Ella ahorró muchos sueldos ganados en la compañía de teléfonos del
siglo veinte, peleando con esos cables enredosos que pudo manejar con la
experticia de un pulpo, y no precisamente de aquel caso del niño pulpo poeta
que leyó con poco crédito en aquellos años de escasa virtualidad y alto
contenido mítico-fantástico o, fatalmente, manipulación televisiva. Con una
lucidez obsesiva para sus diecinueve años, creó su destino sin necesitar a un
hombre. Nadie imaginó nada, ni cuando su mamá la vio de a poco llenar su pieza
de electrodomésticos. El padre, que en esa época daba poca importancia a las
mujeres, vio en su hija un alocado comportamiento que no comprendió hasta su
debido tiempo cuando ella le comunicó que
estaba embarazada de un hombre del cual nunca hablaría.
- No les voy a decir quién es el padre. Si me quieren echar de la casa
tengo de todo para irme a vivir sola.
Al padre se le cayó la mandíbula y el cigarro que iba a encender en la
sala de estar. A la madre se le fue la voz y quebró el cenicero que estaba
secando para tirar la ceniza del cigarrillo que ya no impregnaría la casa
entera con su olor pasoso. La chica se fue a su pieza y no se sintió orgullosa
de nada ni le preocupó el castigo que esperaría por las tercas costumbres del
siglo. Porque no había nada más horroroso en aquellos años que una mujer
soltera con un hijo de padre desconocido. La rebeldía sexual de esta mujer no
dio para tanto, ni siquiera para preguntas imprudentes. Como fue de esperar,
todos hablaron de ella como una perdida, pero como ella no se quedaba callada y
daba un poco de susto su presencia, nunca tuvo que responder preguntas
imprudentes, ni siquiera de la almacenera, que era el centro informativo del
barrio.
Ella tuvo a su hijo con la esperanza de tener su propio sueño de
felicidad. ¿Quién era el padre? Bueno, ella me contó que buscó a un tipo
apuesto y perdió la vergüenza con él y mencionó recatadamente, y luego con una
sonrisa de aquellas, que el hombre estaba bueno y que lo había pasado
estupendo, pero no me dio ningún indicio para saber quién era, así que no puedo
contar esta historia con ese detalle.
La chica siguió trabajando en la compañía por largos años, hasta que
el progreso de la tecnología la despidió de su puesto. Ya no existían los cables. Entonces le ofrecieron
seguir si estudiaba para usar computadores. Lo hizo. Ahora era operadora de
llamadas internacionales. Obviamente que siguió una rutina normal. Fue una
feminista sin saberlo en aquellos años antiguos y su historia no llegaría a ningún
libro, porque había roto las reglas de señorita sumisa.
El parto significó una madurez potente, así que también le puso a su
hijo un nombre significativo. Lo que ocurrió después fue un milagro. Después de
los días de reposo, y pasado meses de enojo del padre y del silencio prudente de
su madre, volvió a casa con su hijo.
- Saluden a su nieto. Saluden, no muerde. Vengan a conocer a su nieto.
El niño alegró la casa de los abuelos y fue querido, como sucede siempre cuando el amor incondicional que entrega un pequeño alcanza para todos los que lo tienen en sus brazos. Los abuelos jugaron con él hasta volverse niños y olvidaron todos sus reproches para asumir su nueva vida de viejos amorosos que gatean otra vez en el suelo.
La nueva vida no alteró la mente de la chica, quien siguió siendo
prudente con el dinero que ganaba trabajando. Un día una compañera de trabajo se fijó en su cartera antigua. Nuestra chica
tuvo una sola cartera en su vida y la lucía en todas partes.
- ¿Para qué necesito otra? Esta es la única que necesito.
Y fue cierto, porque cuando murió, la cartera, hecha de cuero auténtico, seguía tan bien cuidada como cuando fue comprada por ella misma con su primer sueldo. Tuvo otra que le regaló su hijo que usó para salir a fiestas y ceremonias y con eso fue suficiente para toda una vida de trabajo incesante.
