos con miradas y gestos silenciosos. Estuvimos viéndonos a escondidas en lugares secretos. Aproveché un día que estaría solo para llevarlo a mi cuarto. Fuimos descubriéndonos por primera vez. No pudo ser. Estábamos en ropa interior cuando, de golpe, entró uno de mis hermanos mayores. Nos gritó con toda su alma que éramos unos maricones de mierda. Mi primer amor se vistió y se fue rápidamente y no volví a verlo. A mí me tocó lo peor: mi hermano me comenzó a pegar con un cinturón por todo el cuerpo. Me paralicé. Yo no sabía cómo defenderme. Era tan débil en esa época, que sólo acepté ese castigo porque así debía ser para soportar esa vergüenza. Mi padrastro supo de eso y, porque sí o porque no, me golpeaba igual que mi hermano. Según ellos, a punta de golpes me harían un verdadero hombre. Me pegaban por cualquier cosa. No fueron pocas veces y cada vez fueron más duros conmigo. Sólo se cansaron cuando me quedaron las marcas, que no desaparecieron ni con cicatrizantes.  

Nadie de la familia me defendía. Mi madre tenía miedo. Ella ya había sufrido mucha violencia por parte de mi padrastro y yo sé que así fue, aunque me parecen irreales esos recuerdos algunas veces. Eran tiempos antiguos y mi mente tiende a borrar esos episodios terribles. Tampoco quiero hacerle recordar esos maltratos a mi madre. ¿Tuvo ella la culpa de todo lo que me pasó? No quiero saberlo. 

A veces me preguntaba si yo merecía tanto sufrimiento. No, yo no merecía eso. Me llené de rencor. Crecí y, apenas pude, me fui a probar suerte solo a esta ciudad. Meses después mi mamá se hartó y prefirió irse a vivir sola a otra parte del pueblo. Al hermano que me golpeó, no le hablo. Lo he visto raras veces, pero él no me mira a la cara. Mi padrastro es como un fantasma que debe andar por ahí como un mal recuerdo.

- He pasado solo muchos años. Tuve aventuras como toda persona que se equivoca. ¿Sabes que no había hablado este tema con nadie? No sé si sea bueno. No quiero que estés conmigo por compasión. Sólo quiero que entiendas que decidí por mí, que acá busqué mi felicidad y que acá te encontré – me miró y sentenció: - El amor te hace fuerte.

- No sé qué decirte – fue lo único que pude decir.
- Tenemos cerca de cuarenta años los dos. Ya no tengo miedo de lo que pueda pasar – dijo con serenidad.

Y añadió:
- Hay que vivir sin miedo y sin prisa, soñando juntos – dijo, suspirando fuerte-. Por difícil que sea, vale la pena ser uno mismo.

Se nos fueron las ganas dormir, así que nos quedamos despiertos, compartiendo confidencias hasta que salió el sol. 

Lo contrario del amor es el miedo.
El miedo arruina la vida de toda persona.



 Por Alik Handru, microcuentista chileno.

domingo, 31 de octubre de 2021

La costumbre de los insectos

La costumbre de los insectos

Yo era la noche y era la oscuridad, el tiempo de los otros, los que no deben ser. Me encendiste, me necesitabas, me buscaste en la seguridad de tu miedo y te di la luz de mi foco eléctrico. Nosotros caminamos por todos lados con nuestras patas minúsculas y sigilosas por ese cuerpo humano que dormía cubierto con una única manta abrigadora. Fui el frío en esa habitación, persistiendo en mi existencia nocturna de hacer dormir bajo la luna.

El hombre despertó de todas maneras. Abrió los ojos y halló paz con la lámpara. Notó que había algunos insectos sobre la manta y la sacudió hasta sentir que se había liberado de todas esas pesadillas vivas. Poco a poco se reconoció y contempló su propia historia: no había lugar para él en este mundo. Hacía días que sabía que no tendría mucho tiempo. Los resultados médicos eran concluyentes. Y en esa intranquilidad, deseó soñar sin despertar jamás. El hombre, un tipo normal, con hijos y esposa a quienes ya había abandonado hacía años, seguía vivo por vivir. No tenía contacto con ellos. Algunas veces contestó mensajes, disfrazando su agonía con palabras de amor y de comprensión. Sólo él conocía su destino. Y sabía que tendría que mentir hasta que ya el cuerpo lo delatara. 

Tenía su despertador listo para que sonara en una hora más. Apagó la lámpara y cerró los ojos para no pensar más. Una hora más tarde sonó el despertador y comenzó el día con la rutina del baño y del desayuno. Los insectos de la noche estaban en sus escondites de día. La lámpara descansó. El frío no se sentía cómodo y se refugió en las sombras de los árboles.

El día está soleado y un hombre que ya no quiere pensar se dirige al trabajo. Allá hace su trabajo monótono; sonríe para no recibir preguntas y conversa sobre el mundo y sobre los otros. Me da pena pensar en él. No sé qué decirle. No hay nada más infructuoso que dar esperanza a un hombre que sabe que va a morir. Ni todo el amor del mundo puede inflar su pecho de alegría. Entonces sabes que eres una molestia, sabes que te ve como un insecto, sabes que para él todos somos unos insectos.


Por Alik Handru, microcuentista chileno.