Aventura

Literatura, naturaleza y emoción.

domingo, 5 de enero de 2025


El sol
Alik Handru, microcuentista chileno.


Me ha nacido un sol en medio del pecho. Dicen que así nacen todos los soles después de miles de años. No me permití mucho de asombro en estas tierras ocultas. Nadie baja a la ciudad. Acá en el campo los misterios no se explican. Es parte del silencio y de paz que se quiere conservar. A veces quiero viajar y conocer el mundo, pero no creo que aguante tanto. Dicen que allá todo es violencia y hambre, lujos insostenibles en medio de pobreza; dicen que hay sustancias que hacen que las personas se vayan de su mente y que nadie vive honestamente. Eso me tenía asustado. No quise irme lejos. Más me tenía preocupado el sol en medio del pecho.

Yo sabía que tenía que irme, pero al cielo de arriba. Sabía que cuando mi sol creciera más era inevitable mi partida. Mis padres oraban por mí. Ese amor se pegó en mi alma y fui a hablar con ellos:
-Papá, mamá: déjenme. Es sólo un sacrificio bondadoso.

Mi mamá y mi papá me miraron con resignación. Entonces aceptaron que debía cumplir un destino más grande por ahora. No lloraron. Encontraron la paz en nuevas formas de abrazarse y de decirse palabras dulces. Tuve otros hermanos; sus ojos eran risueños y advertí que serían pura felicidad para todos alrededor.

Llegó la noche y yo debía esperar el amanecer. Antes de la última oscuridad, ardí en luz y calor y me elevé al cielo. El otro sol se apagó y retomó su forma humana. Lo vi irse contento cuando se despidió con un leve gesto de gratitud. Yo sonreí.

Cinco mil años han pasado en mi espacio. Recuerdo a mi familia y creo que ya entendí por qué hay tantas estrellas. He comprendido que el tiempo me ha permitido vivir toda una historia en unos minutos. Sé qué veré la tierra iluminarse de amor y también veré el despertar de muchas vidas. Acá, donde estoy, no se sufren cosas malas, porque soy pura luz. Me invade una sensación de amor inmensa; cada oleaje de bienestar lo ocupo para multiplicarlo y transformarlo en energía para todos allá en la tierra. No me siento solo. Me gusta saber que aún hay más transformaciones que vendrán pronto. Tengo un propósito, una meta, paz y un destino que me falta mucho por comprender.

No se desanimen con la falta de luz. Cuando los pensamientos más oscuros los agobien, piensen que estoy ahí para traer la luz y la esperanza de la creación. Nadie está solo.

miércoles, 1 de enero de 2025


El hilo negro enredado


Siempre se vistió de negro. Pero no sabía por qué. Adaptaba toda la ropa y gastaba bastante en hilo negro. No usaba otro color en su ropaje. Se vestía y brillaba de orgullo. Aunque ésta es la imagen común de la muerte, dicen las escrituras que es un ángel, un ángel blanco e impertérrito de un Dios que no deja comprender aún todos los misterios de la vida que conocemos hasta la fecha. Quizá nuestra mente mejore con los siglos y podamos adentrarnos en esas cosas de las que nadie quiere escuchar. Las historias vienen y van. Las ideas son eternas y permanecen guardadas para heredarlas una y otra vez hasta que sean superadas por otras mejores.

Mariano surgió allí en medio de las cuchillas y de las pistolas. Entonces desafió al más malo de todos y pasó lo que ya sabes: recibió cinco disparos y quedó tirado en la calle hasta que lo encontró la policía con su madre suplicando otra oportunidad. Mariano era como cualquier otro niño encantador. A pesar del amor, de la educación, la vida haría de él un hombre de mal. 

Aún resuenan en mi cabeza los lamentos de su madre al escuchar la noticia...porque lo esperaba. -¡Hijo mío! Sangre. ¡Ayuda! El dolor, limpiar esto, si sé, lo sé, este llanto, esta resignación, este alivio, esperando en mi parte más oscura su muerte, siempre lo supe, una madre lo sabe, lo desea y es así como se celebra en los oscuros pensamientos ajenos, propios y robados de un otro.