El niño creció bien, nada que decir. La laboriosa chica trabajó y
compró una casa. Allí se llevó todos sus electrodomésticos y demases y se fue
con su hijo a vivir a la capital. Allí buscó trabajo de secretaria en una
compañía de camioneros. Los abuelos dijeron adiós al niño y su hija les
devolvió una sonrisa atenta y segura. En ella no había lugar para la duda, porque debía pagar su casa nueva en numerosas cuotas fiscales.
En la capital, ella conoció a un tipo y lo quiso, claro, pero no era
para llevarlo a la casa, porque primero estaba su hijo.
- Vamos a ser felices puertas afuera. Puedes venir por mí cuando quieras.
Ah, y me gustas mucho.
Lo pasó bien como quince años en la compañía y con su amor puertas afuera.
El hombre intuyó, en un diálogo desnudo de una noche de amor, que ella no sería
para familia así que fue directo cuando quiso terminar. Ella lo besó y cerró la
puerta del edificio del amante querido cuando se lo dijo derechamente un frío viernes de otoño. También cerró su corazón, pero tampoco era de piedra,
así que lloró toda la tarde antes de que su hijo llegara de la escuela y se
amargó por semanas como toda mujer que quiso de verdad a un hombre.
Estuvo así como un mes y medio haciendo pucheros, pero cuando se dio
cuenta de que la cara se le caía de pura tristeza, renunció a su trabajo.
Estuvo sin penurias porque ahorraba mucho. Entonces aprendió a comprar terrenos
baratos. Compró uno. Al cabo de cinco años multiplicaría su valor y con ese
dinero empezaría a comprar más terrenos y a especular con el alza de precios.
Era inteligente, esforzada, buena madre, una mujer casi ejemplar. No volvió a
enamorarse, pero a veces se escapaba por ahí para no aburrirse sola.
Pero esta historia no se queda ahí.
Perdió a su padre y decidió volver cerca de su madre para cuidarla
mientras envejecía. Ella misma se dio cuenta de que su cuerpo estaba vigilado por
la ley de la gravedad, así que vendió su casa y compró un terreno al lado de su
madre. El terreno no tenía ningún valor y era feísimo, porque estaba en un peladero de
nadie y con un terrible olor a bosta de las vacas que andaban sueltas por ahí. Ella hizo una nueva casa como la imaginó y se llevó a su hijo, que ya estaba
listo y motivado para estudiar en la universidad en algunos años. Cercó bien el
terreno ella sola y, cuando pasaron cinco años, pudo comprar más terreno y hacerse
de un espacio más grande donde poder hacer un enorme jardín y una piscina para
cuando llegara el nieto que se le repetía en sueños.
Ella no se quedaba quieta ni cuando estaba acomodada en un sillón. No
tenía tiempo. Tenía ideas para todo. Quiso una vida relajada. Con lo que le
sobró de la venta de la casa y con lo que recibió del primer terreno, compró
una casa antigua y la echó abajo. Con cálculo de negociante, vio que podría
hacer unas doce casitas para arrendar y así tener cómo vivir sin tanta fatiga,
así que fue al banco y puso todo lo que tenía en prenda para pedir un gran
préstamo para cumplir con su meta.
Se puede derrotar la pobreza saliendo del lugar que
nos da malos ejemplos de vida.
Lo logró rápidamente. Once meses después, y luego de pasar apreturas y desvelos, puso un aviso de arriendo y
fue todo un éxito su proyecto. Tuvo el alivio de poder lograrlo. El
préstamo se pagó solo y pudo respirar feliz por muchos, muchos años.
