Angello
Angello había
fumado marihuana y había tomado tantas cervezas como aguantaba la noche conversando
con los amigos. Era día libre. Se había cortado el pelo con el corte de moda,
corto por los lados y largo arriba. Al otro día fue a trabajar en el restorán. Antes
de ir a atender las mesas, había visto su reflejo en el espejo. Salió bien
peinado. Se arregló la camisa blanca. Lustró sus zapatos negros. Se arregló el pantalón negro.
Parecía un
italiano, lo imagina así desde que lo ve. Ella se obsesiona con él, pero ni
siquiera le alcanza para un sueño erótico. Porque la señora, a pesar de sus mil
amores, encuentra una belleza luminosa en este joven al que le supone unos
veinticinco años. La señora, que tampoco es tan señora, lo mira y le encanta
esta dulzura que siente. Angello se acerca a ella y le ofrece el especial del
día. Ella lo mira y Angello llena el espacio con su voz atarantada, que no era
italiana, pero pudo ser. Ella pide pescado con ensaladas, un jugo de frutilla,
un vaso de agua, un café para terminar. Angello llena ese espacio con su aura
especial. Ella sabe, intuye, en realidad que él, en el espacio sagrado de su
intimidad, se porta de mala forma, tan ingenua no soy, se le nota a este hombre
que puede ser el mismo demonio en su casa.
Angello va a la
cocina y le pide a otra mesera que atienda a la señora, a esa señora que está
allá sentada en la mesa cinco. Esa señora está ahí, es tan mirona, con esa
mirada que me sigue, si ni siquiera la conozco, pero es insistente y me enferma
que me miren así como queriendo decirme o hacerme algo. La mesera ríe. Angello le entrega el
pedido a la mesera y ésta lleva los platos. Ella hace lo que tiene que
hacer y se retira a contemplar el cielo desde un patio interior del restorán
donde se puede fumar un rato para soportar la presión del día. La mesera mira a
Angello, pero no dice nada, porque no le importa la gente del trabajo, sólo
quiere que las ocho horas de trabajo ojalá fueran seis para disfrutar la vida y
no estar haciéndole la riqueza a otro que lo va a pasar mejor esa noche en su
cama amplia, en su casa amplia, no como yo que apenas meto una mesa y ya debo
pensar si coloco sólo cuatro sillas porque si van seis no cabe un sofá pequeño.
Ay, Dios mío, dame fuerza para este día.
Angello anda
atendiendo a otras personas. Se concentra en estar cómodo en su trabajo. La
señora ha terminado. Pide la cuenta. Angello la sigue con la mirada inocente,
no quiere complicaciones. Recibe el dinero. La propina es ostentosa y se
emociona, porque nunca nadie había dejado tantos billetes. Entonces la
señora se va y sale por la puerta. Afuera el sol pega fuerte. Angello piensa
qué va a hacer con tanto dinero. ¿Compartirlo con la mesera?. Mejor lo guarda. Mejor ahorra. Cualquier cosa
es mejor que el despilfarro.
Angello sale a la
calle a mirar por donde va caminando la señora. La mira caminar un rato para
ver si ella mira hacia atrás, pero no lo hace. Angello se aburre y se refugia
en la sombra. Esa noche Angello está contento. La señora no puede dejar de
pensar en Angello mientras fuma frente a la ventana que da al mar. La señora
rescata la energía que proyecta Angello y cree firmemente que él va a ser
alguien con un gran futuro o con mucha suerte. Angello cierra los ojos y se
duerme sin pensar en nada. La señora termina su cigarro y cierra la ventana,
cierra la cortina. Todo se oscurece.
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