Trajiste sufrimiento Mariano, trajiste dolor y ese dolor lo cargó cada persona que te amó. No sabes cómo me siento, cuánto te quise, cuánto daría por haber hecho algo más. Y ves que cargo este llanto amargo y oculto, porque debo ser fuerte, porque ya las mujeres no lloramos, no nos dejan, nos hacen a imagen y semejanza de los hombres, esos mismos que, en gran mayoría, son educados para no sentir. Yo te siento y me hundo en este silencio incómodo y malo. Es que no veías mi amor, mi amistad y mi sonrisa. Bromeabas con que querías una mujer como yo y yo te aceptaba el juego, porque quería verte reír, quería que esa alegría te motivara a salir de allá, del lugar del mal, de la desesperanza y del olvido.

El ángel había cumplido su misión y no volvió a saberse de Mariano.  Las flores se secaron sobre su tumba y luego fueron a dar a la basura. 

El hombre hace al hombre y también lo destruye. 

Dos mujeres que no se conocieron buscaron la forma de morir casi al mismo tiempo. Nadie las detuvo. Dicen que sus decisiones fueron motivadas por hombres malvados que las colapsaron. Entonces tú te preguntas cómo alguien puede influir tanto en tu mente y lo ves simple y concluyes que esa persona es débil y no aceptas otra opinión. Notas algo distinto ahora que buscas entender. Sabes que también tu mente no da para más y te olvidas de todo y te distraes hasta que te vence el sueño y despiertas y no se va nada del agobio que no te deja descansar ni dormir ni soñar bonito.
 
Ambas nunca se conocieron ni sabemos si se conocerán. Ambas fueron a comprar una soga y hacen lo que intuyes: se ahorcan. La vida no les da ninguna esperanza ante una persona mala que pensaste que te amaba. No supieron cómo luchar. Estas mujeres son hermosas. Su pelo es largo, muy largo y flota. No debiste imaginar esa situación.

Las dos mujeres desaparecen y nadie quiere acordarse de ello. Todos quieren saber por qué ha ocurrido. No hay carta ni nota de despedida. Entonces vomitas y algo de relajo te da esa purga. Consigues olvidar después de años, pero sientes culpa por no haber hecho algo. No había nada que hacer. Su familia baja la cabeza y se siente culpable de por vida.

Me gustaría morir en el sueño.

Cuando niños nos permitimos hablar de la muerte. Nadie pensaba en eso. Pero nos juntamos en el patio de la escuela y estuvimos de acuerdo en que morir en el sueño era la forma más agradable e indolora de morir. Pero éramos chicos y no sabíamos el alcance de esa conversación. Vino un silencio grande y luego dijimos que mejor nos íbamos a jugar y así lo hicimos, pero yo sé que esa conversación tan íntima haría trauma. 

Crecimos. Rami murió electrocutado mientras trabajaba en un ducto. Era un tipo grande y siempre se burlaban de él. Daba puñetazos y siempre andaba enojado. Tenía buena situación y creo que eso molestaba a los otros, porque siempre llegaba con cosas caras y uno ni hablaba porque apenas teníamos dos monedas únicamente para comprar dulces y pasar el hambre de estar todo el día encerrado aprendiendo a ser mejor o a ser peor. Entonces hubo duelo y ese silencio que siempre acompaña a la muerte. Siento que necesito desahogarme de eso. Alberto era algo callado y tampoco conoció a las dos mujeres. Supe que también se quitó la vida. Era callado. Era alguien difícil de tratar. Jugaba como cualquier niño, pero había algo de violencia en su actuar, algo que sólo sirve de detalle. Recuerdo a su madre. Ella parecía ausente de la crianza de su hijo. A veces creo que ell le tenía miedo a su propio hijo, incluso desde pequeño. Las madres saben siempre cómo termina la historia de cada uno de nosotros desde el primer día en que nos miran el alma a través de los ojos. Alberto murió de veinticinco años y fue olvidado.

Cada muerte que hemos conocido necesita un desahogo, una conversación para liberar ese monstruo destructivo que es la angustia, el nerviosismo o el miedo. Escúchame. He sentido mucho dolor y no lo he comunicado. Estas líneas ayudan un poco. Hablar y hablar. Necesito decirte que me he sentido triste y asustado. No me quiero morir. Me da miedo vivir. No quiero perder a nadie. Quiero que todos vivan para siempre y que sean felices. Aún lloro por los que no pude salvar. Quiero entender igual que todos.