Perdió el miedo a los aviones y se dio vacaciones mundiales. Viajó a los
países de las primeras civilizaciones. Visitó potencias mundiales. Hizo
voluntariado en hospitales para enfermos terminales. No podía quedarse quieta,
era pura energía. Podía estar donde quisiera, pero se daba tiempo para hacer
mejor la vida de los demás. No era una mujer que digamos meditativa, era más
bien pragmática. Porque aunque hablaba con Dios de repente, se dio cuenta de
que el caballero este no tenía muchos pecados por los cuales regañarla, por lo
que su suerte económica la concibió como un regalo merecido y permitido por
parte de él.
Su único vicio era fumar un poco. No se enfermó casi nunca de gravedad,
y eso que el estrés estaba de moda. Cada día se daba ese tiempo para andar por
todos lados. Tenía sus amigas. Nadie le exigió nada nunca. ¿Qué se le podría
reprochar? ¿Trabajar mucho? Nadie la trató de mezquina, porque no negó ayuda a
nadie. Era ambiciosa, pero nunca tanto como para no compartir su buena suerte.
Su último sacrificio fue renunciar a todo cuando se cansó de ser
joven. No, no murió todavía. Le entregó a su hijo la responsabilidad de su
negocio.
- Porque la edad no será nunca impedimento para trabajar. Ser viejo
ahora es estar sin hacer nada, ni siquiera por uno mismo. Se pueden cumplir los
sueños a cualquier edad – dijo enérgicamente cuando estaba en el hospital con
otros viejos como ella tratando de mejorar los dolores de las articulaciones. La
paciencia es un don, según ella.
Volvió a casa con un montón de remedios y se los tomó con harta fe
porque no podría quedarse quieta ni un segundo más. Cuando le hizo efecto el
montón de pastillas, volvió a la normalidad. También recibió una llamada con
una noticia feliz: sería abuela. Cerró los ojos y se relajó imaginando lo que venía. Fue poco,
nunca la tarde completa, porque se puso a hacer llamadas para hacer una piscina
donde nadaría con el nieto que nacería en unos meses.
Fue a la pieza y tomó unos palillos. Tomó unas madejas y se puso a
tejer ropa para el niño que venía a la casa, teniendo por seguro que es un
niño, si yo ya lo soñé. Escribió también una carta para su hijo donde le revelaría donde estaba su padre, pero después la guardó para cuando ella muriera, pero se arrepintió que sí, que no, que ahora, que después, que ni muerta y varias razones más. Terminó meneando la cabeza y sufriendo por primera vez con la verdad que tendría que asumir. Pensó cuánto daño podría hacer a su hijo con tan solo un nombre.
- Ni siquiera sé si vale la pena. Que Dios me perdone el silencio de tantos años. Dame fuerza, oye -dijo, orando con fe de pecadora arrepentida -, mira que se viene fuerte la cosa. Se lo debo a mi hijo.
Cuando terminó de lamentarse con humor, fue por una pala y empezó a marcar el recuadro donde quería su piscina. Después siguió arrastrando la pala por el suelo como un juego y haciendo una línea interminable y siguió haciéndolo por la gran extensión de sus terrenos como una vieja loca que no sabe de límites ni de dificultades, porque había luchado por ellos a lo largo de una vida grata que se le dio para que todos supieran que para tenerlo todo a veces es necesario sacrificarse amargamente para ganar dulces finales felices.
- Ni siquiera sé si vale la pena. Que Dios me perdone el silencio de tantos años. Dame fuerza, oye -dijo, orando con fe de pecadora arrepentida -, mira que se viene fuerte la cosa. Se lo debo a mi hijo.
Cuando terminó de lamentarse con humor, fue por una pala y empezó a marcar el recuadro donde quería su piscina. Después siguió arrastrando la pala por el suelo como un juego y haciendo una línea interminable y siguió haciéndolo por la gran extensión de sus terrenos como una vieja loca que no sabe de límites ni de dificultades, porque había luchado por ellos a lo largo de una vida grata que se le dio para que todos supieran que para tenerlo todo a veces es necesario sacrificarse amargamente para ganar dulces finales felices.