Aventura

Literatura, naturaleza y emoción.

lunes, 12 de junio de 2017

Microcuento: Lo que ella dijo.

Lo que ella dijo

Ese día ella le tomó el brazo otra vez. Él se paralizó. No había oportunidad de nada, así que él se transformó en piedra y apagó ese deseo de fuego. Ella me tenía sonriente, pero yo no podía intentar un acercamiento ni mencionar el tema. Trabajábamos juntos: ella, yo y su esposo. Yo no tenía nada contra él; nos saludábamos con calidez y me parecía siempre un buen tipo, así que empecé a alejarme de ambos por culpa, por tristeza, por imposibilidad, porque no quería herirme más estando cerca de ella.

- Yo sé lo que te pasa, pero me lo llevo a la tumba.

Eso fue lo que ella dijo y fue lo único que trajo la calma. Los días se le hicieron agradables. Aunque era invierno, no sintió tanto frío. Tomó más café que de costumbre para mantenerse despierto. Su atención se fue a otra compañera de trabajo. Era bonita y hartos años menor, pero vio una oportunidad y la invitó a salir. Fueron juntos a comer y pudo hacerla reír y ganar confianza, pero no tanta, porque no hubo beso ni una segunda salida. Como toda historia que pudo ser, no fue.

En esta historia hay ilusión. Hay un hombre absorto imaginando que abraza a una mujer en una cama espaciosa dentro de una habitación soleada. El tiempo se detiene. El contacto entre ambos cuerpos borra todo lo malo. Pero nada ocurre, porque nadie quiere sufrir. Ella ayudó a silenciar esa energía que parecía desbordar las reglas. No hablaron más que de trabajo. Toda esperanza fue derrotada. Porque no debían, porque no, porque nunca, porque estaba mal.

A él lo traté de cerca hasta que todo se desvaneció. Con mi esposo se hicieron amigos fraternos. Yo no podía permitir errores. A él lo veo preocupado por ser sincero con mi esposo. Yo sé que lo cuida, que me cuida, que quiere que mi vida sea la mejor. Se nota en sus gestos. Lo que dije se hizo promesa y la cumpliría. Vi la vida pasar como si fuese un eterno presente. No me hice cargo de su historia. Nunca imaginé una vida con él. Me negué todo. No arriesgaría nada, así que me reservé cualquier emoción para mis grandes secretos.

Yo me independicé y creé una empresa maderera con mi esposo. Lo volví a ver treinta años después. Pese a estar trabajando juntos y de tener grandes responsabilidades, nunca nos dimos los números de teléfono para decirnos algo como un feliz cumpleaños o un feliz navidad. Nos encontramos y nos saludamos con cortesía. Nos contamos los años y los días, nos miramos los cambios y comprendimos, satisfechos, que de alguna manera habíamos sido felices. Él se despidió con intensidad de mi esposo y con la fría resignación con la que vivimos años en paz. Era lo correcto. Los tres sonreímos contentos y nos despedimos para no vernos más.

La vi tan linda. Nos sonreímos como tres buenas personas que han chocado accidentalmente en una multitud. Me quedé con la sensación de que en la vida se puede vivir tranquilamente aceptando todas las pérdidas que quitan el aliento. Cuando ya nos dimos el adiós, caminé sin mirar atrás para que se me borrara su imagen. Sentí una pena inútil.

He transformado su imagen en olvido. Pero a veces vuelvo treinta años en el tiempo y, cuando la recuerdo, siempre es por lo que ella dijo.

Alik Handru, microcuentista chileno.