Pero, mientras tanto, puedo tener un alivio pensando en disfrutar cada momento y salir y experimentar cada cosa que quiera. No hagas daño ni sufras, me dices, pero no lo haré. Sólo sé libre y llénate de vida. Te aconsejo buscar la dicha de la vida y así verás que la muerte se va a pasear a otro lado. No seas del mundo, no te aferres al mundo. 

Hay un lugar y una persona esperando por ti. Ve y cuéntale cómo te sientes. 

sábado, 30 de noviembre de 2024



 Chisme aburrido


Hay una señora que vive al lado de mi casa. Puede que sea jubilada. Es tan vieja como yo, pero estoy segura de que cree que es joven. Suele pasar que creemos que los demás están más viejos que uno, pero es simple impresión y consuelo de autoestima de última temporada.

Ayer estuve mirando el paisaje desde mi casa. Cierto que vivo en una delicada altura. Puedo ver el riachuelo que recorre el pueblo en estas afueras y me consuela saber que no moriré de sed por si se asoma una catástrofe mundial o el fin del mundo como anunciaban todos esos fanáticos religiosos. Creo que, desde la infancia, uno debería ir a clases de madurez y de sentido común para no caer en la estupidez tan fácilmente.

Hoy vi a la vecina cortar los árboles con un sombrero de paja, idea tomada, creo de antiguas películas en blanco y negro de jóvenes amas de casa idealizando su vida matrimonial, una idea de mierda pensada por hombres de mierda. Muchos de esos viejos maridos aún existen y no saben ni siquiera freír un huevo o untar mantequilla a un pan. Podrían vivir en un restorán de por vida si así pudieran ser atendidos; a veces creo que toda esa horda de ancianos en casas de reposo fueron mujeres que nunca movieron un dedo y hombres que se casaban con el único propósito de tener una mujer que les sirviera.

Nací sin ganas de vivir. Soy sincera. Todo se me hacía aburrido. No sé por qué debo participar de la vida de otra gente. Fui huraña toda mi vida. Cuando me puse a observar la vida de la mujer de al lado de mi casa me di cuenta de que compartíamos el mismo odio por todo. Y no quería ser la receptora de esos malos sentimientos, así que empecé a ignorarla hasta que la olvidé.

Fue una decisión terapéutica. No tenía que preocuparme. No fue fácil escapar del chisme. Un día me topé con ella en un almacén comprando carne. Miré sus manos amarillas y arrugadas y luego miré las mías. Entonces no quise verla más y empecé a detestarla.

Mi primera forma de eliminarla fue plantando arbustos en el límite de los sitios. 

Luego pude colocar arbustos en las ventanas que pudieran dejar ver su presencia.

Finalmente, dormí en paz. 

Con los meses, ella dejó de estar en mi mente. Me había puesto a tejer y fabricar colchas de colores como toda una abuela clásica y aburrida. Tuve abundantes ideas de cómo hacer las cosas. Me sentía feliz y no tenía que pensar en nada.

No todo fue tan feliz en medio de ese paisaje de descanso. Un día me puse a mirar por entre medio de los arbustos y vi a la mujer tirada en su patio. Al lado, un perro pequeño la acompañaba y gemía de angustia. Me puse una de mis colchas y caminé hasta la puerta de entrada de su casa. Demoré en dar la vuelta y más me costó comprobar si estaba viva. Ocurrió lo obvio: mi vecina estaba muerta. Hacía frío y no sé por qué pensé que esa mujer vieja también se congelaba, así que la cubrí con mi manta y llamé a la policía. 

Cuando llegó la policía conté lo sucedido y me dejaron ir.

Volví a casa y perdí las ganas de tejer. Me costó dormir por varias noches y, cuando algo pude dormir, despertaba cada una hora en la madrugada.

