Aventura

Literatura, naturaleza y emoción.

lunes, 25 de julio de 2022

El que ocupa 

«Imagínalo».
Pan, Margaret Atwood.

Hay personas que viven con él: el mal. Comienza ingresando en su odio. El mal ocupa espacio y traiciona sus mentes, haciéndolos huraños, ajenos a la humanidad, raros, crueles.  No se dan cuenta. Ese mal juega con sus mentes y no hay poder médico humano que lo cure. A veces lo adviertes a través de su mirada seca y muerta, sin luz ni amor verdadero. Saben fingir. Y no saben quiénes son. Son miles o millones. Yo te cuento esto para que entiendas que ese mal sólo lo puede sacar alguien que tenga poder para hacerles la purificación y volver su espíritu a su centro. Porque algunos reaccionan y buscan la cura; otros mueren ignorando la verdad.

Un hombre gruñe y golpea a otro. Un foco ilumina el drama. Es la calle y su basura siendo llevada por el viento. Nadie interviene. El mal le da fuerza a uno, agarra la cabeza del otro y la azota contra el piso varias veces. Desde las sombras, una persona luminosa reacciona y le patea los brazos para que no lo mate. Otro hombre toma la cabeza del caído y trata de percibir señales de vida de ese cuerpo dañado por la maldad. Se salvan dos vidas esa noche. La venganza se apodera del vencido y su mal lo guía sin fin hacia una vejez amarga. El vencedor también lo recuerda. Ambos no sienten arrepentimiento.

A veces tienes mucho dinero y te sientes poderoso. Lo ocupas en darte gustos y en parecer que el mundo te pertenece. Entonces recuerdas que saliste de esa humilde casa mal construida y te sientes un poco culpable de vivir a lo loco en medio de gente a la que le importas en billetes y no en consideración sincera. A veces has intentado hacer feliz a una persona comprándole cosas, invitándola a comer a lugares caros y a visitar lugares lejanos de la tierra. Pero ese vacío no se llena, porque quieres más y, la verdad, no hay más. Sólo te queda esclavizar gente para sentirte poderoso. Lo logras con dinero, obviamente. Tu familia te observa y no te molesta. Estás lleno de vacío.

Un niño cae a un canal de agua que bordea todas las casas de ese campo que reconoces. Salta el abuelo a rescatarlo. Lo logra. Lo empuja y lo deja en la tierra. El abuelo no tiene fuerzas para salir de esas aguas y nadie lo escucharía. Se deja flotar, pero el miedo lo va hundiendo en su depresión. Cree que ese instante es su castigo y su redención. Ofrece su sacrificio y no revelaremos sus razones. Se le ve risueño. Algunos niños lo ven durmiendo sobre el agua. Uno lo mueve con una vara. El anciano bosteza, se llena de agua y se hunde. Los niños se sienten asqueados y llaman a algún adulto. Sacan al muerto y lo llevan a la morgue. Huele demasiado mal. Abren todas las ventanas. Nunca olvidarías ese olor.

El tipo cocina de mala gana y queda todo desabrido. Come de su preparación y su aliento se echa a perder. Va al baño y se lava los dientes sin mirarse al espejo del baño. Usa enjuague bucal. Come chicle de menta. Se mira otra vez en ese espejo y sabe que lo va a pasar mal. No puede ocultar su malestar. Camina y busca un restorán. Se sienta y lee la carta, pero nada le apetece. No necesita comer, necesita otra cosa, pero ya lo sabe: necesita bañarse y tomar agua de hierbas para tranquilizarse. Pensamientos revueltos. Prepara agua de toronjil melisa. El olor de esa planta le levanta el ánimo. Primero se baña y luego va por su agua de calma. La toma y se siente más vivo. La comida que había preparado la había envenenado con su amargura. La tira a la basura. Ahora su pupila se abre más y la luz lo llena de alimento para el alma: es paz, mucha paz. El hombre siente hambre de verdad y prepara comida con mucha paciencia. Se sirve y come lentamente. Hace ruidos de satisfacción. Uno sabe que si la gente alaba tu comida es porque estaba deliciosa. Entonces, al verlo, ya sabes que está satisfecho. 

Yo vi todo esto y doy fe de que son verdaderas estas historias. Estas son mis palabras y mi silencio también.