Llamé a mi hijo y quise contarle toda la historia, pero él se limitó a decirme que quizá fuera mejor que volviera a la ciudad porque si me pasaba algo, había un hospital cerca.
- Gracias, me gusta esta vida.
- Mamá, no quiero que te pase nada malo. Yo sé que es bonito allá, pero deberías pensarlo y…

No seguí escuchando lo que me hablaba. Tomé mi auto y manejé al pueblo y compré cigarros y una botella de vino. Volví a casa y fumé y me tomé toda la botella hasta que me dio sueño. Cuando desperté, todo seguía igual y ni yo ni nadie había cambiado al mundo como han soñado todos los que no tienen nada útil que hacer.

domingo, 11 de febrero de 2024


El vacío y la piedra

Ella tomó su rabia y la puso a disposición de sus actos. 
- ¿Quieres que te lleve a dar una vuelta? -dijo Bruno.
- No lo sé. Es tarde. Hace calor. La mala suerte de estos cambios en el mundo me agobia.
- No es para tanto, Lucía. Hay cosas peores.
-Tú no sabes cómo me siento.
- Sí lo sé. Todo pasó porque no quisimos tener hijos. Recuerdo cuando dijiste que un hijo no te haría más feliz.
- Eso ya no tiene vuelta. Quizá es otra cosa.
- Es parte de vivir solos. Ya no se hacen amigos como a los veinte años.
- ¿Qué sabes de cómo se siente una persona?
- Lo puedo imaginar. 

Bruno aceptó quedarse en silencio. Fue a ducharse después del sexo amoroso que aún mantenía con Lucía. Es que ya sólo quedaban ellos, los amigos, los conocidos y los familiares que se acordaban de ellos. Bruno se bañó con agua fría. Lucía había abierto una ventana y dejó entrar el frío de las dos de la mañana.

Lucía esperó un rato y se quedó inmóvil, sentada esperando que el frío aplacara su rabia, su destino y su soledad. Entonces tomó varias cosas que ya no tenían sentido para sus sentires: fotos viejas, decoraciones, libros, recuerdos de viajes y de años pasados. Lo echó en una caja y los dejó a la vista, porque pensaba en dejarlos en la calle para que se los llevara la gente.

Bruno caminaba desnudo en la habitación, pero Lucía ya estaba acostumbrada a esa valentía. Ella aún no era capaz de aceptar la vejez que empezaba a pintarle el pelo de blanco. No eran viejos, pero tenía ella la necesidad de esconderse de su propia imagen. Bruno la vio cerrar los ojos y la acarició delicadamente, sabiendo que ella estaba cayendo al vacío y que no podía llenarlo ni con todo el amor que sentía. 

Bruno se vistió y salió con Lucía a caminar en ese desvelo nocturno. Llegaron a lo alto de un cerro que dominaba la ciudad. Entonces vio una piedra grande, la tomó y la lanzó contra unas botellas tiradas en el suelo. Cuando todo se quebró, Bruno la dejó sola. A lo lejos había jóvenes quemando neumáticos. Parecían adorar el fuego como los antiguos habitantes del mundo. Lucía ya estaba apaciguada, pero también adoró el fuego y el humo que dominaba el ambiente con un olor pesado. 
Habló un poco.
- Bruno, déjame sola. Sólo déjame sola y vete. Conquista a otra mujer. Vive. Aún tienes tiempo de ser feliz de una manera más normal.
- No…Lucía, sabes que no me quiero ir. 
- Sólo hazlo. No me necesitas.

Al día siguiente, Bruno debía trabajar. Lucía lo besó al despedirse. 

Cuando Bruno volvió por la tarde, Lucía estaba rígida, con la mirada llena de vacío. No se movía y pesaba como una piedra. Bruno la movió y no la pudo traer de vuelta. Estuvo haciéndole cariño y diciéndole que la amaba, pero ella no respondía. Quiso llamar una ambulancia o pedir ayuda, pero no quiso vivir ninguna pérdida. Bruno se acostó al lado de Lucía y esperó pacientemente que ella despertara.

Lucía despertó y vio un cielo lleno de estrellas. A su lado estaba Bruno dormido y enamorado. No quiso avisarle de sus próximos pasos.

Alik Handru, microcuentista chileno.

jueves, 28 de septiembre de 2023


No sé decir que te amo

Claudia vio la ruptura. No dijo nada. Siguió con la rutina a pesar de que no había ni una sola gota de amor. Pensaba si decirle que todo terminaba o no. Ese día él ya había hecho un plan para el fin de semana. Claudia dijo que estaba bien. Entonces pensó si ir a la playa la dejaría aliviada de terminar una relación gastada. Claudia no sentía amor ya. Tenía el hábito. Tenía la rabia de no ser valiente para decir la verdad. Claudia tomó la firme decisión de no pensar en nada ni en nadie. Entonces se dejó llevar ese sábado por el oleaje y su mente se dejó llevar por el amor de él. Se sintió liviana y dejó que el tiempo pasara siendo feliz sin pensar. Quería saber que así era fácil, que así no haría daño, que así es la vida. Y no se dio cuenta de los días ni de los años. Sólo disfrutó esa situación de promesa de vida feliz de película. No fue sincera con ella misma ni con él. Así es como te dejas llevar por ese amor que te llega inevitablemente y agradeces que te amen. Y sigues el camino elegido para no pensar ni caer en una fuerte depresión. Claudia esperó el día y la hora en que se sintió más fuerte para huir sin decir nada, cambiando número telefónico, cerrando la puerta, llorando en su habitación con la puerta cerrada allá bien lejos. No había nada que celebrar. Él la buscó porque siempre la amó. Y aunque consiguió su paradero, tocó la puerta hasta que lo venció el cansancio. Sé que Claudia quiso abrir para ser abrazada de nuevo sin condiciones, porque él la perdonaría una y otra vez; él estaba ahí, él la amaba. Claudia quería empezar de nuevo, pero en su corazón seguía apegada a él y no podía sacárselo de la cabeza sin saber por qué. Claudia hizo un duelo especial por aquel amor que no supo devolver. Después de un año recién se atrevió a salir con alguien de nuevo. Sentía miedo de herir a su antiguo amor. Claudia ahora sentía que podía amar, pero sabía que iba a comparar el amor recibido. Claudia no pudo aguantar el miedo a perder y, antes de cualquier decisión, fue con su antiguo amor a disculparse por irse sin explicaciones, pero no dijo la verdad: no dijo que nunca lo amó. Sólo se disculpó por ese desaire violento. Él la escuchó y la miró a los ojos. Ella también lo miró y quiso decirle que lo quería, pero sabía que era tan poco, que no merecía hacerle creer que tenía esperanzas de volver a estar juntos. Claudia se fue otra vez a su cómodo lugar y sólo pensó en su nuevo romance sería bueno y perfecto. Y sí, fue como esperaba. Sin embargo, el recuerdo de su antiguo amor no la dejaba nunca estar tranquila. Vivió feliz tanto tiempo como uno quisiera. A veces viajaba por las calles de la ciudad de su viejo amor tratando de encontrarlo para que le diera el descanso que necesitaba. Manejaba su automóvil escuchando canciones antiguas. Lloraba de nostalgia. No lo encontró. Nunca tuvo éxito. No preguntó a los viejos amigos ni lo buscó en las redes sociales. Claudia siempre lloraba. Porque los años pasan y siempre un amor y una bonita historia nos harán doler el alma.   

sábado, 26 de noviembre de 2022

Lenvantarse y amar



Levantarse y amar

Fernando se levanta y desayuna. Vive en el séptimo piso de un departamento rodeado de otros departamentos. Hace años que no conoce la tierra o el agua de allá lejos, de los recuerdos, de los paisajes conocidos y por los pasajes misteriosos de las piedras gigantes. Eso ya no le preocupa, eso es otra época. Ya ha batallado; ha sido vencedor y ha sido derrotado. El paisaje es otro ahora. Éste es el futuro que nadie imaginó.

Fernando se sumerge en esa monotonía y en esa estructura. ¿Qué haré hoy? Entonces, con la espera del amor, recibe el mensaje de Ana. Escucha la voz de Ana y ella habla dulce y calma esa agitación y parece ser el remedio para cualquier malestar corrosivo. La ciudad está organizada y entrega todas las posibilidades. Eso piensa Fernando. Todo es llegar, presionar botones y recibir lo que se quiera. Fernando espera que ella termine de aliviar y animar su mañana.Fernando contesta. Dice que quiere salir a la montaña y nadar en el agua fría del río en su propio origen. Ana está de acuerdo. Pasará en una hora por él.

Fernando me pregunta si quiero ir. Respondo que sí. Esa ternura me fascina en su voz de amor. Le digo que me gusta contemplar ese verdor y esas flores y cactus, espinos y eucaliptus, pinos y quillayes de las montañas. No sé si sea por cultura, pero me gustan las flores. No podría odiar la belleza.

Veo a Ana llegar y me gusta ver su pelo flotar al viento. No sé si lo advierte, pero estoy en ese límite entre la felicidad y la tristeza. No distingo eso. Ana me besa y me hace sentir que este día se hace más agradable. Me gusta que ella se ponga sus lentes para el sol. Respeto esa privacidad, porque yo también los uso para que no me pregunten nada.

Vamos a la montaña y el ascenso me llena de ese aire fresco. Nos detenemos en un mirador y tomamos fotos. Yo evito aparecer. Pero me gusta ver a Ana siempre fresca, siempre buscando la belleza en todas partes.

Fernando parece siempre estar igual. A veces sé que simula una normalidad y quisiera saber qué le pasa. Nunca me cuenta qué siente. A veces debo esperar todo el día para que alguna palabra de ese mundo interior se libere y se comunique. Me gustaría tener esa confianza de alguna gente que se habla toda intimidad, incluso en presencia de extraños. Recuerdo esas familias donde todo se hablaba y donde todos parecían ser más felices por hablar y por ser escuchados. Entonces yo las observaba y me preguntaba si yo había crecido en una familia rara, donde los secretos y el silencio, la omisión y el juego de palabras habían nublado mi juicio. Me costaba acceder a Fernando, pero me conformaba diciendo que ésa era su normalidad.

- Ana, ¿vamos a comer algo? –
- Ya, vamos. Quiero comer helado.
- Yo también. 

No hay nieve cercana. Ya casi llega el verano. Ana y Fernando no se sacan sus lentes. El sol está fuerte y hace calor. El agua suena cerca. El río lleva la vida a la ciudad. Fernando y Ana disfrutan el viaje y se toman la mano con frecuencia. Me gusta ver esa delicadeza propia de quienes ríen de amor. Tan potente es el amor, que vuelve cursi a todos por igual.

Ana está contenta, lo sé. Y quiero que esté siempre igual y quiero que esté conmigo y quiero que siempre sonría y que sea eterna. Me gusta que siga mis chistes o mis estupideces. Me gusta que esté en la cama haciendo juegos con mi cuerpo y que me deje dormir apoyado en su regazo. Me hace sentir protegido y que nada más importa.

Comimos helado y ese día fue bonito. Fernando rio bastante, nadó en esa fría agua de la montaña y yo sentí que volveríamos a su departamento y que dormiríamos desnudos sobre la cama mientras el aire nos mecía hasta dormirnos. Imaginé que despertaría con él y que el deseo de adorarnos el cuerpo con besos y caricias alcanzaría el mediodía. Fernando dijo que ese día había sido feliz. Eso dijo. Eso recuerdo. Entonces no me invitó a quedarme con él. Me pareció raro. Así que ese domingo desperté y me levanté para escribirle un mensaje en el teléfono. Pero no contestó. Y me costó aceptar que ya no me podía levantar y decirle que lo amaba al mismo tiempo.

La ciudad se lleva todo rastro de imperfección y recubre el pasado con otras vestiduras. Entonces buscamos la fiesta y el frenesí. Algunos abandonan la ciudad y se van a vivir al campo. Las casas cada vez están más caras. Todos quieren volver a la tierra para contemplar el cielo limpio y suspirar sus sueños de libertad. Ana no volvió a la ciudad. A veces la veo sola sintiéndose culpable. Le digo que todos tenemos culpas y que elegimos volverlas invisibles con el olvido. Así me la llevo con ella. Siempre termino diciéndole que deje a Fernando en su propia lejanía y que, si ya no está, no ha sido por maldad, sino porque hay personas que no tienen la fortaleza suficiente para soportar las duras pruebas que ellos mismos eligieron padecer. Son decisiones íntimas que, veces, parecen conformar aquello que llamamos destino. Ana me mira. Sé que si me presta atención es porque quiere sentirse mejor. Trato de mejorar su ánimo y me esfuerzo. No hay olvido. No se sabe por qué no podemos sacarnos a algunas personas de la cabeza. No bajo la guardia. Amo a Ana. Ella es así: uno la ama simplemente. La recupero con besitos. Los días buenos son cada vez más. Tomo fuerzas. Quiero una vida con Ana. Por eso parto todos los días levantándome y diciéndole que la amo. 

Alik Handru, microcuentista chileno.

lunes, 25 de julio de 2022

El que ocupa 

«Imagínalo».
Pan, Margaret Atwood.

Hay personas que viven con él: el mal. Comienza ingresando en su odio. El mal ocupa espacio y traiciona sus mentes, haciéndolos huraños, ajenos a la humanidad, raros, crueles.  No se dan cuenta. Ese mal juega con sus mentes y no hay poder médico humano que lo cure. A veces lo adviertes a través de su mirada seca y muerta, sin luz ni amor verdadero. Saben fingir. Y no saben quiénes son. Son miles o millones. Yo te cuento esto para que entiendas que ese mal sólo lo puede sacar alguien que tenga poder para hacerles la purificación y volver su espíritu a su centro. Porque algunos reaccionan y buscan la cura; otros mueren ignorando la verdad.

Un hombre gruñe y golpea a otro. Un foco ilumina el drama. Es la calle y su basura siendo llevada por el viento. Nadie interviene. El mal le da fuerza a uno, agarra la cabeza del otro y la azota contra el piso varias veces. Desde las sombras, una persona luminosa reacciona y le patea los brazos para que no lo mate. Otro hombre toma la cabeza del caído y trata de percibir señales de vida de ese cuerpo dañado por la maldad. Se salvan dos vidas esa noche. La venganza se apodera del vencido y su mal lo guía sin fin hacia una vejez amarga. El vencedor también lo recuerda. Ambos no sienten arrepentimiento.

A veces tienes mucho dinero y te sientes poderoso. Lo ocupas en darte gustos y en parecer que el mundo te pertenece. Entonces recuerdas que saliste de esa humilde casa mal construida y te sientes un poco culpable de vivir a lo loco en medio de gente a la que le importas en billetes y no en consideración sincera. A veces has intentado hacer feliz a una persona comprándole cosas, invitándola a comer a lugares caros y a visitar lugares lejanos de la tierra. Pero ese vacío no se llena, porque quieres más y, la verdad, no hay más. Sólo te queda esclavizar gente para sentirte poderoso. Lo logras con dinero, obviamente. Tu familia te observa y no te molesta. Estás lleno de vacío.

Un niño cae a un canal de agua que bordea todas las casas de ese campo que reconoces. Salta el abuelo a rescatarlo. Lo logra. Lo empuja y lo deja en la tierra. El abuelo no tiene fuerzas para salir de esas aguas y nadie lo escucharía. Se deja flotar, pero el miedo lo va hundiendo en su depresión. Cree que ese instante es su castigo y su redención. Ofrece su sacrificio y no revelaremos sus razones. Se le ve risueño. Algunos niños lo ven durmiendo sobre el agua. Uno lo mueve con una vara. El anciano bosteza, se llena de agua y se hunde. Los niños se sienten asqueados y llaman a algún adulto. Sacan al muerto y lo llevan a la morgue. Huele demasiado mal. Abren todas las ventanas. Nunca olvidarías ese olor.

El tipo cocina de mala gana y queda todo desabrido. Come de su preparación y su aliento se echa a perder. Va al baño y se lava los dientes sin mirarse al espejo del baño. Usa enjuague bucal. Come chicle de menta. Se mira otra vez en ese espejo y sabe que lo va a pasar mal. No puede ocultar su malestar. Camina y busca un restorán. Se sienta y lee la carta, pero nada le apetece. No necesita comer, necesita otra cosa, pero ya lo sabe: necesita bañarse y tomar agua de hierbas para tranquilizarse. Pensamientos revueltos. Prepara agua de toronjil melisa. El olor de esa planta le levanta el ánimo. Primero se baña y luego va por su agua de calma. La toma y se siente más vivo. La comida que había preparado la había envenenado con su amargura. La tira a la basura. Ahora su pupila se abre más y la luz lo llena de alimento para el alma: es paz, mucha paz. El hombre siente hambre de verdad y prepara comida con mucha paciencia. Se sirve y come lentamente. Hace ruidos de satisfacción. Uno sabe que si la gente alaba tu comida es porque estaba deliciosa. Entonces, al verlo, ya sabes que está satisfecho. 

Yo vi todo esto y doy fe de que son verdaderas estas historias. Estas son mis palabras y mi silencio también.